Diálogo invisible Editorial por Fernando Rodríguez
Diálogo es una de esas palabras fetichizadas, fantasmas, de esta era de Chávez. La hemos oído tanto, en boca de los más diversos actores, con tantos sentidos distintos, con demasiadas intenciones ocultas y torvas que ya no debe tener mayor significado.
Palabra rota, trucada, saco de gatos. Y sin embargo flota, va y viene, resucita. Por estos días calurosos, de efímeros chaparrones y cielos amenazantes, asoma, de nuevo, su rostro polimorfo, hueco.
Sin embargo tiene una pequeña historia de 13 años. Al fin y al cabo la mesa de conversaciones de Gaviria tuvo realidad alguna vez, con todo y documento conclusivo. Y no hay quien no recuerde al ministro José Vicente Rangel, después del Carmonazo, prometiendo arrodillarse (sic) ante los esquivos candidatos a practicarlo.
O esos misioneros de una nueva profesión entre nosotros, los “mediadores”, oyendo con beatitud a los enfurecidos adversarios, “no es para tanto, doctor”. O las encuestas que casi siempre han contenido altos porcentajes de tirios y troyanos que abogan por el entendimiento y el sosiego cívico. O su uso más perverso, el de Chávez sobre todo, cuando se fatiga de maldecir o quiere seducir a la reacia clase media y llama al país a la unión, pero eso sí, bajo el yugo de su voz despótica, como viene de hacerlo (por twitter).
Pero lo que domina es la sensación de fracaso, los Cristos enarbolados y las promesas de reconciliación que terminan en días de ira y repotenciación del encono. Hoy nos seguimos odiando tanto o más que en los primeros tiempos de la república cuartelera. Y ese sustrato de rechazo inclemente del Otro parece ya sedimentado, sólido, pétreo, frío como lápida.
Aunque es posible que no sea tan así. Que mediante algunas palabras dispersas y, sobre todo, con movimientos silenciosos hayamos logrado algunas transacciones. No hay duda de que estamos muy mal, pero siempre se puede estar peor. Una Yugoeslavia o una Siria posibles podrían consolarnos de tanta basura que apesta alrededor. Quién quita que así haya sido su destino.
Decíamos que de nuevo pareciera que el diálogo ronda por ahí como un espectro, a lo mejor en el subsuelo. Porque resulta evidente que cuando el odio ya ha sido sembrado y abonado con esmero su posibilidad no surge sino en momentos en que el miedo y la incertidumbre se hacen muy intensos. Y es posible que el inmediato futuro, ciertamente esperanzador para los demócratas, también lo sintamos lleno de cuchillos y abismos.
Unas elecciones donde se apuesta demasiado, una oposición con pantalones largos, un Caudillo muy malherido, un estamento gobernante abrumado de culpas y temores al castigo por sus desproporcionados delitos, armas por doquier… no anuncian cielos plácidos.
No se dialoga públicamente en medio del fragor electoral, parece culillo. Ni creemos que las partes tengan demasiado que ofrecerse mutuamente, al menos con palabras claras y transparentes. De manera que supongo que ese diálogo acrecentará o diluirá su necesidad en la medida que se vayan develando los puentes que tenemos que pasar en los próximos meses. Que se dará más en los hechos que en las proclamas y dependerá de la prudencia y de la astucia de los jugadores.
Diálogo callado. Recomposiciones del tablero político dadas más por los equilibrios de fuerza, la cercanía de los abismos y las situaciones conminantes que por el encuentro de las buenas voluntades.
Nosotros caminamos hacia otra tierra, a la cabeza Henrique Capriles y su proyecto de la mano tendida a todos, y no podemos sino llegar a ella el 7-0 y afirmarla en el tiempo subsiguiente. Pero no olvidemos que lo haremos con extrema turbulencia, con los cinturones bien ajustados.
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