Diálogo o teatro, por Teodoro Petkoff

En la foto que ilustra esta página están las tres Venezuelas. Fue tomada en la Intercomunal de El Valle, al paso de la marcha del oficialismo. En dos pisos están personas que aparentemente no se involucran de manera directa y en cada uno de los otros, ambos bandos expresando sus simpatías y antipatías. En las calles estuvieron las dos Venezuelas militantes. Con el mismo encono y la misma incomunicación y sobre el mismo telón de fondo de violencia contenida, frenada por medio siglo de prácticas democráticas que han dejado un espeso sedimento cultural en la conciencia colectiva.
El debate sobre la magnitud de las marchas es realmente necio. Ambas fueron muy voluminosas. El «habilísimo» e «inteligentísimo» ministro del Interior y Justicia, con anteojos de cuero de cochino, vio cuatro marchistas oficialistas por cada uno del otro lado. Es su manera de negar las evidencias. Negar que existe una enorme porción del país que está arrechísima con el Gobierno. Si los superamos en tal proporción, pareciera querer decir Rodríguez Chacín, ¿para qué dialogar? Nuestro punto de vista es distinto. La base de la necesidad de la comunicación entre los dos bloques reside, precisamente, en que uno y otro son tan grandes que su choque violento sacudiría los cimientos mismos de toda la sociedad y de toda la nación. Lo que nos mostró el 1° de Mayo es que los dos bloques son masivos, los dos bloques poseen capacidad de movilización y ambos son tremendamente combativos. Establecer canales de comunicación entre ellos es prioritario para que la controversia política recupere la racionalidad y pueda desenvolverse sin la amenazante sombra de violencia que la acompaña hoy.
En este sentido, ¿cómo juzgar la Comisión de Diálogo que designó el Gobierno? A primera vista indicaría una intención de tender puentes hacia otros sectores. Pero escrutándola más detenidamente surgen varias dudas. Primero, su integración misma. Obviamente, el diálogo tiene sentido en la medida en que los interlocutores sean los sectores enfrentados. Yo con yo no es diálogo. La ausencia de la CTV, señalada acertadamente por Carlos Navarro y Didalco Bolívar, le abre un boquete a la iniciativa. Como apunta Rafael Simón Jiménez, discutir sobre la legitimidad de la CTV es «estúpido». Una ocurrencia del talibanismo del PPT, que le hace un flaco servicio al Gobierno. No sentar en la mesa a ese factor es sencillamente no querer dialogar en serio. No tanto por lo que representa laboralmente sino por lo que significa, en este vacío de partidos políticos, como vector de la organización y la movilización del sentimiento opositor. No tener allí la presencia institucional de los medios es otra omisión que reduce el alcance de la comisión. Lo mismo se puede decir de la ausencia de los partidos políticos y de algunas conocidas y muy activas organizaciones civiles.
En fin, o el Gobierno asume su responsabilidad, como el principal interesado que debiera ser en la atenuación de la violencia política, o esto se lo lleva el diablo.