¿Diálogo?, por Teodoro Petkoff
A partir del Mensaje de Chávez, el sábado pasado, ha vuelto a tomar vuelo el concepto de «diálogo». De hecho, el propio Presidente se refirió al asunto, más o menos reclamándolo, y la MUD y sus parlamentarios salieron al encuentro de esa perspectiva, afirmando su disposición para ello. Pero, ¿qué significaría exactamente un diálogo entre gobierno y oposición? ¿Cómo concebirlo? ¿Se trataría por ventura de designar algo así como comisiones de ambas partes, que se reúnan para diseñar una agenda a partir de la cual sentarse a discutir? ¿O estaríamos hablando de un encuentro entre el propio Chávez y los dirigentes de la MUD? ¿Se trataría de una suerte de ceremonia? En verdad, el diálogo es lo normal en una democracia, por muy controversiales que sean los temas que separan a sus interlocutores. La democracia es impensable sin la comunicación y el debate permanente entre los protagonistas de la vida social, en general, y muy especialmente, los de la vida política.
Lo que le ha dado a esa banalidad propia de las democracias un carácter excepcional en nuestro país, es que la polarización política y la concepción que hasta ahora ha mantenido Chávez sobre sus adversarios como «enemigos», han liquidado toda forma de comunicación entre ambas partes. Gobierno y oposición están totalmente incomunicados entre sí, lo cual configura una situación potencial de extrema peligrosidad.
La crecida presencia de la alternativa democrática en la Asamblea Nacional abre la posibilidad de restablecer la comunicación política entre los adversarios, condición sine qua non para que el inefable «diálogo» comience a tomar concreción. De modo que el debate parlamentario, por su propia naturaleza, hará inevitables los contactos que dan pie para abordar civilizadamente, por muy áspera que sea la controversia, la agenda política. No se trataría de ignorar (mucho menos en estos dos largos años electorales que tenemos por delante) la intensa pugnacidad de la que está preñada esta Venezuela gobernada por el chavismo, así como los problemas pendientes, sino de ir asumiendo de modo menos formal, y diríamos que menos estirado y «solemne», un proceso que vaya conduciendo a la normalización de la vida política, en el sentido de hacerle perder esta angustiosa y neurotizante sensación de vivir siempre al borde de alguna contingencia que desate los demonios de la violencia.
Por supuesto, mucho contribuiría al mejor desarrollo de ese proceso que el Presidente mantuviera la tónica verbal que puso de manifiesto el día de la presentación del Mensaje. Crear un clima de respeto en el trato hacia sus adversarios; eliminar esas feroces amenazas de «triturar», «volver polvo cósmico» y otras del mismo jaez a que ha sido tan dado Chávez, mucho ayudaría a que la lucha política, que se mantendrá (porque no es que de pronto vamos a vivir en una suerte de jauja celestial), pierda el carácter de un juego «suma cero» y la contradicción gobierno-oposición, asumiendo, sobre todo los temas álgidos que hoy mismo están sobre el tapete, deje de estar planteada, sobre todo por el oficialismo, en términos de aniquilamiento del «enemigo».