Diálogos de barbería, por Tulio Ramírez
Le comentaba a Mauricio, mi barbero, un italiano más venezolano que el tequeño, sobre lo sabroso que era nuestra vida de muchacho en los 70. “Sí, amigo Tulio, eran otros tiempos”, contestaba tratando de dominar el sempiterno remolino que no permite que el corte salga perfecto, “en cada urbanización era común ver a muchachos, jugando al ladrón y policía, al fútbol, pelotica de goma, chapita, fusilao. Se divertían sin molestar a nadie”.
Mientras cambiaba la hojilla de la navaja, aproveché para recordar la cantaleta diaria de mi madre una vez que llegaba de la escuela, “te bañas, haces la tarea y después puedes ir a jugar con tus amigos. Pendiente cuando te llame para la cena. Cuidadito si no haces caso. Mira que te traigo por las orejas para que te dé pena”. Estas eran las órdenes con advertencias incluidas que recibía desde la superioridad, una vez lanzado el bulto escolar en el sofá de paleta que estaba en la sala.
Mauricio, concentrado para no trasquilarme, respondía, “cierto, en esos grupos se cultivaban entrañables amistades que duraban toda la vida. ¿Cuántos matrimonios no salieron de esas correrías?”.
Así, entre tijerazo y tijerazo, continuaba la conversación. De repente intervino un cliente en espera, “no importaba si estudiaban o no en la misma escuela. Los unía el haber crecido juntos en el mismo vecindario, compartiendo actividades recreativas o travesuras propias de la edad”.
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Debo aclarar a mis pocos lectores que el tema de conversación salió a colación de manera aleatoria. Ir a la barbería y poner cara de cañón durante todo el corte, es muy pavoso y antivenezolano. Nuestros barberos son nuestros terapeutas y las barberías nuestros sitios de relajamiento. Allí nos desestresamos sin necesidad de dejar la quincena en cervezas.
El tema pudo haber sido cualquier otro, hoy tocó ese. Un segundo cliente en espera metió su cuchara en la conversación, “mis mejores amigos siguen siendo aquellos con los que compartí esos años. Aunque no nos veamos nunca, estoy seguro que, al encontrarnos, será como si nos hubiésemos dejado de ver tan solo unos días atrás.
Mientras le pido a Mauricio que me pase un periódico deportivo con fecha de hace 4 semanas atrás, agrego, “los muchachos de hoy se distraen manipulando los juegos electrónicos o comunicándose por el WhatsApp. Ya no juegan una partida de voleibol frente al abasto. Es posible que prefieran estar físicamente solos, aunque comunicados por internet”.
En el momento en que se solaparon las intervenciones, pensaba, “parece mentira que las fotografías de muchachos sentados en una acera hablando animadamente, se presenten en las redes como una extraña costumbre del siglo pasado. Ya nadie se inicia en el beisbol jugando en los estacionamientos de los edificios, ahora hay que inscribir a los muchachos en equipos organizados, con sus días de práctica, horarios y todos los juguetes incluidos”.
Estaba distraído en mis reflexiones cuando llegó un nuevo cliente quien de una se incorporó a la conversa, “estos tiempos de distancia social y acercamiento virtual, puede deberse a un tema de seguridad personal. En mi urbanización los vecinos prefieren que sus hijos se mantengan en casa, para no estar expuestos a la delincuencia y a las drogas”.
“Pero amigo“, le riposté, “en nuestros tiempos también había delincuencia y drogas, pero eso no impedía que saliéramos a la calle a echar vaina con nuestros panas”. Para no dármelas de sabiondo y antipático, agregué, “bueno, la verdad es que pueda que haya algo de cierto en su argumento”.
Mientras Mauricio culminaba su obra de arte, y aprovechando la distracción del grupo por fijar su atención en el frustrado intento de gol de Luka Modric contra el Barcelona, me mantuve revisando las redes sociales.
Conseguí varios post, en el que madres llorosas clamaban por la libertad de sus menores hijos, detenidos por salir a protestar lo que toda Venezuela aun protesta.
La verdad, me dieron mucho dolor las denuncias de aislamiento y torturas a criaturas que deberían estar en la escuela o jugando en la calle. La indignación me perturbó, lo confieso.
De repente como si me hubiese caído un rayo, me levanté bruscamente de la silla y grité una grosería que no puedo reproducir aquí. Lo hice con tanta rabia, que asusté a Mauricio, a los clientes y a la gata de la barbería que salió corriendo espantada, no sé si por el grito o la obscenidad. Como los gatos son tan inteligentes, quién sabe.
“¿Qué pasó señor Tulio?, tranquilícese que me va a espantar la clientela, ya habrá otra oportunidad de gol, su equipo tendrá otro chance de anotar”, murmuró Mauricio evidentemente nervioso. Por suerte en ese momento ya había acabado de delinear la barba.
Más calmado, pedí disculpas a todos, “no es por el fútbol Mauricio y amigos, es que me preguntaba, qué carajos hacemos aquí criticando el aislamiento y soledad de nuestros muchachos, cuando hay 70 de ellos detenidos, incomunicados y torturados, por salir a la calle y atreverse a alzar su voz”. Me retiré apenado pero satisfecho del corte. Por cierto, Mauricio aumentó la tarifa y entiendo que no es culpa de él.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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