Diáspora dejó al Metro de Caracas “más solo que la una”
El sistema subterráneo de transporte funciona con personal mínimo, poniendo en riesgo a trabajadores y usuarios. Casetas solitarias y turnos redoblados han cambiado la manera de trabajar en el sistema que fue la envidia del continente. Mientras tanto, se cierra el cerco político y las presiones por cumplir entre pocos el trabajo que al menos 60% de la nómina decidió abandonar
Los venezolanos viven la peor crisis humanitaria, política, social y económica de su historia, una situación que ha llevado a millones de ciudadanos a cruzar las fronteras y establecerse en otros países. Más de tres millones de venezolanos han huido a otras fronteras, según registró Naciones Unidas en noviembre de 2018 a través de Acnur y la Organización Internacional de las Migraciones (OIM).
La migración es un fenómeno transversal en la sociedad venezolana, que ha afectado la vida de todos los sectores. También, del Metro de Caracas.
Según el presidente de la organización Familia Metro, Alberto Vivas, para finales de 2018 unos 3.700 empleados del subterráneo capitalino habían abandonado la empresa por diversos motivos, entre los que resaltan las malas condiciones laborales y los bajos salarios. Esta cifra representa el 61% de la fuerza laboral de la compañía pues, aunque Vivas asegura que la nómina del Metro llegaba a 11 mil personas en 2017, “sabemos que solo unas 6 mil trabajan ahí, lo demás es una nómina oculta que no sabemos cómo funciona”.
La consecuencia de la desbandada, sumada a la calidad de la gerencia, ha convertido al que fue el sistema de transporte subterráneo más moderno de Latinoamérica en ejemplo de desidia, abandono, desinterés y falta de mantenimiento. En sus estaciones y demás instalaciones, hay poco personal. Son espacios que no tienen quien los cuide, quien atienda al público, quien brinde seguridad, quien atienda alguna emergencia, quien explique las rutas.
“El Metro me lo dio todo”
Odriana siempre quiso trabajar en el Metro de Caracas, desde que escuchaba aquel eslogan “La gran solución para Caracas”. Cuando lo logró, se sintió como en casa, durante más de una década. “El Metro me lo dio todo, y te digo todo porque nací en el Metro, me crié en el Metro, me casé en el Metro y tuve mi familia estando en el Metro”, dice con nostalgia y a miles de kilómetros de distancia.
La operadora de estaciones y madre de dos pequeños asegura que muchos fueron los motivos que la llevaron a tomar la decisión de renunciar al trabajo que en un momento consideró “soñado” y, peor aún, a tomar una maleta y embarcarse junto a su familia a Chile. “¿Cómo continuar en un sitio de trabajo que te quitó todo?”, se pregunta sobre el empleo al que dedicó 12 años.
La formación de Odriana dentro del Metro de Caracas comenzó en 2006. “Ingresé con muchas expectativas, el sueldo era prometedor, teníamos un buen seguro, excelentes beneficios, la preparación para cada cargo era muy completa, realmente éramos los primeros jóvenes en entrar a la compañía después de muchos años, pero éramos personas preparadas y conscientes del trabajo que hacíamos. Las condiciones de trabajo eran excelentes, esto incluida desde todo el mobiliario, pasando por los equipos, los torniquetes, trenes. Era un prestigio y orgullo decir que trabajas en el Metro”, recuerda.
Su recuerdo se asemeja al de Neptaly Pérez, quien luego de 30 años de servicio hoy engrosa la lista de jubilados que sobreviven con un pago paupérrimo. “Yo entré en el año 87. Teníamos un excelente sueldo, también las condiciones laborales eran muy buenas. El Metro era un modelo de transporte, la gente hacía turismo en el sistema”, dice sin titubear.
Todo eso cambió, como lo hizo el resto del país. Vivas afirma que 1.390 trabajadores de la empresa renunciaron solo en el mes de noviembre de 2018 luego de que recibieran unas utilidades licuadas por la hiperinflación. La gota que rebasó el vaso.
Las condiciones laborales y de remuneración son las que más han expulsado a los empleados del subterráneo, con la profundización ocurrida cuando el gobierno de Nicolás Maduro destruyó las escalas salariales luego de la reconversión al bolívar soberano.
2018 fue, por tanto, “el más impactante” en términos de cantidad de gente que se fue del Metro. “De los que han renunciado la gran mayoría han salido del país, yo diría que el 90%, por lo menos de los que conozco. Muy pocos se han quedado trabajando en otra empresa”, dice Odriana.
Entre sollozos, la Operadora de Servicio de Estaciones (OPS) asegura que el Metro de Caracas pasó a ser un “basurero”, donde todos los trabajadores sin importar la preparación, los niveles de instrucción o el cargo que ocupaban, pasaron a cobrar el mismo sueldo, “teniendo en cuenta que cada uno tiene sus riesgos y responsabilidades muy diferentes”.
En la Familia Metro dicen que a los trabajadores no les alcanza el salario que perciben y, lo más preocupantes, es que el personal que labora en el Metro debe ser especializado, con un tiempo de preparación suficiente para brindar la atención que requieren los cerca de tres millones de usuarios que diariamente viajan en el sistema.
Los demás beneficios también se han quedado fríos. El seguro médico, por ejemplo, dejó de cubrir siquiera los ingresos en una clínica. Y los jubilados no escapan a las penurias. “Mi madre, una mujer que dedicó 30 años de servicio al Metro, hoy está jubilada, solo el ver el trato que recibe por parte de la compañía, de desprecio, con un pago que no alcanza para nada te hace pensar qué queda para el personal activo”.
El presidente Familia Metro, Alberto Vivas, reitera que muchos trabajadores “se han ido buscando otros rumbos en otros países, hay unos que han renunciado y otros simplemente se han ido abandonando sus puestos de trabajo. No les importa ni su liquidación ni nada, porque eso lo pueden triplicar con un mes de trabajo en el país donde van”.
El asunto trae otro problema. Cuando un empleado decide irse sin renunciar formalmente, el cargo no queda vacante. Por tanto, la sustitución, en caso de tener con quién, se hace administrativamente cuesta arriba.
Espacios vacíos
Para Neptaly Pérez, quien condujo por más de 20 años los trenes que trasladaban a los usuarios de la Línea 3, su salida del Metro de Caracas se dio en noviembre de 2017. Entonces, ya se veían los estragos que va dejando la migración en la compañía. “Donde yo estaba había plazas (turnos) descubiertas o poco personal, entonces teníamos más trabajo porque se sobrecarga a los que aún están”.
Detalla que muchas fueron las veces que le tocó redoblar turno para cubrir puestos de compañeros que no habían llegado. “Fue casi diario, se hizo una rutina. Un operador de trenes no debe dar más de 3 o 4 vueltas diariamente, así lo establecen reglamentos internacionales. No puede estar sentado por más de cuatro horas frente a la conducción del tren, pero aquí eso ya no se respetaba, podías trabajar varios turnos”.
Alberto Vivas detalla que, por regulaciones, un operador de trenes no debería conducir por más de seis horas un tren, y esas horas deberían distribuirse dentro de la jornada de trabajo para que así puedan tener lapsos de descanso. “Pero está sucediendo que por la falta de personal este operador debe dar más vueltas, estando más del tiempo establecido en la línea, violando así normativas internacionales”. El asunto pone en riesgo no solo la vida del trabajador sino también del usuario, pues exceder el tiempo recomendado puede traer afectaciones visuales, psicológicas y físicas.
Durante sus 12 años en la estatal, Odriana no había visto tanta desidia y falta de personal como en los últimos años, cuando trabajar de la mano de la improvisación se hizo el pan de cada día. “Fui a abrir la estación en la mañana a su hora habitual, a la 5:30 debía subir la santamaría. No llegaron mis compañeros del turno, por lo que le tocó a la supervisora de la noche quedarse para abrir conmigo la estación”, rememora.
La mujer relata que para abrir la estación debieron esperar la llegada de funcionarios de la Guardia Nacional, “porque a esa hora dos mujeres solas, tú me dirás”. La compañía duró apenas minutos, lo suficiente para subir los portones. “Luego se retiraron. Nosotras quedamos solas en la estación. No podíamos hacer nada, ni atender emergencias ni nada. Por norma, no puede estar un solo operador en la caseta. Tuvimos que comer ahí, aunque eso está prohibido, olvidarnos de la hora libre y, lo peor, teníamos que turnarnos para ir al baño. Esas son las cosas que te hacen decir ‘ya basta’”.
Alberto Vivas sostiene que todas las áreas del Metro de Caracas se han visto afectadas por la migración de trabajadores. La razón por la que las casetas y otros espacios lucen desiertos. Para el directivo de Familia Metro, es inaceptable que en la actualidad los operadores deban redoblar sus turnos, trasladarse a pie para solventar un inconveniente en el sistema o dedicarse a atender problemas de otros equipos.
La cantidad de operadores de estaciones que deberían estar disponibles en cada estación, varían de acuerdo al tamaño del área y el flujo de usuarios. Estaciones como Plaza Venezuela y Capitolio necesitan entre unos 20 o 25 operadores, pero esto hace mucho tiempo que no se ve.
Deillily Rodríguez ahora es peluquera, pero cuando se desempeñaba como Operadora de Protección dentro del Metro de Caracas “tenía contacto directo con el usuario, y cuando una persona es arrollada por el tren en mis funciones estaba el remover el cuerpo”. Ella recuerda que las últimas veces que debió activar el procedimiento, “no tenía forma de movilizarme de una estación a otra, porque aunque cada estación debía tener su operador de protección a veces me tocaba cubrir tres estaciones porque no había personal”, explica.
A callar
Deillily Rodríguez salió del Metro de Caracas, aunque no por voluntad propia. Tampoco para migrar. Su caso fue un alerta para quienes vieron que la estabilidad dentro de la empresa dejó de ser una garantía. Tener opiniones, manifestar el descontento y reclamar condiciones dignas de trabajo son criminalizadas.
En octubre de 2018, una carta de despido llegó a manos de Rodríguez. El documento no dice la razón real de la medida, ella afirma es por haber participado en protestas que reclamaban mejores condiciones laborales y por los bajos salarios.
Su reclamo estaba justificado, dice. Las remuneraciones, con las nuevas tablas salariales, llegaron a tener diferencias de tan solo 100 o máximo 200 bolívares soberanos entre un cargo y otro. “Por mucho tiempo seguí en la empresa porque teníamos una buena póliza de seguro, contabas con un servicio privado que nos permitía retirar cualquier medicamento que necesitáramos”. Eso se acabó.
Aunque hoy ya no pertenece a la nómina del Metro y ha tenido que reinventarse para poder vivir y mantener a su hija, Deillily forma parte de la Intersectorial de Trabajadores de Venezuela, como representante del Metro de Caracas.
Neptaly recuerda que la empresa “creó una campaña en contra de los trabajadores, diciendo que las fallas que se presentaban en el Metro eran saboteo del personal”. Afirma que la persecución política cunde en la empresa. “Hay grupos oficialistas que mantienen un cerco y persiguen a quienes no están con ellos. El jefe del sindicato prácticamente maneja la empresa, designa gerentes, incluso me atrevería a decir que pasa hasta por encima del presidente del Metro”.
Desde la ONG Familia Metro, señalan que las directivas, tanto de la empresa como del sindicato, han recurrido a las amenazas para obligar al personal a redoblar turnos o para evitar protestas por las condiciones laborales.
“El Metro es una Venezuela en chiquito”
Vivas compara la situación en la que vive el transporte subterráneo con la situación del país. A su juicio, “el Metro es Venezuela en chiquito”, donde se sufre la crisis económica, política, social y humanitaria. “Es un problema de salario, las personas se van porque no alcanza el dinero, hay una desmotivación; también están los problemas políticos, antes la empresa se manejaba de manera autónoma, hoy está sumida por el partido de Gobierno y además existe un sindicato que no responde a los intereses de los trabajadores, sino al patrono gobierno. Todo eso suma a la desmotivación y la diáspora”.
Por si fuera poco, las carencias de servicios públicos dentro de las propias instalaciones del subterráneo. La falta de agua potable, las fallas eléctricas y la convivencia con roedores e insectos es parte del día a día de los trabajadores de la empresa de transporte, que laboran bajo condiciones insalubres.
“Trabajamos con ratas pasándonos por los lados, ya no hay control de plagas, el agua potable tiene larvas, no existe ni el papel higiénico y mucho menos las servilletas”, cuenta Odriana, ahora radicada en Chile.