Dimensiones del tiempo, por Aglaya Kinzbruner
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En la lengua Karitiana del Amazonas hay solo dos tiempos, el futuro y el no futuro. Y no es la única lengua indígena con ese concepto del tiempo. Eso dice Caleb Everett a BBC Mundo. Ha publicado recientemente un libro «Una Miríada de lenguas: cómo los idiomas revelan diferencias en como pensamos», basado en los idiomas que estudió en la Amazonia brasileña. Everett demuestra como muchas culturas no piensan de la misma forma con respecto a tiempo, espacio o los números.
Su padre Daniel Everett, misionero cristiano destacado en Brasil, se lo llevó pequeño de Estados Unidos a Rondonia, Brasil. Daniel era lingüista aunque su estadía en Brasil y su contacto con los indígenas lo llevó a descartar los modelos lingüistas de los años 60 y 70. No fueron pocos los agarrones que tuvo con Chomsky. De esta forma Caleb vivió entre Estados Unidos y las escuelas públicas de Sao Paulo y Porto Velho y las aldeas indígenas del interior de la Amazonia.
Vivió entre indígenas y pasó parte de su infancia pescando y jugando con ellos en ríos y bosques. Piensa que lo pasó bien pero hoy en día no expondría a sus hijos a ciertos peligros porque contrajo malaria aunque salió con bien de eso. Ya de grande estudió finanzas pero le faltaba algo, no estaba completo, luego estudió lingüística, se sacó un doctorado y volvió a Rondonia donde se dedicó a las lenguas amazónicas. Tomó para sí el debate que las lenguas moldean el mundo en que vivimos. Y descubrió un mundo maravilloso, donde las lenguas que investigó no se parecen en nada entre sí.
En algunas hay hasta siete tiempos, en que además de presente, pasado y futuro, hay aproximaciones a cada uno de estos conceptos. Hay indígenas de Venezuela y Brasil con una representación metafórica del futuro que se ubica detrás de cada individuo.
Lo explican diciendo que el futuro está detrás porque no se ve. El pasado, en vez, está delante porque se puede ver y así rememorar en cualquier momento. Caleb Everett es profesor de Lingüística Antropológica en la Universidad de Miami.
Pero también existe un tiempo completamente fuera del alcance de la Lingüística. Es el tiempo único, el tiempo de los artistas, los pintores, los escritores, los músicos. Es también el tiempo de los clarividentes. Se sumergen en él para ver lo que quieren y luego de esa fusión de tiempos vuelven a la realidad que no es más que una realidad paralela. A veces salir del tiempo único puede ser como un sobresalto, algo brusco y no siempre grato.
«¡Muchos muertos, muchos muertos!» gritó Giuseppe Verdi al terminar de leer el libreto de La Forza del Destino escrito por su libretista favorito Francesco María Piave sobre una obra teatral española «Don Álvaro o la Fuerza del Sino» del escritor Ángel de Saavedra, Duque de Rivas. «¡Muchos muertos!» siguió gritando Verdi y le dio un golpe al escritorio. Luego, sin más, se fue y le entregó el libreto a Antonio Ghislanzoni, poeta, autor de novelas y amigo.
No sabemos cuántos muertos desaparecieron como muertos para aparecer cual Lázaro como vivos, no vimos el primer libreto, pero todavía son muchos, tres, para una ópera de unas cuatro horas. Son el marqués de Calatrava a quien Don Álvaro mata sin querer lanzando al suelo una pistola que se dispara sola, su hijo Don Carlos en un duelo contra Álvaro y luego Leonora a quien Don Carlos apuñala en el pecho en un gesto de fraternal bonhomía. No falta la maldición del marqués, recurso literario infaltable para explicar tanta mala suerte.
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Se estrenó en San Petersburgo en setiembre de 1862. Verdi asistió al estreno y se puede admirar en Google con su ushanka y abrigo de piel. Hay una frase en el tercer acto que pronuncia Fray Melitón al acercarse al campamento donde hay soldados rodeados de mujeres: «¡Preferís las botellas a las batallas!»
Seguramente muchos ¡estarán de acuerdo!
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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