Diosdado versus Maduro, por Teodoro Petkoff
El terrible drama actual del chavismo versión Nicolás Maduro es que este no sólo no calza las botas de su antececesor, el «comandante eterno», sino que la propia base popular del movimiento no termina de asumirlo como EL líder. Siempre fue un dirigente del aparato administrativo gubernamental, en un ministerio de poco brillo en el interior del país, y, en el fondo, es más bien un desconocido para quienes se conformaron como movimiento en torno a la figura hiperquinética de Hugo Chávez.
En claro contraste con la volcánica personalidad de este, el chavismo de base lo asume «porque es lo que hay», y porque la dramática y al mismo tiempo patética solicitud, de un Chávez que se sabía ya casi moribundo, para que «en caso de que pasara algo», votaran por Maduro, le ha dotado de legitimidad, ciertamente un tanto artificial, pero muy necesaria para él, porque sabe bien que no es monedita de oro y que en la nuca le respira un cierto teniente retirado que no oculta sus ambiciones.
Esta contradicción no es un invento. Cuando Chávez ungió a Maduro, tenía a su lado derecho, con cara pétrea, a Diosdado Cabello, quien ni siquiera se inmutó cuando el jefe lo colocó tan obvia y abiertamente en segundo plano y rogó el voto para su hasta entonces canciller. Maduro no fue su compañero de armas, a diferencia de Diosdado, quien, ya se sabe, fue teniente; sin embargo, Chávez optó por el civil y no por el militar. Algunas versiones sostienen que tal decisión fue producto de una sugerencia de los cubanos, para quienes el anticomunista confeso que es Diosdado no es un sujeto confiable. No compartimos tal opinión, aunque sea cierto que a los cubanos Diosdado no les cae bien.
Chávez, por supuesto, oía a los cubanos y se vanagloriaba de su relación con ellos, pero sus decisiones en política nacional eran suyas y exclusivamente suyas. Cuando puso a un lado a Diosdado lo hizo porque lo conocía y tampoco le cuadraba su reaccionario lugarteniente. La condición militar o civil no tenía para él ninguna importancia. Para Chávez lo importante era la política y los criterios políticos de la gente que lo rodeaba. Y los criterios políticos de Cabello no le gustaban. Sabiéndose ya muy cerca de la muerte y colocado en el trance de tener que pensar en un sucesor, su decisión obedeció a que para él Maduro, comparado con Diosdado, el otro prevenido al bate, es un hombre de regular experiencia política, más dado a moverse con relativa soltura en los escenarios del debate político, en tanto que Cabello no termina de dejar de ser el teniente de pobre lenguaje, más bien torpe y de poca muñeca política.
Ahora Maduro está en la necesidad de afirmar el liderazgo que le fue otorgado pero del cual sabe que carece; de ahí sus poco felices intentos de imitar el lenguaje y hasta el lenguaje corporal de Chávez. Quiere ser visto como Chávez II. Se equivoca. Le saldría más bien reforzar sus propias cualidades y afirmar el perfil que le es propio.
En todo caso, buena parte de lo que está por venir entre nosotros depende del desenlace de esta contradicción y de cómo se mueva la oposición ante ella.