Diplomacia para la paz, por Teodoro Petkoff
Independientemente de la posición que se tenga tomada en el largo y doloroso conflicto palestino-israelí, la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo está abogando en estos momentos por la suspensión de las hostilidades, exigiendo de Israel el cese de las operaciones militares y también de Hamas la paralización de sus ataques coheteriles. La mayor parte de la humanidad entiende que ese conflicto no tiene solución militar y por eso todos los sectores que se sienten capaces de actuar lo están haciendo en el sentido de procurar un alto a los horrores de la guerra, para restablecer los fueros de la diplomacia y de la búsqueda civilizada de soluciones que, para decirlo de una vez, pasan insoslayablemente por la creación del Estado palestino. Mientas este aspecto del problema no sea abordado con verdadera decisión por la comunidad internacional y en particular por Estados Unidos, el justificado irredentismo palestino continuará alimentando las posturas más extremas, no sólo entre los árabes sino también entre los israelíes, acorralando, tanto en un bando como en el otro, a los sectores dispuestos a recorrer el camino de las soluciones pacificas y manteniendo bloqueadas éstas indefinidamente.
Dentro de este contexto, la expulsión del embajador de Israel por parte del gobierno venezolano, no es una contribución a los esfuerzos que se hacen hoy por procurar una suspensión de la confrontación armada. Por el contrario, va en sentido opuesto. Después de sesenta años de enfrentamiento entre árabes e israelíes, la experiencia demuestra que es absolutamente estéril cualquier aproximación a ese conflicto, sin tener en cuenta los infinitos matices que lo caracterizan y sin tratar de entender las razones y sinrazones de cada bando.
Pero, el gobierno venezolano, sin siquiera consultar otras opiniones en la región, donde florecen hoy tantas iniciativas integracionistas y pacifistas, y a sabiendas de que sobre este espinoso asunto las posturas prudentes, que no echen más leña a la candela, son las más convenientes, se ha apresurado, sin embargo, a dar un paso, la expulsión del embajador israelí, que acompaña la misma visión maniquea del gobierno de Bush, y que, tal como ésta, contribuye a mantener las cosas en el mismo callejón sin salida donde se encuentran desde mediados del siglo pasado.
Pero si bien internacionalmente no son comparables las responsabilidades de nuestro gobierno y del norteamericano, para la vida venezolana la expulsión del embajador de Israel podría estar cargada de muy sombrías consecuencias. En una sociedad tan polarizada como la nuestra, en la cual la línea divisoria separa visiones incondicionales en blanco y negro, la decisión tomada, acompañada de la presencia del Canciller y otros altos funcionario del gobierno en la mezquita de Los Caobos, dando a su postura política un incomprensible sesgo religioso, podría abrir la espita a conductas irracionales y a confrontaciones hasta hoy completamente ajenas a la venezolanidad. Aunque no sea sino por esta única razón, la acción del gobierno venezolano debe ser rechazada por la conciencia democrática del país.