División general, por Teodoro Petkoff

Las tormentosas peripecias que vive la llamada Alianza Patriótica, que funge como lugar de encuentro de los partidos oficialistas, con miras a las elecciones de noviembre, ilustra bien el fracaso de la concepción de Hugo Chávez, tanto sobre el partido único de la «revolución» como sobre el criterio que le merece la política de alianzas de su organización.
Se recordará que en diciembre de 2006, después de las elecciones presidenciales, Yo-El-Supremo estimó abierto el camino para dar cuerpo a uno de los tres pilares de su proyecto neo-totalitario: la creación de un partido único, como palanca para regimentar y encuadrar a los militantes y someterlos al cepo de la obediencia ciega (los otros dos fueron la reforma Constitucional y la Ley Habilitante). Fue así como, envanecido y arrogante, proclamó la necesidad de un «partido único», cuya creación, aseveró, no iba a discutir con nadie. Su sorpresa fue mayúscula cuando los tres principales aliados (Podemos, PPT y PCV) se negaron a acompañarlo en esa aventura y reclamaron su derecho a mantenerse dentro del «frente revolucionario» como organizaciones autónomas, con su perfil específico. No necesitaron mucho esfuerzo para percibir que no había ningún debate de ideas que presidiera tal fusión, sino que ésta respondía a los particulares propósitos de Chávez de disolver los liderazgos de sus aliados en el mazacote del «partido único» y suprimir, por vía disciplinaria, todo matiz distinto al rojo-rojito en su movimiento. No surgiría el «partido único» de un proceso de convergencia doctrinaria y política sino de la imposición autoritaria de Yo-El-Supremo.
Fracasó. Una sociedad democrática, por imperfecta y precaria que sea, no admite ni pensamiento ni partido único. No sólo se le fue Podemos, sino que debió calarse a PPT y PCV como factores autónomos en la alianza oficialista.
Para colmo, varios grupúsculos que inicialmente acataron el llamado presidencial y se autodisolvieron, recuperaron su anterior status, de modo que el PSUV terminó por ser tan sólo el nuevo nombre del MVR, con el añadido de unos pocos pepetistas y comunistas, que, si nos atuviéramos al brutal léxico de Chávez, habrían «traicionado» a sus partidos.
No hay, pues, tal partido «unido». En varios estados, disidencias internas han desafiado al Gran Capo. Pero tampoco existe la alianza. La prepotencia del PSUV, expresada, en particular, a través de su vocero, el dipsómano «general de (la) división», Müller Rojas, está dinamitando la existencia misma de la alianza. El «socialismo del siglo XXI», para sus gestores y beneficiarios, es incompatible con una concepción democrática de la vida y de la política. Es esencialmente autoritario y subordinado al personalismo del caudillo. Por eso es que no tiene vida.