Dominga Ortiz Orzúa de Páez, la primera dama que no fue, por Rafael A. Sanabria M.
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Dominga Ortiz Orzúa nació en Canaguá, Barinas, el 1 de noviembre de 1792. Casó con José Antonio Páez, ambos muy jóvenes (17 y 19 años), siendo la única esposa legítima del presidente Páez. Sus padres fueron el ganadero Francisco de Paula Ortiz y Micaela Orzúa, apellido de relieve en la sociedad barinesa. Quedó huérfana de padre y madre a temprana edad y fue criada por sus tíos maternos, quienes administraban el hato heredado de sus padres.
Contrajo matrimonio el 1 de julio de 1809 en su pueblo natal, tuvo dos hijos: Manuel Antonio Páez Orzúa y María del Rosario Páez de Llamosas. Después de los sucesos del 19 de abril de 1810 su esposo se alistó en las filas patriotas. Era común verla entre las filas, y fue conocida por la tropa como La Señora.
Después del triunfo definitivo de la Batalla de Carabobo, Páez se enamoró de Barbarita Nieves y se alejó de Dominga, la que regresó a Barinas para desaparecer de la vida pública, mientras la más refinada Barbarita era mimada por la sociedad como la primera dama, anomalía que por cierto se ha venido repitiendo en Venezuela incluso con consecuencias diplomáticas.
Cuando Páez fue puesto preso luego de desembarcar en La Vela de Coro el 2 de julio 1849, doña Dominga reapareció luego de tantos años para visitarlo, acompañada de su hija María del Rosario, en el calabozo del Castillo de Cumaná. Entonces doña Dominga hizo denodadas gestiones ante el presidente José Tadeo Monagas para lograr su libertad. Lograda ésta se embarcó con él en el buque Libertador hasta Saint Thomas, para cerciorarse así que Páez llegaba en buenas condiciones. Comprobado esto regresó el 28 de mayo de 1850 a Barinas, para no volver a verse más.
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Los bienes de ellos fueron confiscados y no logró recuperarlos. En su ancianidad, Dominga pasó por la vejación de solicitar del Congreso «la limosna de una pensión, por cuanto los bienes del General Páez nunca le fueron devueltos y tampoco los de ella, que como bien se sabía eran herencia familiar y no fruto de manejos políticos». Según sus propias palabras ella era una «viuda pobre, muy pobre, anciana y desvalida» que hizo del sufrimiento característica notoria de su vida.
Muy joven sufrió los avatares de la Guerra. En su juventud como enfermera de las tropas, en su madurez con el abandono del marido a ella y a sus hijos, y en la ancianidad la traición de los amigos y el desconocimiento de los inmensos sacrificios por la patria, tanto de su marido como de ella y la más triste pobreza material. Murió de 83 años, en Caracas el 31 de diciembre de 1875.
El cronista Henry Nadales dice (2006) que «por amor a la causa de la Independencia y a su marido participó en algunas campañas por la liberación de Venezuela… En 1816 organizó un grupo de mujeres en Valle de la Pascua para atender y curar a los heridos del ejército de llaneros que luchaban por la emancipación. Dominga fue una mujer modesta y profundamente bondadosa». Sobre la bondad y compromiso de doña Dominga, F. González Guinand señala «Es que Dominga era en el ejército republicano un consuelo para todos los que sufrían heridas o enfermedades».
Durante la epidemia de fiebre de 1817 que diezmó al ejército patriota, «fue una verdadera hermana de la caridad, asistiéndolos a todos, especialmente a su esposo, con asiduidad y afecto dignos de los mayores encomios». Y así fue siempre… una bendición para la muchedumbre que emigraba de los pueblos por el horror que producía el acoso de los realistas.
El propio Simón Bolívar, cuando llegó a Apure en 1818, hizo públicas y oficiales manifestaciones de gratitud a esta dama sin igual. Ella vive como heroína en el recuerdo de las generaciones. Imborrable es su ejemplo de mujer extraordinaria que en el momento más aciago fue a Valle de la Pascua a organizar samaritanas que dieran aliento y consuelo a los sobrevivientes de las epidemias y la guerra, que subsistían en los vestigios de aquel pueblo arrasado. Con doña Dominga Ortiz los vallepascuenses tienen una eterna deuda de gratitud.
La vida de doña Dominga Ortiz Orzúa es la más alta expresión de abnegación, fidelidad y constancia.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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