Don Gerónimo el analista, por Fernando Rodríguez
Don Gerónimo suele dar una especie de charla semanal, los domingos por la tarde, cuando buena parte de la familia y algunos vecinos juegan cartas, canasta, desde hace ya casi treinta años. El no falta nunca, aunque detesta el juego, limitándose a ilustrar políticamente al colectivo y a beberse el buen ron de la casa, que está tan caro. Sí, algunos de los participantes han muerto, otros se han ido para no volver (viajeros sin retorno o indignados por siempre por alguna polémica distorsión en alguna jugada, por ejemplo.) A don Gerónimo lo acredita como analista unos años, sin pena ni gloria, de muy incolora militancia en Copei, ya lejanos, y su amistad con un exdiputado verde, su vecino, hoy con principios de demencia senil.
Sus alocuciones que casi nadie sigue, atareados por el ir y venir de las cartas, y la certeza de que don Gerónimo hace mucho tiempo que no pega una en sus diagnósticos y pronósticos. Pero este no se inmuta demasiado por el débil efecto de sus peroratas, y se conforma con una que otra mirada vacía o una sonrisita fingida cuando pretende ejercer el humor o la ironía. Y así pasan los domingos y los años.
Un solo ejemplo podría ser el siguiente: hace solo unos días, después del insólito golpe de algo, dicen que de Estado, que sucedió en el elevado de Altamira el 30 de abril y la brutal e ilegal respuesta del gobierno contra los diputados opositores don Gerónimo fue especialmente dramático y categórico. La hora O había llegado –ahora sí, lo aseguro- . Alguien dijo a media voz que era la enésima vez, pero el caballero se hizo el sordo.
La hora O porque el gobierno había decidido asumir la dictadura absoluta y que íbamos, de no detenerlo, camino de los sesenta años de Cuba, que dada la longevidad promedio del auditorio les negaba a todos el disfrute de la democracia perdida y además lo que venía era más miseria, menos agua y luz, transporte y gasolina, salud y alimentos, etc. Pero el dato misterioso es que Maduro ya no mandaba sino el feroz Diosdado apoyado por cuanto gorila con charreteras andaba por ahí, Padrino a la cabeza. Amén de colectivos, cubanos, rusos, narcos, milicianos longevos, guerrilleros colombianos, pranes disfrazados, feroces guardias iraníes, turcos, sirios, etc.
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No obstante la respuesta opositora iba a ser demoledora y seguramente vencedora gracias a la invasión implacable de los halcones de Trump, seguidos de Duque y Bolsonaro, que harían trizas esas bandas anárquicas y mal armadas en comparación con el inimaginable poder del ejército gringo. Claro, habría sangre y destrucción pero ese es el lenguaje de la historia… A decir verdad esto despertó una atención algo más intensa que la habitual pero no paró el cruce de las cartas y una que otra discusión por jugadas impropias, contrarias a las normas del juego. El anciano rostro de don Gerónimo se veía más deteriorado que de ordinario, cónsono con la dramática predicción.
Resulta que en la semana siguiente Gerónimo, que empleaba su jubilación en leer en la computadora cuanta noticia aparece y, con la ayuda de un nieto púber, había aprendido a manejar las redes en el teléfono que le regalaron los hijos en sus ochenta primaveras; poco a poco se fue enterando de un diálogo en Noruega nada menos que entre maduristas y guaidocistas, con nombres y apellidos, con el apoyo de medio mundo, Naciones Unidas, europeos, Vaticano, al parecer hasta cubanos y cuidado si chinos y rusos, grupo de Lima seguro…
Don Gerónimo no daba crédito a lo que leía, pero hasta Guaidó y Maduro lo confirmaron. ¿Y entonces la guerra inevitable? ¿Y las ráfagas de miedo que creyó ver en algunos rostros de su auditorio dominical ante su guerra sin límites ni clemencias? Este es un país que está más loco que el pobre Julián, mi vecino, pensó. Ahora no sé qué decir este domingo, no sé. Pero si apenas ayer Cabello cortaba sonriente las cabezas de la inmunidad parlamentaria mientras los constituyentitas echaban un camaroncito o bachaqueaban en grande o alguno gritaba destemplada y anárquicamente yanquis go home, o socialismo o muerte y otras novedades. Ahora diálogo y en Noruega, se repetía desconcertado Gerónimo, Noruega que dicen y que es milagrosa para estos asuntos.
La tía Gertrudis anunció, el domingo siguiente, que Gerónimo llamó para decir que no vendría hoy porque tenía una devastadora gripe, la que llaman la noruega, y una tenaz fiebre que no lograba controlar
Hubo, por cierto, como un evidente respiro y más sonrisas que las habituales.