¿Dónde está el sentido común?, por Simón García
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No es común hacerse preguntas como la del título de este artículo, porque portamos cerebros polarizados, incendiados por negar al otro, privados del derecho a reconocerle un gramo de verdad a la opinión diferente, proclives a combatir una posición contraria antes de comprenderla. En esta guerra civil entre opiniones no hay términos medios ni lugar para un vacilante centro político.
Andamos dentro de un laberinto donde las posiciones extremistas comienzan a merecer respeto por la pasión con la que rescatan la desesperación ante una destrucción que parece no tener salida. El avance de figuras como María Corina, revelan el achantamiento de quienes deberían sostener esperanzas en una alternativa creíble y viable.
La política, siempre anudada al tiempo, se cristaliza dentro de ventanas de riesgos y oportunidades. Pero hay dirigentes opositores que prefieren no jugar para no arriesgar y cultivan la paradoja de fuerzas que se dicen de cambio que no cambian.
Los extremistas apuntan a correr más rápido hacia el precipicio, los radicales prefieren no moverse mientras la tierra se abre a sus pies. ¿Quién descubre otro rumbo?
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El silencio sobre los errores, la indiferencia ante mermas en la audiencia internacional y en la influencia en el país, la percepción fanática que nos hace ver como triunfos nuestros decisiones del régimen para aislarnos, está dibujándonos una pérdida de realidad que bordea el límite de las consideraciones que se le deben a un equipo dirigente que ha estado en la primera línea y que insiste en hacer del fracaso su rutina.
Una fotografía aérea de la oposición debería mostrar un mapa donde resalta el incremento de conflictividad interna dentro del campo opositor y la baja eficacia de las pocas acciones que se emprenden para debilitar al régimen.
En segundo lugar, la existencia de una ancha separación entre el campo opositor y la abrumadora mayoría inconforme y contraria a las políticas de Maduro. Y en tercer lugar, la ausencia de gestos de aproximación y menos de concertación entre las tres o cuatro partes en las que se divide una oposición irrealmente existente. Más de la mitad del país no cree en los líderes de la oposición.
En esos escenarios es más útil sustituir la estrategia que sustituir dirigentes. Pero es una urgencia recomponer una dirección opositora, más allá de la positiva reorganización de las fuerzas que sostuvieron el mantra y que hoy parecen dejarlo de lado bajo la orientación de Guaidó.
Es evidente que el gobierno pretende sustituir el voto y las elecciones por un poder comunal de Asambleas a mano alzada. Un objetivo que obliga a la defensa del voto de la manera más eficaz: ejerciéndolo contra el plan de control absoluto sobre los poderes públicos regionales y locales.
Necesitamos una oposición que exista después de las redes sociales y retorne a todo el acercamiento social que sea posible en pandemia y cuarentenas. Necesitamos acordar una oferta conjunta de transición basada en un entendimiento con un gobierno que persiste en tener a Cuba como modelo.
La unidad es la llave para retornar a la acumulación de éxitos. El primer entendimiento es entre quienes desean otro país, al margen de la proveniencia de sus integrantes o de las discrepancias respecto a las formas de lucha para lograrlo. El segundo entendimiento debe abarcar a todos los descontentos y reunir aportes para reconstruir lo destruido.
No hay iluminados. Pero el país necesita que alguien prenda una luz en el túnel.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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