Dos claves del crecimiento económico latinoamericano, por Carlos Andrés Brando
En la década que va del año 2003 al 2012, el crecimiento económico de la región alcanzó el 3.8% (promedio anual del PIB). En los 10 años siguientes, este indicador cayó al 1.3%. El periodo de mayor crecimiento estuvo marcado por un notable desempeño del sector externo. En línea con su larga historia como proveedora de commodities en la división mundial del trabajo, América Latina exportó crecientes volúmenes de petróleo, carbón, oro, cobre, estaño, soja, carne de res, harina de pescado, camarones, cacao y demás bienes primarios. El papel de China en lo que se conoce como el “súper ciclo” de commodities fue determinante para mantener los precios internacionales de estos en niveles altos.
Cuando la demanda asiática se debilitó, nuestras exportaciones perdieron dinamismo y las economías nacionales en general se ralentizaron, arrojando los magros resultados de los últimos tiempos. La importancia de la demanda externa por productos originados en la afortunada dotación de recursos naturales que la región ha exhibido por siglos es innegable. Ahora, a pesar de las grandes diferencias entre las dos décadas, el factor común al desempeño de largo plazo latinoamericano no radica tanto en las dinámicas de precios y demanda externa como en nuestra propia productividad. Veamos en detalle, yendo más atrás.
Entre 1980 y 2021 el PIB latinoamericano pasó de US $ 783 billones a US $ 5,500 billones, un incremento del 600% (según datos de World Bank Database). Un guarismo muy respetable, aparentemente. En 1980 la región contaba con 362 millones de habitantes; en 2021 con casi el doble, 656 millones. El ingreso por persona en dólares en 1980 equivalía a US $2,162, mientras que en 2021 llegaba a US $8,384. El alza medida en términos per cápita se reduce al 290%. Este simple ejercicio nos confronta con una intuición que sugiere que la causa más importante detrás del crecimiento económico (o del mayor tamaño de la tarta) no es la mayor eficiencia con la que combinamos los factores de producción, a saber, tierra, capital y trabajo; sino que más bien utilizamos mayores cantidades de estos (más leche, harina, huevos y energía para hacer la tarta que técnicas y tecnología para hacer rendir sus ingredientes).
El problema fundamental de las economías latinoamericanas ha sido y sigue siendo el de la productividad, es decir: el cómo hacemos la tarta.
Los economistas distinguen las fuentes del crecimiento en dos tipos: la que viene de mayores insumos para producir bienes y servicios, y la derivada de mayores eficiencias para hacerlo. Desde los años 20 del siglo pasado el mayor aumento de insumos ha consistido en el número de personas. La explosión demográfica (un rápido y significativo crecimiento de la población en la cual las tasas de natalidad superan a las de mortalidad), acompañada de mayor esperanza de vida, significó que la población latinoamericana se multiplicó por un factor de 8 y pasó de menos de 100 millones a casi 800 actualmente (un ritmo anual de algo más del 2%).
La otra fuente, aquella relacionada con la eficiencia con la cual ese creciente número de personas también trabaja para producir esos bienes y servicios, conocido como la PMF (Productividad Multi-Factorial), durante los últimos 20 años ha sido negativa en una escala pequeña –pero negativa, igualmente–, según cálculos del Fondo Monetario Internacional.
Aunque hay diferencias importantes al interior de la región, en general la situación no es halagüeña para nadie.
¿Cuál es el reto que enfrenta la región entonces? El problema radica en la evolución de su principal fuente de crecimiento hasta ahora, la gente, pues, como ya vimos, no ha sido la productividad la que lo explica.
La transición demográfica que comenzó hace más de 100 años se encuentra hoy en una etapa relativamente avanzada, una tendencia hacia el equilibrio (en niveles bajos) de las muertes y los nacimientos totales. Esto tiene dos implicaciones.
Primero, que las tasas a las cuales venía creciendo la población año tras año serán menores en el futuro inmediato. Así pues, la cantidad de ingredientes para producir la tarta se empieza a reducir. Para mantener la población de una sociedad estable (sin considerar flujos migratorios internacionales) esta debe alcanzar lo que los demógrafos denominan la tasa de fecundidad de sustitución o reemplazo, que es de 2,1 hijos por mujer en edad reproductiva (entre los 15 y 49 años aproximadamente).
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Datos recientes de un trabajo conjunto de la Organización Panamericana de la Salud y de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (OPS-CEPALC) indican que un total de 23 países se encuentran actualmente en ese grupo: 14 del Caribe, 3 de América Central (Costa Rica, El Salvador y México) y 4 de América del Sur (Chile, Brasil, Colombia y Uruguay). Argentina se encuentra próxima a este desde comienzos de siglo.
Segunda implicación: a medida que la tasa de crecimiento poblacional disminuye, su población también envejece. Y esto impacta en el crecimiento económico de otras dos maneras. Por un lado, a medida que la sociedad envejece, la ratio de dependencia se eleva. Esto quiere decir que el número de personas mayores de 65 años que dependen de un tercero (sea de la familia o del Estado) para mantener sus ingresos crece con relación al segmento de la población económicamente activa (entre los 15 y 64 años).
La ventaja temporal que tuvieron las sociedades en las etapas intermedias de la transición demográfica, como le ocurrió a gran parte de América Latina entre las décadas del 40 y del 80 del S. XX, exhibiendo niveles muy bajos de esta dependencia, ahora se torna en desventaja.
Por otro lado, el registro histórico tiende a indicar que son los jóvenes (y no los viejos) los agentes que dinamizan la economía a través de empresas y emprendimientos que innovan tanto en los productos como en los procesos de producción, y de la adopción temprana de prácticas y tecnologías disruptivas. Como sabemos, los jóvenes son menos reacios al cambio.
América Latina no se ha caracterizado por crecer económicamente a punta de mejoras en la productividad. Su crecimiento ha estado sostenido considerablemente por la expansión de su población.
El arribo a las etapas avanzadas de la transición demográfica empieza a estrechar el crecimiento por esta vía y hace imperativo lograrlo haciendo a sus pobladores más eficientes –tanto viejos como jóvenes–. Un reto extraordinario.
Carlos Andrés Brando es Doctor en Historia Económica por London School of Economics and Political Science. Investig. de postdoctorado en la Univ. de los Andes (Bogotá). Fue prof. visitante en la Univ. Pompeu Fabra (Barcelona) y Decano de la Fac. de C. Económicas de la Univ. Tadeo Lozano (Bogotá).
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