Dos y la nica, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
Juan y Eudoxia mantenían su hogar más a flote que muchos de los de los vecinos en la Barquisimeto de la década de los 30. Él, con las compras de puercos y chivos vivos, para luego vender la carne; ella, con las ideas que ponía en práctica para ayudar la economía doméstica. Ahí tenía el cuidado de párvulos de madres solteras que a veces necesitaban hacer diligencias; y le estaba yendo muy bien. Ahora, la esposa le explicaba otra inspiración.
–Fíjate, acá en Barquisimeto tenemos caimaneras todos los fines de semana, y se me ocurre que la venta ambulante de empanadas será una buena oportunidad. Debemos seleccionar los juegos más concurridos; e incluir los del cuartel Lara; tú te encargas de conseguir el permiso. Con unas doscientas empanadas, y preferiblemente en el juego del sábado, nos iría bien con una idea que se me ocurrió.
–¿Serán más grande? –la interrumpió Juan.
–No, un juego de números; el precio será, en principio, dos empanadas por una locha o cinco por medio; y acá viene lo que se me ocurrió. Cuando se hayan vendido suficientes, ponemos la oferta de dos empanadas por una locha y damos una nica de vuelto; así ganamos adeptos y famas de esplendidos. ¿Qué te parece?
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Admirado él, y pensativo por un instante, contestó:
–Pero debemos saber cuándo lanzar la oferta.
–Claro, si es muy temprano, no será buen negocio. Yo he calculado –ella podía hacerlo, él no–, que el objetivo es vender doscientas empanadas. Si las vendiéramos todas a dos por una locha, obtendríamos 12.75 bolívares; si todas a cinco por medio, 10 bs; entre esos dos valores tendríamos una venta minina total al año de 520 bs[1]. Así, Juan, hay que empezar la oferta cuando queden unas veinte empanadas por vender.
Y empezaron. Juan se encargaba de la venta; su hijo Antonio le ubicaba el mejor juego del fin de semana; el de mayor concurrencia estimadas. Le fue muy bien. Después de diez meses, el padre quería pasarle la batuta al hijo; pero aún no podía porque Antonio no se había alargado los pantalones; con pantalones cortos, nadie lo respetaría ni le harían caso, aparte de que podía ser víctima de engaños.
Y es que en la bucólica Barquisimeto de esa época las tradiciones se respetaban. Destacábanse la del alargamiento de los pantalones de los muchachos cuando se consideraban que ya eran hombres crecidos y lo sagrado de las nueve misas de aguinaldo de diciembre, con su juego de la bola incandescente incluido, frente a la iglesia. Y no podían faltar las tertulias vespertinas en las esquinas; y las pilitas de agua eran el sitio para enterarse de lo que pasaba en el barrio.
Luego de quince meses de venta de empanadas con el método ideado por Eudoxia, Juan estuvo una semana enseñándole la teoría al hijo. Empezó con la vociferación del producto; buscar los sitios donde hubiese espectadores bebiendo; estos siempre tenían hambre. La madre aprobó el pase del testigo y Antonio salió a su primera experiencia.
El padre dedicó el día a comprar dos marranos para las fiestas navideñas; regresó a la casa a las seis de tarde; la esposa no estaba muy contenta.
–¿Qué pasó?
–Pasó que Antonio solo trajo 7.50 bolívares –replicó Eudoxia–.
–¿Lo robaron?
–No, ojalá. Más tonto todavía. Dime una cosa, Juan, ¿tú le explicaste que la oferta de las dos empanadas y una nica de vuelto era para cuando quedaran pocas?
–Bueno, yo creo que sí, Eudoxia
–¡Ay!, Juan, no lo hiciste. Él empezó con la oferta desde el principio.
–¿Pero cómo hizo? Si no había vendido nada, no tenía nicas
–Bueno, se llevó las que había en la totuma de las ventas anteriores.
–Muchacho pendejo. ¿Y dónde está…?
–Déjalo, está escribiendo la experiencia de hoy. No hay nada que hacer, nos salió bohemio.
[1] El salario anual en el sector agrícola en la Venezuela de 1935 era de 209 bs.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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