Duelo de chistes, por Marcial Fonseca

Su amistad nació cuando cursaban tercer grado de primaria en el Grupo Escolar José Antonio Álamo de Duaca, Lara. Sus rutinas como discentes eran las mismas: asistir a clases, disfrutar el recreo a las diez de la mañana, ir a casa a las once y media, almorzar y regresar al aula exactamente a las dos. Las tardes generalmente les producía modurria tanto a ellos dos como a los docentes. Terminaban a las cuatro y retornaban a sus respectivos hogares.
Finalizada la primaria, ambos se inscribieron en el Instituto Nocturno Comercial para estudiar Administración y Contabilidad. Terminada la carrera, consiguieron trabajo en el central azucarero local al mismo tiempo que se identificaban con el partido político principal del país. Y se sumergieron en la política del pueblo, participaron en unas elecciones municipales y fueron electos ediles.
Sus primeros pasos fueron muy tímidos y simples, invitar a unas amigas a comer cuando andaban en funciones de la Cámara, y quizás pagar el hotel con dinero del erario municipal. Pero al ver las danzas de millones frente a ellos, sí que aprendieron rápidamente el juego. Sin embargo, la justicia prevaleció, fueron descubiertos y sentenciados a cinco años de prisión. Y tuvieron suerte, el alcaide era amigo de una de las esposas de ellos lo que se tradujo en un muy buen trato interno. Así, fueron puestos juntos en una misma celda, que de paso era muy cómoda y equipada con nevera y televisor.
Se adaptaron a la soledad de la cárcel, las conversaciones entre ellos se hicieron muy notoria para los otros prisioneros y para los mismos guardias. A estos le llamaban la atención la cantidad de risa que salía de la celda; presentaron un informe, y en él reflejaban que las carcajadas eran porque los prisioneros estaban en un permanente concurso de chistes. Citaron varios ejemplos de estos:
–Mire –contaba uno de ellos–, un señor está lavando su carro frente a la puerta de su casa, la esposa lo veía desde unas de las ventanas de la vivienda. Pasaron dos mujeres con sus velos, dice él, «Hacen pecar a uno siendo domingo», «Ponte a pecar, Toño, ponte a pecar y verás lo que te pasará», respondió la esposa. Las damas, riéndose, continuaron su camino y él, lavando su vehículo.
–Ese está muy bueno –comentó el otro preso y continuó. – Mire, ¿Y qué le parece este?: Sí señor y no señor son dos señores.
–Preciso y corto, como dicen en mi pueblo, legal legal. Aquí tengo otro: Un hombre va al médico y le dice, doctor, me duele aquí; tengo un poco de hinchazón, si usted me prescribe Amoxicilina, me curo. El galeno tomó su bloc de notas y le recetó lo que pedía y le cobró veinte bolívares. El paciente se fue diciéndose a sí mismo: yo si soy pendejo, le dije qué recetarme y de paso le pagué.
Con el tiempo, los guardias notaron que hablaban menos, aunque seguían riéndose a carcajadas. Se acercaron disimuladamente para saber el por qué:
–Compa –decía uno de ellos–, se acuerda del chiste del mesonero, creo que era el número 4 que usted me contó.
–Sí, sí, el 4; claro que me acuerdo, pero el 20 suyo era una preciosura. jajaja.
–No tanto no tanto, amigo mío, jamás competiría con su 7; ¿le viene a la memoria.
–¡Claro!, me acuerdo perfectamente, tan bueno como el 3 que me contó ayer; jejeje.
–¡Jajaja!, ese era realmente genial, pero, aun así, su 7 les gana a todos.
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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