E ingresé en la UCV (II), por Humberto Mendoza D’Paola

Twitter: @Giminiano
Después de mucho bregar en el Comité Nacional de Preinscritos, recorriendo todo el país desde Mérida pasando por el Táchira regresando a Trujillo parando en mi natal Estado Lara, dirigimos la mirada al Zulia, siempre difícil para cualquier meta que alguien se imponga.
Formado un movimiento nacional que llegó a agrupar no sólo a vanguardias politizadas nucleadas alrededor de las universidades de Oriente, Central de Venezuela, Carabobo, Universidad Centro Occidental, Zulia, Los Andes y, los núcleos de las diferentes universidades constituidas en el estado Táchira; El CNU –Consejo Nacional de Universidades– y demás autoridades universitarias, llegaron a la conclusión de que había que atender las demandas del Comité Nacional de Preinscritos y comenzar un proceso de regularizar su presencia en las distintas universidades, nuestra lucha combinaba la calle y las plazas internas de nuestras universidades y sus aulas de estudio en las cuales acudíamos como oyentes, dejando constancia de que por ese hecho no abandonábamos nuestras legítimas aspiraciones de ingresar formalmente a las universidades a través del mecanismo de inscripción por las respectivas oficinas de control de estudio.
Así logramos que al menos quince mil (15.000) de los cuarenta y siete mil (47.000) rechazados, ingresábamos al sistema de Educación Superior de las principales universidades del país y que el resto ingresase a los politécnicos, institutos universitarios, pedagógicos y demás institutos de Educación Superior a los cuales cada vocación y posibilidad permitió que los bachilleres escogieran. Algunos desertaron.
Yo logré ser inscrito en la Escuela de Derecho de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UCV, donde ya venía asistiendo como oyente. Recuerdo al Dr. José Alberto Zambrano Velasco, un hombre bueno a quien le expresaría tardíamente lo mucho que sentí el haber tenido que enfrentarlo de una manera ruda y agresiva en nuestra campaña por el ingreso a la Universidad.
Ya formalmente inscrito, tomé mucho más en serio mis clases de Derecho, con profesores del prestigio de don Rafael Pizani, el gran Rector de la UCV y ministro de Educación, quien se mantenía impecable en su Cátedra de Introducción al Derecho. Pizani nos hacía fácil lo complejo de Di Giorgio, de Recasens Siches, de Carlos Cosío, de Radbruch, Kelsen, Carl Schmitt y muchos otros; de la Teoría Pura del Derecho y del Ius Naturalismo. A quienes veníamos de un bachillerato deficitario y para colmo en Ciencias, se hubiera tornado imposible de no ser por la formación de nuestros padres y amigos de discusiones filosóficas políticas, aparte de lo sencillo, dentro de lo denso de sus explicaciones que nos transmitía el Gran Maestro.
A las siete de la mañana teníamos clase de Derecho Constitucional con un personaje cuyo nombre nada nos decía en ese momento: era un hombre moreno claro, de estatura media, delgado y con una barba que si acaso se notaba. Su nombre: José Brito González. Su procedencia: el Instituto de Estudios Político creado por el Maestro Manuel García Pelayo y dirigido por Juan Carlos Rey. Brito González era un profesor duro, difícil y curvero, pero que se adentraba a fondo en la Teoría General del Estado. Gran expositor y difusor de las mejores bibliografías en las cuales consultar –todas disponibles en la Biblioteca de la Facultad–.
*Lea también: El futuro probable, por Pablo M. Peñaranda H.
Tuvimos la fortuna de tener como profesor de Derecho Romano I, a don Sebastián Artiles, oriundo y prócer de Macuto, Vargas. El favorito de toda la clase. Dicharachero, con una esplendorosa sonrisa, entre cuento y chiste nos enseñó con el mayor rigor las Instituciones del Derecho Romano. Don Sebastián Artiles, un gran maestro romanista, civilista y un profesor excepcional de Casación Civil. Entre chistes, cuentos, parodias y el mejor humor, a todos sus alumnos nos hizo aprehender Derecho Romano, base del Derecho Civil, columna vertebral de nuestro ordenamiento jurídico subconstitucional.
En Sociología Jurídica tuvimos como profesora a Carmen Luisa Reyna Calvani de Roche, una talentosa y bella mujer que nos impulsó al estudio de los grandes autores de la sociología del Derecho. Quizá muy apegada a Durkheim y con alergia a Marx, para entonces mi gran norte, era imposible llevarse mal con ella por su dulzura y lo bueno que prepara sus clases.
En Derecho Civil I tuvimos a Lourdes Wills, quizás estrenándose en las lides. Muy elegante, adeca, de buenos modales, seguía el libro de don José Luis Aguilar Gorrondona lo mejor que podía. Peleamos mucho por mi antiadequismo de entonces.
De nuestro profesor de Economía Política, sólo diré que se incorporó cinco semanas después de comenzado el curso y luego de muchos reclamos.
Esta, digamos, fue mi vida formal en mi primer año de escolaridad universitaria.
Humberto Mendoza D’Paola es abogado egresado de la UCV
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