Echar al mal jinete y olvidar las enseñanzas del entrenador, por Tulio Ramírez
Twitter: @tulioramirezc
La carrera iba a ser muy dura. Era casi imposible ganarla. Nadie daba un centavo por el triunfo. Muchos aseguraban que no valía la pena correr. La derrota estaba cantada. Cualquiera de los competidores tendría más posibilidad de ocupar un lugar honroso. No solo eran participantes con mejores ejemplares, sino también dirigidos por experimentados conductores, acostumbrados a exigir pero también a dar lo mejor de sí, para obtener la victoria.
Los apostadores sensatos no arriesgaron. En los milagros se cree, solo después que ocurren. En estas justas se aplica la ley de las probabilidades y no se improvisa dejando las cosas al azar. La ciencia indicaba que solo un milagro podía hacer que se ganara, y los milagros son poco probables. Invertir en esa remota posibilidad era como tirar dinero al fuego con la esperanza de que se multiplicase.
Además, la historia ha señalado suficientemente que este tipo de competencias siempre se reservó para los mejores, para los que se fajaban, para los que estaban acostumbrados a ganar por el esfuerzo invertido, y el inteligente uso de los recursos disponibles.
Sin embargo, finalmente, los imponderables del destino permitieron que ocupara un lugar en el puesto de salida. Era una nueva oportunidad. Los contrincantes se veían gigantes, habían ocupado puestos honorables en competencias de similar rango.
Contar con experimentados guías, acostumbrados a lograr lo mejor y con destrezas en el arte de gobernar a quien no necesariamente posee conciencia plena de los frutos del sacrificio, siempre fue un plus. Esto hacía la diferencia con los que fueron guiados por inexpertos y charlatanes. El hándicap era evidente.
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Se dio la partida y cómo era de esperarse, nuestro ejemplar partió entre los últimos. Parecía que el final estaba decretado a solo segundos de comenzar la carrera. Pensábamos que, acostumbrados a poseer todos los records negativos, ese día no iba a ser diferente. La atención de todos se centró en los que iban al frente del batallón. Los que iban a la zaga solo hacían bulto. Recordaba a aquellos extras de las películas que solo aparecen en pantalla esporádicamente, sin dialogo alguno ni créditos al final.
De pronto, para sorpresa de todos, comenzó a acercarse al grupo que punteaba. Su atropellada fue digna de atención. Esquivando obstáculos, buscando claros y evitando encontronazos innecesarios que le haría perder terreno, fue deslizándose hacia los primeros lugares, hasta que en el último segundo logra alcanzar la meta sin enemigos.
Esta avanzada arrolladora no se dio gracias a foetazos inmisericordes y menos a un despilfarro de energías para tratar de evitar que otros obtuvieran la victoria, sino a una magistral conducción, en una suerte de simbiosis entre dirigente y dirigido.
Pensará el amigo lector que estoy haciendo una crónica sobre la magistral carrera realizada por el ejemplar Rich Strike bajo la conducción del jinete venezolano Sonny León en el Kentucky Derby. Pues no mí estimado, no me refiero a ese importante, inolvidable y merecido triunfo. Me refiero a un sueño que tuve, seguramente impactado por la carrera en cuestión.
En ese sueño Venezuela participaba en el Derby del progreso, la prosperidad y la felicidad de sus ciudadanos. Contra todo pronóstico, terminó, victoriosa. Definitivamente algo había cambiado.
Después de más de 20 años llegando detrás de la ambulancia, sus propietarios, los venezolanos, decidieron despedir al pésimo jinete que la llevó de derrota en derrota, y tirar al cesto de la basura las enseñanzas de su último entrenador. El resultado, después de un esfuerzo por recuperar el tiempo perdido con disciplina, reglas claras, objetivos precisos, mucho trabajo y una impecable conducción de su nuevo jinete, logró obtener una victoria que le había sido esquiva por mucho tiempo. Lástima que desperté pero ese sueño se puede hacer realidad.
Tulio Ramírez es Abogado, Sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL
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