Ecolocación (I), por Rafael Henrique Iribarren Baralt
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Las manifestaciones de una inteligencia superior.
Soy de una generación que creció creyendo equivocadamente que el cerebro era una suerte de computadora que, si bien era capaz de hacer prodigios, si se dañaba no había mucho de lo que se podía hacer para remediarlo. Célebres casos de recuperaciones asombrosas, como, por ejemplo, las de soldados cuyos cerebros habían sido gravemente lesionados, parecían decirme: «Hay un universo por descubrir en el ser humano».
Una de las lecturas que me abrió las puertas, al hasta entonces para mí inexplorado mundo de la recuperación de las funciones cerebrales, fue un reportaje periodístico, el cual daba cuenta de un método, adelantadísimo para el momento de su implementación en los años ochenta, creado por el psicólogo Reuven Feuerstein. En este reportaje, su creador elocuentemente explicó: «El cerebro, aunque esté lesionado, puede regenerarse», «Un bajo cociente intelectual es un estado, no un rasgo de carácter, y los estados se pueden cambiar. Yo quiero ayudar a los niños que sufren deficiencias mentales a cambiar para que puedan llevar una vida plena».
Los postulados del profesor Feuerstein han ayudado mucho en el mundo entero a personas que padecen Síndrome de Down, lesiones cerebrales, trastornos de déficit de atención con hiperactividad, trastornos del espectro autista, etc. Pero su utilidad no se limita al ámbito clínico, sino que se extiende a todos los seres humanos.
El profesor Feuerstein indicaba que todos, incluso los que habían alcanzado el éxito, podíamos «aprender a aprender mejor».
Desde hace décadas, con el advenimiento de nuevas técnicas para la obtención de imágenes cerebrales, la comunidad científica conoce cada vez mejor la verdad que se agazapaba detrás de las antes mencionadas mejoras de las funciones cerebrales. Esta verdad es la neuroplasticidad, o plasticidad neuronal, la cual bien se puede definir como la capacidad que tiene el cerebro para adaptarse a nuevas exigencias, tal y como pueden ser las relativas al crecimiento, a la nueva información, a la estimulación sensorial, a las lesiones, a los traumas, y a las disfunciones.
Esta adaptación la logra mediante: la neurogénesis, el reforzamiento de las redes neuronales, la poda de redes neuronales, la creación de nuevas redes neuronales y mediante la reasignación de funciones. Si bien las adaptaciones, que con inefable sabiduría se hace el cerebro a sí mismo, él las hace a espaldas de nuestras conciencias, no es menos cierto, tal y como lo adelanté en las líneas precedentes, que uno conscientemente puede inducir tales adaptaciones. Esta complementación, que en esencia es la de La Fe y la Esperanza, es un «círculo virtuoso» que nos susurra «Ayúdate que yo te ayudaré».
*Lea también: La carga de enfermedad en América Latina y el Caribe, por Marino J. González R.
Rafael Henrique Iribarren Baralt es ingeniero civil, egresado de la UCAB
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