Economía criminal y II, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
Según cálculos moderados, el tamaño del mercado mundial del narcotráfico oscila alrededor de los 700 mil millones de dólares anuales. Esta cifra se obtiene proyectando el informe de la empresa consultora para asesoramientos gubernamentales Global Financial Integry (GFI) —publicado en marzo de 2017—, en combinación con las cifras sobre el consumo mundial de drogas, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (Unodc), que reconoce un aumento de las incautaciones y del consumo en alrededor del 30% desde el 2017 al 2020.
Para tener una idea del tamaño del narcotráfico en el mundo, podríamos suponer que ese monto anual equivalga al producto interno bruto nominal (PIB) de un país “X”. En la lista 2019 de 189 países ONU, ese país “X” se ubicaría en el puesto 21. Es decir, esa colosal cifra supera el producto anual de la gran mayoría de los países en el mundo.
Lo más probable es que esta cifra sea la punta de un iceberg, puesto que es muy complicado calcular la dimensión de una actividad ilegal, tan extremadamente complicada como el narcotráfico. Sobre todo, tomando en cuenta que alrededor de 274 millones de personas en el mundo consumen uno o varios tipos de droga. Un mercado enorme y creciente.
De todos los delitos económicos que padece la economía mundial, el narcotráfico solo es superado por el negocio de los productos falsificados y pirateados, cuya estimación, siempre moderada, se calcula en 1.300.000 millones de dólares por año. Una cantidad que supera al producto de toda la economía mexicana (1.241.450 millones de $US), que ocupa ahora el puesto número 15 del ranking.
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La piratería y la falsificación de productos es, junto con el narcotráfico, dos de las “carteras” más usadas por los países que promueven la economía criminal, que definimos y describimos en la primera parte de este artículo.
Pero la GFI alerta sobre otras actividades delictivas globales que vienen creciendo en proporciones preocupantes. La “tala ilegal” representa un negocio de más de 157.000 millones de dólares al año. Seguida muy de cerca por la “trata de personas”, con una estimación de más de 150.000 millones.
Continúan en la lista de “negocios” criminales otros delitos como: “minería ilegal, con 48.000 millones. La pesca ilegal, con 37.000 millones. El “comercio ilegal de vida silvestre”, con 23.000 millones. El “robo de petróleo crudo”, sumando 11.300. El “tráfico ilegal de armas pequeñas” que monta 3.000 millones. El tétrico “tráfico de órganos”, con un 1.700.000 dólares. Y el “comercio ilegal de bienes culturales”, con un 1.600.000 mil dólares.
Cuando las economías criminales logran secuestrar y consolidarse como poder en una nación, como es el caso de Venezuela, comienzan a ampliar y a extender progresivamente todas estas y otras actividades ilícitas alistadas.
Incluso, el caso del “robo de petróleo crudo” —no al que se refiere la estadística de GFI—, el que practican los piratas en los mares territoriales de los países con estados fallidos o estados forajidos. En el caso venezolano, el robo de petróleo fue sistemático y en forma de política de Estado, mediante la descarada transferencia de petróleo que sin falta se envía a Cuba desde la llegada al poder de Hugo Chávez. Un acto abiertamente delictivo disfrazado de convenio binacional, desconocido y secreto, que transgredió toda legalidad.
Otras muchas ilegalidades se llevaron a cabo de manera descarada, aprovechando el inmenso poder acumulado por Chávez. Tales como la entrega de armas y ayuda logística a las bandas terroristas de Colombia o el financiamiento de una multitud de grupos políticos y eventos de extrema izquierda, entre los que destacan el movimiento Podemos de España.
En la lista GFI referida no están incluidos ni la corrupción ni la legitimación de capitales ni otros que las estadísticas identifican como delitos comunes de la delincuencia organizada, como el robo de vehículos, que llegó a ser una gran industria en Venezuela, el secuestro y otros similares.
Ciertamente, la corrupción y el lavado de dinero estén estrechamente relacionados con todas las demás actividades delictivas. Se trata de una franja del crimen muy difícil de identificar y es el que más se relaciona con el mundo del poder político y económico.
El escándalo de dimensiones planetarias que resultó de las filtraciones de información, conocida como los “Papeles de Panamá”, desnudó la colosal red global de legitimación y corrupción, expuesta por el clandestino “John Doe”, un seudónimo que entregó 2,6 terabytes de archivos sobre Mossack Fonseca, el bufete internacional de abogados que fabricaba empresas offshore para ocultar fortunas mal habidas o fortunas evasivas de impuestos.
Pero, a pesar de estos escándalos, a pesar de las reacciones de muchos gobiernos —en el sentido de implementar leyes y sistemas de vigilancia más estrictas—, a pesar de que la opinión pública está cada vez más informada sobre las perjudiciales consecuencias de estas prácticas criminales, demandando acciones para corregirlas; a pesar de toda esta reacción mundial, todo indica que cada año fluye más dinero ilegal.
En sentido contrario a la transparencia se han sumado Estados de economía criminal cada vez más sofisticados. Actúan prácticamente en libertad, amparados por el secreto en el sistema financiero mundial y la complicidad de muchos gobiernos. El club de los forajidos. La aparición de las “criptomonedas” les ha venido muy bien a los delincuentes.
La expansión de las economías criminales ha abierto un inmenso boquete que desangra el sistema circulatorio de la economía mundial. Los países más pobres están llevando la peor parte, al estar retrocediendo la tendencia de disminución de la pobreza y diseminando una corrosiva cultura hacia los cimientos más básicos de la sociedad.
Tarde o temprano el destructivo problema de las economías criminales tendrá que elevarse a la agenda internacional como punto muy por encima de temas como el cambio climático y otros, porque la economía criminal es causa y parte de todos esos problemas aguas abajo. De ser así, casos como el régimen criminal que ha secuestrado a Venezuela son problemas de todos. Venezuela es, más que nunca, un cáncer que el mundo debe atender inevitablemente.
Bernardino Herrera es Docente-Investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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