Ecpatía, por Carolina Gómez-Ávila
A inicios del s. XX, la humanidad sumó un nuevo color en el catálogo de su vida emocional. Hace lo mismo cada vez que le pone nombre a un sentimiento o conjunto de sensaciones. Esto no es irrelevante. Poner nombre a las cosas, las saca de la sombra (hasta en el sentido junguiano). Lo que tiene nombre está definido, lo definido se puede reconocer, lo reconocible puede ser abrazado o combatido hasta vencer. De no tener nombre, difícilmente lleguemos a eso.
En 1909, el psicólogo Edward Titchener acuñó el término “empatía” que se quedó a vivir con nosotros. Para bien y para mal, como todas las cosas que no se comprenden suficientemente. La empatía pasó a ser el nombre para denotar el sentimiento que nos hace identificarnos con algo o alguien y también la capacidad de experimentarlo.
La nueva palabra gozó de muy buena prensa y pronto se convirtió en un valor, así que ser empático resultó ser un trampolín para obtener el reconocimiento y afecto de los demás, una credencial para optar a ser líder, una especie de compendio del respeto, flexibilidad y solidaridad a los que aspira todo el que sufre, gracias a los cuales se siente aceptado, reconocido y valorado. Aceptación, reconocimiento y valoración: las mayores vulnerabilidades de todo ser humano.
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Sin entrar en las complejidades de la etimología, “empatía” nos habla de “pasión” (“empátheia”) pero también de sufrimiento (“páthos”). Quizás por eso el celebérrimo griego Galeno le dio el significado de “dolencia” o “padecimiento”, de modo que terminó usándose igual para decir que alguien se siente apasionado internamente, que está expuesto a las pasiones o que, por estas, está enfermo.
Poco se habla de lo último. A lo mejor antes de que Titchener nos regalara “empatía”, la gente usaba “compasión” que es la tristeza que naturalmente nos produce ver sufrir a otros (si es que somos mentalmente sanos) y que nos impulsa a querer a evitar, remediar o aliviar el dolor que podrían experimentar o están experimentando esos otros. Especulo, además, que “empatía” está fonética y etimológicamente tan cerca de “simpatía” que confundió y confunde a muchos.
La “simpatía”, por su parte, se popularizó como esta sensación tan agradable que sentimos de manera espontánea por otros y que nos hace pensar que somos afines lo que, en distintas medidas, produce atracción mutua. Me parece que la clave está en lo mutuo.
El resultado de no comprender el alcance de cada uno de estos términos es que la gente termine entregándose a las fieras de muy buen grado; como aquella vieja historia del aspirante a monje budista que encontró en su camino una leona agonizante rodeada de sus cachorros que gemían de hambre. Con profunda empatía, consubstanciado con el sufrimiento y consciente del terrible final que tendrían todos, se acostó junto a ella ofreciéndose a ser devorado para salvar sus vidas.
Claro que ese no será su caso, pero no dude que suficientemente expuesto al sufrimiento ajeno y con alto grado de empatía, intentará comprenderlo a cabalidad, se identificará y lo experimentará como si fuera propio. Hasta que le sea propio realmente y lo lleve a tomar decisiones contrarias a sus más sanos intereses, o sea, hasta que lo enferme.
El otro problema es que nos enseñaron que lo contrario de la empatía es la indiferencia, la insensibilidad; ambas con muy mala prensa y mucha carne para asar porque queda servido el chantaje: si usted no se ofrece a ser devorado como el monje budista, es un insensible y por lo tanto ya no es querido por su entorno, es bastante mal visto por los demás y rechazado con todo lo que eso implique.
La buena noticia –ya la he escrito alguna vez, en este mismo espacio– es que en 2004 el psiquiatra español José Luis González de Rivera acuñó “ecpatía”, que no tuvo suficiente difusión considerando todo lo que aporta a la salud mental de la humanidad.
Dice González de Rivera que, etimológicamente, “ecpatía” es “sentir fuera” y que con esa palabra se define “la percepción y exclusión activa de los sentimientos que han sido inducidos por otros”.
Me gustaría destacar que lo entiendo como un proceso; que para que haya ecpatía tuvo que haber empatía previa, no indiferencia. La ecpatía es un acto de la voluntad para contrarrestar el descontrol, el propio abandono y la confusión que produce la desmedida empatía. Implica tomar distancia, dejar las emociones de lado, recabar hechos, analizarlos y no recrearse en el sufrimiento de las víctimas.
Ecpatía. Mi recomendación para estos días porque antes del 10 de Marzo, fecha en que nos convocan a manifestar en apoyo del Pliego Nacional de Conflicto, sobrarán historias para que los más empáticos se descalabren de miedo y no salgan de sus casas.
Es la operación de opinión en marcha en vista de que ninguna otra ha disminuido el rechazo profundo del pueblo de Venezuela a quienes están en el poder, destrozando nuestro presente y nuestro futuro.