EDITORIAL | Las «echada pa’lante» son las mujeres más precarizadas en la región
Es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una efeméride que cada año ha logrado reivindicar su significado gracias a un nutrido movimiento de mujeres, grupos y organizaciones feministas que explican con toda la evidencia disponible -datos, investigaciones y teoría- que aún falta mucho por recorrer para alcanzar equidad en las condiciones laborales entre hombres y mujeres.
Hoy, desde el autodenominado «Gobierno feminista y obrero» habrá felicitaciones y reconocimiento a viva voz de todas las mujeres «echadas pa’lante», ese lugar común de la venezolanidad, detrás del cual se ha enmascarado una historia de ausencia de la figura masculina en la crianza, de jefas de hogar con ingresos apegados a lo doméstico, de una triple carga laboral para las mujeres que sobreviven en trabajos precarizados o de profesionales que deben rebuscarse para ganarse la vida.
Pero poco o nada se habla desde la política pública de la llamada brecha salarial de género, esa diferencia silenciada entre los ingresos que perciben las mujeres en relación a los hombres, que en Venezuela supera el 21%, según un estudio hecho por el Banco Interamericano de Desarrollo durante 2022. Y no solo ganan menos sino que las venezolanas son las que tienen la participación femenina más baja de Latinoamérica en el mercado laboral formal, que pasó de 51% en el año 2013 a 37% a finales de 2021.
Con esos números las mujeres trabajadoras venezolanas no lucen tan echadas pa’lante, más bien se están echando para atrás. Las estimaciones del Foro Económico Mundial es que en la mayoría de los países se necesitan 267 años para cerrar esta brecha. Pero en Venezuela ese margen sufre la brecha de la brecha.
Aunque los y las voceras del gobierno se monten hoy en una tarima para destacar los logros de las mujeres, las marchas cotidianas para exigir reivindicaciones laborales no encuentran eco.
Si lo sabrán las maestras que representan el grueso de la nómina más grande de la administración pública: la del Ministerio de Educación. Sin embargo, más de la mitad de ellas ni siquiera puede vivir de su profesión. En Venezuela, al menos 49,5% de docentes tiene otros trabajos o, mejor dicho, rebusques, según determinó la encuesta de la Red de Observadores Escolares presentada en mayo de 2022.
Las maestras, por mencionar a un gremio de profesionales, se dedican a hacer tortas, arreglan uñas, venden ropa, hacen arreglos de costura. Cualquier oficio que les permita mantenerse, y en la mayoría de los casos mantener la decisión de ser maestras.
Decenas de historias se repiten sobre maestras que costean el material de aula para poder trabajar, arañando lo que pueden de un salario promedio de 56 dólares (Bachiller Docente según el tabulador oficial ministerial) y si se trata de una Docente VI -el escalafón más alto- que trabaja 53 horas semanales, sin contar el trabajo que se llevan a casa, tiene que rendir ese «máximo» de 127 dólares, lo que no cubre ni la cuarta parte de la canasta básica.
Pero esta historia se repite también en médicas, enfermeras y profesionales de la salud. Felicitadas una vez al año desde el gobierno como «guerreras y heroínas», a pesar de enfrentar las muy precarizadas condiciones laborales que las convirtieron en la población más vulnerable al covid-19: más de 800 trabajadores de la salud murieron hasta el conteo que llegó a 2022, por la exposición al coronavirus en centros de salud sin dotación mínima de bioseguridad.
Y ante el reconocimiento explícito que expresan las autoridades de que salarialmente esta situación no va a mejorar, la política del gobierno es convertir a cuanta mujer pueda en «emprendedora» para que el rebusque tenga un nombre potable. Eso sí, desde algún oficio que las mantenga en el negocio doméstico. Porque emprender es el nuevo «echar pa’lante».
Mucho ha ocurrido en el mundo desde aquella huelga de trabajadoras textiles que en 1857 decidieron organizarse para pelear por salarios igualitarios y jornadas laborales humanas. Y menos podemos olvidar a las 129 mujeres que murieron debido a un incendio en el interior de una fábrica en Cotton en Nueva York, Estados Unidos, un 8 de marzo de 1908.
Pero en Venezuela, el nombre de la mujer trabajadora cada vez se parece menos a un logro y más un sinónimo de pasar trabajo.