Edmundo González y el protocolo Urrutia, por Oscar Arnal
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El abanderado de la alternativa democrática es un líder con una profunda preparación. Es egresado de relaciones internacionales de la UCV y Magíster de la American University en Washington. Diplomático de carrera, ejerció altos cargos en la Cancillería en Caracas, en el cuerpo diplomático internacional y fue embajador en Argelia y Argentina. Jugó un papel destacado en la incorporación de Venezuela en el Mercosur.
En este sentido también publicó entre otros un libro titulado Brasil: cercano y lejano, editado por la UCAB. Así mismo El Nacional le publicó una biografía del también diplomático e historiador Caracciolo Parra Pérez. Como líder del Grupo Ávila, formado para el análisis y propuestas para la política internacional venezolana es compilador de la obra Democracia, Paz y Desarrollo.
Desde el 2009, González Urrutia ha seguido sirviendo a Venezuela promoviendo la integración de la oposición desde la Mesa de la Unidad Democrática. Aunque no aspiraba a ser presidente como tampoco lo quiso nunca José María Vargas, en él confluyeron la unanimidad y el apoyo de la líder máxima de la oposición María Corina Machado.
Es interesante que nuestros lectores conozcan que Edmundo González Urrutia no viene ni aparece de la nada, sino que tiene profundas raíces patrias. Proveniente de una familia aragüeña de La Victoria que llega a Venezuela antes de que se creara la Capitanía General en 1777, su tatarabuelo Wenceslao Urrutia está enterrado con los grandes héroes nacionales en el Panteón. El prócer y tatarabuelo fue hijo de Luis Urrutia Blanco y de Juana Blanco Palacios. Wenceslao Urrutia realizó sus estudios universitarios en la UCV donde obtuvo el doctorado en derecho. Fue ministro de la secretaría durante el primer gobierno del general Páez, más tarde se sumaría al bando liberal.
Luego de la Revolución de Marzo en 1858, es nombrado por el presidente Julián Castro ministro de Relaciones Exteriores. Durante este cargo, el 26 de marzo de 1858, firma el famoso acuerdo conocido en la historia como el «Protocolo Urrutia», en el cual se reconoce el asilo y se le otorga un salvoconducto al general José Tadeo Monagas para salir del país cuando peligraba en la legación francesa. En ese entonces había una sed de venganza inmensa contra el monagato y hasta las turbas rodearon la embajada gala exigiendo la cabeza de Monagas.
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Ante los titubeos del gobierno de cumplir lo acordado y las infames presiones de la opinión pública, Urrutia renunció dignamente a su cargo. El protocolo está considerado como un gran antecedente y aporte latinoamericano en lo referente al derecho de asilo y a la necesidad de emisión del salvoconducto.
Fermín Toro, otro gigante de la historia nacional y quien ocupó el puesto de canciller dejado por Urrutia, fue el encargado de hacer que se cumpliera el protocolo. Más tarde, Urrutia se une a la Federación y es arrestado por conspiración y enviado al islote de Bajo Seco, conocido como el primer campo de concentración nacional, antecedente de «Guasina» y hoy del Dgcim, el Sebin y el Helicoide. En 1868, es nombrado como ministro de Hacienda, pero tiempo después de que asumiera el cargo, es excluido del consejo de ministros por el presidente Falcón. Cuando estalla la Revolución Azul, Urrutia sigue participando en la oposición al gobierno y a favor de la causa federal.
El 17 de agosto de 1869, es invadida la casa de Urrutia por haber sido acusado de ser el líder del Comité Revolucionario Liberal. Urrutia logra llegar a la casa de Revenga, ministro de la defensa en ese momento, pero el esfuerzo ocasiona su muerte. Como dicen en la madre patria y han dicho de Felipe VI, y ahora podemos decir de Edmundo González Urrutia: «De casta le viene al galgo…» y Edmundo para todo el mundo.
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Oscar Arnal es profesor de Derecho Constitucional de la UCV
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