Eduardo Sánchez Rugeles: “Si no tenía las canciones, la novela no iba a funcionar”
La literatura de Eduardo Sánchez Rugeles siempre ha tenido oído absoluto para la ciudad y sus fisuras. Con Éxigo, el polvo en la garganta, el escritor caraqueño afina todavía más: compone una novela-álbum sobre una banda de culto que nace en la Caracas de finales de los noventa y crece —entre tropezones, lealtades y renuncias— sobre el asfalto movedizo de un país en transformación. El libro, publicado en mayo y editado por Kálathos, es la primera entrega de un ciclo narrativo de cuatro volúmenes que, como las buenas discografías, promete variaciones, contrapuntos y una línea melódica reconocible.¹ ²
Sánchez Rugeles lo explica sin rodeos: “Siempre tuve claro desde el principio que esto era una novela, que era un libro”. Pero enseguida añade la clave del proyecto: “Me di cuenta desde muy temprano que si no tenía las canciones, la novela no iba a funcionar”. Por eso antes de la prosa vinieron los acordes. El autor convocó al músico venezolano Nelson Castro —radicado en París— para escribir un repertorio que existiera dentro de la ficción: temas firmados por los propios personajes, con la precariedad deliciosa de una maqueta garajera y el temblor íntimo de una primera toma. El resultado: piezas como Alma azul o Soledad, que adelantan la atmósfera emocional de los protagonistas y que hoy pueden escucharse como parte del “lado B” de la lectura.
La estructura también suena. Éxigo avanza en polifonía: cuatro voces —Daniela, Shena, Willy y Frank— se alternan para contar la formación de la banda, sus primeras canciones, los bares donde tocaron, los festivales a los que aspiraron, los afectos que sostuvieron y los que crujieron. Es, en palabras del autor, “una biografía musical” escrita desde el presente de un concierto de reencuentro y proyectada hacia atrás, como si la luz del escenario iluminara, a intervalos, los pasillos de la memoria. El vértigo de escribir a varias gargantas le duró hasta empezar: “Me asustó más antes de hacerlo que la misma ejecución”, admite. “Cuando estaba en la redacción, saltar de uno a otro se me hizo sencillo y muy divertido”.
La novela, sin embargo, no se limita a la historia de una banda. En su trasfondo late un mapa social. Los personajes marcan clase, barrio, acento, horizontes y límites; se cruzan con ese ecosistema reconocible de ventajas, padrinazgos, rumores, colas, clubes, festivales, carteles pegados sobre carteles. No hay tesis ni sermón; hay observación. El escritor lo resume con una fórmula que, leída en clave musical, podría ser un manifiesto estético: “Quería novelar la historia contemporánea de Venezuela, pero desde una tangente; que sea la música la que me permita mirar esos espacios”. De allí que en Éxigo la política aparezca de soslayo —como un sonido fuera de campo— y, a la vez, lo determine todo: qué se puede cantar, dónde se puede tocar, quién escucha, quién apaga el amplificador.
La apuesta por lo transmedia es parte intrínseca de esa mirada. Éxigo no es un libro con “extras”, sino un proyecto de múltiples entradas: letras, canciones, fotografía —más de 300 imágenes producidas para la saga—, un elenco que encarna a la banda en sesión y estudio, y una idea de serie audiovisual ya en fase de guion piloto. “Fue un proceso… fascinante”, dice Sánchez Rugeles. “Disfrutamos a fondo todo el equipo”. El casting, confiesa, fue totalmente intuitivo: escuchó a las dos cantantes —Amaia y Graciela— y supo que esas voces eran Daniela y Shena. Tanto, que robó una escena real para la ficción: “La vi cantar ‘Procura’ de Chichí Peralta y me la llevé al libro”, cuenta entre risas.
Quien haya seguido la obra del autor reconocerá aquí sus tonalidades recurrentes: la tristeza que no se regodea, la tragedia como respiración, la nostalgia sin barniz romántico. “Me fascina la tragedia”, afirma en otra conversación. Pero en Éxigo esa inclinación se coloca al servicio del crecimiento de los personajes: jóvenes que “están en una permanente búsqueda de algo” y que descubrirán —cuando por fin rocen la gloria— que el brillo no siempre calienta. La novela es, así, una crónica sentimental del oficio artístico y un ensayo narrativo sobre lo que el éxito —o su fantasma— hace con una vida.
Hay además una ética del detalle que empuja a la verosimilitud. El autor y sus cómplices levantaron un trabajo de documentación minucioso: cronologías de festivales, cartografía de bares y salas (“The Doors”, “La Auyama”, “Cordon Bleu”), referencias sonoras —de Nevermind a The Bends, pasando por baladas del “disco negro” de Metallica— y cuidados terminológicos afinados por músicos como Álvaro Paiva-Bimbo (“esto no es un acorde: es un arpegio”, le corrigió al margen). Esa artesanía sostiene la ilusión de realidad: uno lee y oye la púa, siente la cinta, huele el cuarto de ensayo.
El plan también huele a largo aliento. La serie —que nació como trilogía— se convirtió en tetralogía por pura necesidad narrativa. Los títulos ya están sobre la mesa: El polvo en la garganta abre camino; seguirán Camino a la perdición, Esclavos del juego y La soledad esculpida en piedra. “El segundo libro está avanzado”, dice Sánchez Rugeles, “y la historia completa está vista, cerrada, escaletada”. No hay prisa impostada en su voz: hay esa “tranquilidad desconcertante” —palabras suyas— de quien confía en el material y en el equipo.
Queda, por supuesto, el lector. Éxigo lo convoca a entrar por donde prefiera: por el formato estándar —el libro— o por las canciones que lo cruzan como leitmotiv; por la foto-biografía de la banda o por el eco de una ciudad que se reconoce a sí misma en esas estrofas. En cualquier caso, la propuesta es clara: leer escuchando, escuchar leyendo. “Si no tenía las canciones, la novela no iba a funcionar”, insistía el autor al comienzo. Al cerrar el volumen —con el zumbido aún en los oídos— la frase adquiere la contundencia de una evidencia.
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