El 1° de mayo y la impostura socialista, por Luis Alberto Buttó

Twitter: @luisbutto3
En las naciones de la desaparecida órbita soviética, el 1°de mayo se celebraba como una de las grandes fiestas nacionales. En la fraseología de los partidos totalitarios que de manera hegemónica controlaban el destino de los habitantes de esos países, en tales ocasiones se elevaban vítores al supuesto gran logro de la edificación de una sociedad donde los trabajadores y su bienestar constituían el eje transversal de las realizaciones del Estado. En otras palabras, la celebración de la nueva sociedad donde había surgido el hombre nuevo.
Empero, esos actos no eran otra cosa que una de las tantas expresiones de la impostura descarada, la propaganda engañosa y la permanente tergiversación ideológica de los procesos sociales que siempre caracterizó a los regímenes de este tipo. En clave histórica, dicha realidad puede entenderse sin que medie para ello mayor esfuerzo explicativo, en tanto y cuanto, como quedó plenamente evidenciado por los alcances y materializaciones del socialismo como modelo económico-político, este sistema, y todas las argumentaciones que pretendían justificarlo, resultaron ser la más grande estafa teórico-práctica experimentada por la humanidad en la última centuria.
¡Todo el poder a los trabajadores!, se gritaba de manera desaforada en esas tierras, pero ello nunca pasó de ser la repetición de arengas huecas destinadas a cazar incautos sumidos en el desespero y víctimas de su propia ingenuidad.
El socialismo, que es siempre uno e invariable, pese a que sus ideólogos de tanto en tanto se esfuerzan en camuflarlo con la palabrería críptica generada por los llamados intelectuales orgánicos —que es lo mismo decir intelectualidad cómplice y/o subordinada—, es un modelo de dominación excluyente como el que más, clasista como ningún otro y discriminatorio por antonomasia.
La mejor demostración de lo arriba sostenido fue la conformación en aquellas sociedades —y en cualesquiera otras donde ese resultara el derrotero seguido— de una élite que ejercía la supremacía social y que, en términos académicos, devino en denominarse nomenklatura. Es decir, la facción privilegiada que ocupaba posiciones decisivas en la superestructura oficial y/o formaba parte de la dirigencia del partido gobernante. Por supuesto, tal condición de privilegio se extendió a los grupos allegados a dicha nomenklatura, dada la activación de variables como los nexos familiares, las relaciones afectivas, el emprendimiento de negocios en común, etc.
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El poder de la nomenklatura estuvo determinado por dos procesos que, como nota característica y diferenciadora, solo ocurrieron a lo interno de las sociedades donde se instauró el socialismo. En primer lugar, el hecho de que esta nueva clase dominante pasó a serlo porque en la práctica ejerció el control de los principales medios de producción existentes en dicha sociedad, lo cual se concretó con el establecimiento de la propiedad estatal sobre tales medios, más allá de que en muchos casos no fuese ese el adjetivo utilizado, sino otros del tipo cogestión obrera, propiedad colectiva, poder comunal y pare usted de contar, ya que siempre hubo disponibilidad de términos ad hoc.
En segundo lugar, como resultado de la primera condición, porque la nomenklatura se arrogó la potestad arbitraria de disponer, a su leal saber y entender, de la riqueza generada gracias al funcionamiento de los medios de producción indicados. Así las cosas, con mecanismos distributivos signados por la búsqueda de la subordinación social, la nomenklatura utilizó parte de esa riqueza para granjearse circunstancial y obligado apoyo político-partidista en aras de preservar el poder ostentado. Huelga decir, la instauración de relaciones de clase aberrantemente sectarias, configuradas con base en el vergonzoso y evidente sometimiento socioeconómico de la población a los designios del Estado.
En función de ello, hay que dejarlo en claro: el socialismo nunca fue el paraíso de los trabajadores, por más que múltiples banderas se ondearan para así hacerlo parecer.
La vigencia del socialismo nunca conduce a la reivindicación y exaltación de la clase trabajadora. La verdadera posibilidad de redención de los trabajadores descansa en la existencia de un sistema económico que propicie la igualdad de oportunidades y que, en consecuencia, dé pie al enriquecimiento lícito del individuo. Por si no se entiende, léase capitalismo.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.