El adiós de la Primavera Árabe, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Siempre recuerdo a muchos analistas y conocedores de la materia política en los diferentes países de Latinoamérica –sobre todo en Venezuela– tener como ejemplo lo ocurrido durante los años 2010-2012 en el norte de África, por lo cual siempre escuchaba algo como «el escenario Primavera Árabe». Líbano, Sudán, Siria, Irak, Libia, Marruecos, Irán, Baréin, Jordania, Egipto y Túnez, fueron los países en donde se protagonizaron diversas protestas sociales demandando atención y cambios para mejorar la situación económica por la que transitaban en ese momento, sobre todo el alto costo de la vida y la falta de alimentos. Aunque en el fondo, la represión proveniente del autoritarismo vivido era la mayor motivación para estas protestas.
Túnez (Tunisia), fue el país donde se encendió la antorcha de la llamada «Primavera Árabe». Y cuentan los historiadores que todo ocurrió a raíz de la confiscación de la mercancía –carreta, báscula para el pesaje, las frutas que vendía– a un vendedor ambulante de nombre Mohamed Bouazizi, por parte de la policía, lo que le llevó a rociar su cuerpo con combustible e incendiarse como protesta.
Mientras esto ocurría, según lo han contado, Bouazizi, mucho antes de morir, continuaba protestando en contra de tal acción, lo que animó a miles de tunecinos a tomar las principales calles de su capital, Tunis, para reclamar sobre los abusos y las deplorables condiciones en las que ese país vivía durante la presidencia de Zine el Abidine Ben Ali, quien tenía todo el país literalmente en su puño.
El desenlace del episodio fue que Bouazizi murió el 4 de enero de 2011 y el presidente Ben Ali renunció a su cargo diez días después, como producto de la enorme presión que estaba recibiendo desde la calle y desde luego por el retiro del apoyo de las Fuerzas Armadas de ese país. Desde ese momento, en el resto de los países del norte africano, ocurrieron similares protestas, algunas con resultados análogos a los de Túnez, mientras que en otros derivaron en guerra civil o simplemente no se obtuvo el resultado esperado, como Catar y los Emiratos Árabes.
Los hechos en Túnez abrieron el camino para el establecimiento de la democracia cuando una Asamblea Constituyente redactó una Constitución (2014) adaptada a los tiempos. En ese nuevo texto, los constituyentes se aseguraron de crear todo un sistema de pesos y contra pesos para los nuevos gobiernos. Pese a ello, cinco años más tarde fue electo el profesor universitario Kais Saied y hombre clave en todo lo que ha ocurrido en los últimos años y que me lleva a presentar esta opinión.
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Este profesor de derecho, muy conservador en su ideología, en julio de 2022 tomó la decisión de despedir a su primer ministro, suspender el Parlamento y decretar un toque de queda por un mes. No conforme con ello, Saied se animó a redactar un nuevo texto constitucional con enormes poderes para el presidente, y ya sabemos el resultado de ese tipo de superpoderes que no necesitan una auditoría, que evade las instituciones democráticas cuando de decisiones se trata.
El momento cumbre llega cuando Kais Saied, somete el nuevo texto constitucional a un referéndum popular y, para sorpresa del mundo democrático, lo ha ganado. Con semejante resultado, y vistas las experiencias sobre los cambios constitucionales en otras latitudes, da la impresión de que la «Primavera Árabe», en realidad lo poco que queda de ella, quedará como un recuerdo y una cita para los analistas y estudiosos de la política.
Túnez fue el único país árabe desde donde se pudo observar el avance de la democracia en llamado Magreb en el Norte de África. En el comenzó lo que se pensaba era el anhelo de todos los ciudadanos que lo habitan y más allá de sus fronteras. Y hace pocos días ha dado un paso hacía atrás, con lo que se puede decir que debemos prepararnos para decirle adiós a ese comentado escenario de transición para aquellas naciones que se encuentran bajo el control de los autócratas, es decir «La Primavera Árabe». Parece una locura, pero quienes reclamaban el cambio, ahora vuelven a entrar en el mismo callejón sin salida o con una sola salida controlada por un autócrata.
La marcha atrás por la que, aparentemente, han apostado los tunecinos, debe verse más como el fracaso de las políticas implementadas al iniciar el proceso democrático. Los avances de forma y fondo de la democracia no ofrecieron los resultados tan esperados, el bienestar y las oportunidades que esperaban los ciudadanos de Túnez. Esto pareciera que dio paso a la decepción y a una extraña melancolía por la autoridad.
Suena desproporcionada esta sentencia, pero el hecho de que aprobaran una nueva Constitución, redactada por una sola persona y que encima es quien manda, no deja dudas de que la creencia de que lo perdido o anhelado de un buen gobierno, se recupera a través del autoritarismo.
Lo que está ocurriendo, es un llamado de atención para todos los demócratas del mundo. Si se ha conseguido una transición del autoritarismo a la democracia y no se establecen planes reales que deriven en una mejor calidad de vida de los ciudadanos con reformas económicas y más oportunidades para que la población pueda llevar una vida digna, puede llevar lo logrado a una vuelta al pasado, por aquello de que muchos mantienen la tesis de que todo pasado es mejor. Incluso, se puede creer que girar hacía ese pasado sería una excelente manera de castigar a quienes no han cumplido, sobre todo a las clases políticas.
Muchos ejemplos se encuentran a la mano. En Latinoamérica, muchos Túnez están viviendo su momento de esplendor. Los ciudadanos van siguiendo al autócrata mentiroso que les promete el paraíso. Que asegura que castigará a quienes tanto daño les ha ocasionado y que además no les deja vivir con la dignidad aspirada. En la búsqueda del hombre fuerte, el freidor de cabezas o colgador de la vieja política avanza con mucha credibilidad, más por la debilidad de la clase política que tuvo la oportunidad de salvar o mantener al sistema democrático que por la convicción de la gente.
Habrá que ver cual será el destino de la cuna de la «Primavera Árabe». Puede que estemos a las puertas de su adiós. Habría que esperar la formula que el nuevo autócrata en ciernes adoptará, porque a la vista no está un plan concebido que no sea el convertirse en el dictador de turno, lo que podría reactivar las demandas de cambios en Túnez. Lo que, si está claro, es que las nuevas protestas –si es que se producen– no tendrán la suficiente libertad de expresión, ni mucho menos de movilización.
Por lo pronto, quienes con frecuencia han citado al movimiento surgido por los lados del Magreb, tendrían que modificar sus escenarios y citarlo como otro intento más por mantener y adaptar a la democracia, se ha ido al traste.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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