El agotamiento de las ideologías (y II), por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
En la primera parte, definí a las ideologías como proyectos políticos fundamentados en ideas dogmáticas y alisté las ideologías más conocidas: pobrismo, tribalismo, racismo, nacionalismo, socialismo-comunismo, fascismo, anarquismo, fundamentalismos religiosos y las neoideologías de más reciente creación. Con sus variantes, estas ideologías sirven aún de justificación existencial a muchas causas políticas.
Afirmé también que las ideologías comienzan a dar señales de agotamiento. No en sus conceptos que les sirven de base, que son eternos, sino en su rol de ordenar la sociedad. Me apoyo en tres premisas para decir esto. Una, la progresiva reducción en el número de regímenes totalitarios sustentados en las ideologías. Dos, debilitamiento de la influencia ideológica en el mundo. Y tres, pérdida de territorios en las redes sociales (RRSS).
Es importante destacar que la mayoría de los regímenes políticos en el mundo no aplican las ideologías por credo sino como herramientas de manipulación. Los grupos políticos que se identifican con las ideologías terminan en el más vulgar pragmatismo, para revelar lo que realmente son: demagogos oportunistas. La ideología es sólo una utilería, una fachada.
Alimento para el fanatismo de sus seguidores. El cómo las personas pierden toda empatía social para convertirse en fanáticos trastornados es tema para otro artículo, que bien puede titularse: El trastorno de las ideologías.
Para sustentar la primera premisa, vale el Índice de Democracia de la revista The Economist. De 167 países alistados en ese estudio, solo 20 logran clasificar como «democracias plenas». Mientras, 55 países se encuentran en el rango de las «democracias imperfectas». Aún quedan 92 naciones con regímenes «autoritarios». Pero en términos históricos, hasta hace menos de medio siglo, la abrumadora mayoría sufrían gobiernos totalitarios y tiránicos. El cambio de unas pocas a 75 democracias es ya un importante indicio de que el poder de las ideologías ha comenzado a ceder.
El segundo punto tiene que ver con que las ideologías encuentran dificultades en los países con democracias plenas o imperfectas.
Los grupos políticos están obligados a aplicar más criterios racionales y menos ideológicos para captar apoyos electorales. En España, que es siempre un ejemplo entre Europa y América, los partidos ideológicos captaban más de la mitad del electorado hasta hace una década, pero cada vez caen más en su poder de influenciar. Grupos nacionalistas-separatistas, radicales antisistema, neomarxistas y socialistas deben cohabitar y competir con partidos liberales. Aunque los toleren a duras penas. Mientras más ideológicos se muestren más debilitados estarán. Las recientes elecciones autonómicas en Cataluña son un aviso. El predominio ideológico se contrajo a no más del 40% del electorado, dejando un vacío de identidad política refugiada en casi un 50%, en la abstención.
Tras la sorprendente expansión de gobiernos afiliados ideológicamente al llamado Foro de Sao Paulo en Iberoamérica, es también notable la debilidad de su influencia ideológica. En la mayoría de los casos, estos movimientos foristas logran a lo sumo registros electorales alrededor del 30%. En algunos casos esta proporción de votos les permite alcanzar el poder, gracias al debilitamiento o desprestigio de los partidos liberales o conservadores.
Los contenidos ideológicos también sufren un deterioro por su tendencia hacia la dispersión. Progresivamente, se abandonan los postulados clásicos del marxismo y del estatismo, sustituyéndolos por abstracciones tribales, sexistas, catastrofistas o supremacistas, más dificultosos para su «venta». Pero que sirven para permutarse en «demócratas sociales». En los casos en que arriban al gobierno, solo pueden existir mediante un extremo estatismo, empobreciendo las democracias que prometieron regenerar.
*Lea también: El fin del excepcionalismo cubano, por Andrés Serbín
Las experiencias de los gobiernos ideológicos en las dos primeras décadas de este siglo han resultado en catástrofes sociales. La histórica revolución cubana ya no da para más. La otrora ilusión épica de la “Revolución Sandinista” se ha convertido en amarga experiencia decadente de represión y brujería. Y la eufórica renovación chavista del «Socialismo del siglo XXI» degeneró en una banda criminal.
Otras experiencias ideológicas como la que acaudillan Lula Da Silva, el Frente Amplio uruguayo y el peronismo argentino, se han debilitado en escándalos de corrupción e ineptitud, perdiendo el entusiasmo que despertaron en sus inicios, cuando intentaron tapar con un dedo al sol de la caída del comunismo soviético, con la desmemoria de nuevos retoques ideológicos.
Las ideologías persisten aún en la conquista del poder, en Colombia, Perú y Chile. Pero sus posibilidades solo resultan a condición del desmoronamiento de nuevos o tradicionales grupos políticos, tal como ocurrió en Venezuela antes de Hugo Chávez.
Estos grupos ideológicos se identifican como de «izquierda», pero se disfrazan o mimetizan en doctrinas racionales. Ofrecen a sus electorados colosales pero incumplibles proyectos demagógicos, aprovechando astutamente el resentimiento social por el fracaso económico y social de las experiencias estatistas de gobiernos tradicionales en el continente. Más que por influencia, las ideologías solo se sostienen por la manipulación del desencanto.
El tercer fundamento de mi afirmación, el de la pérdida de influencia en las redes sociales, es más difícil de medir. Pero ya es notable que la interactividad del activismo individual muestra un creciente rechazo a los movimientos y postulados ideológicos. Cada vez es más difícil defender al modelo castrista de Cuba. Y muchos menos, al desastre chavista en Venezuela. Esas nefastas experiencias hunden en el repudio masivo a casi todos los movimientos ideológicos que prometen redención social y bienestar, incluso sin tener arte ni parte sino por identificarse con odiosos regímenes tiránicos.
Con dos décadas de existencia, las redes sociales se han convertido en un formidable enemigo de las ideologías y de los regímenes totalitarios.
A diferencia de los medios tradicionales, resultan más difíciles de controlar. Por ello, las ideologías invierten mucho esfuerzo y recursos en desprestigiarlas, inundando el torrente digital con noticias falsas y campañas sucias, en paralelo con sus regímenes de opacidad informativa. El propósito es que las RRSS pierdan credibilidad y confianza de la opinión pública para mantener un ambiente de confusión, desconfianza y censura. Pero eso es también señal de debilidad.
El agotamiento de las ideologías es una oportunidad aún desaprovechada por las doctrinas racionalistas y liberales. Su lugar ha sido ocupado por un peligroso vacío antipolítico que ha permitido que caudillos mediocres y oportunistas, como Pedro Sánchez, Pedro Castillo y Gustavo Petro, se cuelen para lograr el poder, aún con respaldos minoritarios que los sostienen. Pero una vez en el poder, el desempeño inescrupuloso, la corrupción y la economía criminal pueden trabajar a su favor.
El gran desafío estriba en ocupar de inmediato el vacío que desocupan progresivamente las ideologías. Algunos lo llaman la «batalla cultural». Otros consideran abierta una nueva oportunidad para el surgimiento de nuevos movimientos liberales y demócratas, más distributivas del poder y menos monopólicas y estatistas, como el que practicaron los grupos políticos tradicionales.
Pero aún, muchos partidos y dirigentes políticos siguen sin comprender las nuevas demandas de la cultura política en las sociedades abiertas. Y siguen atorados a medio camino entre la ideología y la racionalidad.
Es que en menos de una década han aparecido nuevas figuras políticas, que suelen llamarles influencers. Surgen gracias a las bajas limitaciones de escala de las RRSS. Y vienen imprimiendo un perfil más exigente para la política, que demanda más inteligencia y más clara capacidad comunicativa. La ciudadanía ahora tiene más acceso a la información y está aprendiendo muy rápido.
De eso se trata esto del agotamiento de las ideologías, de anunciarnos una nueva era en la dinámica de la política, que anuncia el comienzo del fin de su predominio histórico.
Bernardino Herrera es docente-investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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