El americano feo, por Teodoro Petkoff

Informan los cables internacionales que las dos cámaras del Congreso norteamericano aprobaron una ley que ordena la suspensión de ayuda económica a nuestro país (policial, militar y para la lucha contra el narcotráfico), de comprobarse que el gobierno venezolano mantiene vínculos con los grupos guerrilleros colombianos. ¿Y quién se encargará de elaborar los informes sobre la materia? La CIA, ¿quién más? Sólo que si sus informes sobre este asunto van a ser tan “precisos” y “veraces” como los que le proporcionaron a Bush para que se tirara por el barranco iraquí, entonces los norteamericanos van a continuar metiendo la pata en sus relaciones con América Latina. Ernesto Samper, en Colombia, logró resistir la tremenda presión para que renunciara gracias a que, entre otras cosas, cada vez que el embajador gringo en Bogotá declaraba contra él, subía en las encuestas. Evo Morales casi ganó las elecciones en Bolivia después que el embajador norteamericano le puso la proa: subió siete puntos en los quince días previos a la votación. ¿Recuerda alguien en Washington que en 1945 un caudillo populista argentino ganó las elecciones con una única consigna: “Braden o Perón” ? Braden era el embajador norteamericano. Si Roger Noriega y Otto Reich entendieran esto quizás no perderían tantas oportunidades de quedarse callados.
Sobre las razones y sinrazones del nacionalismo se han escrito y se escribirán miles de ensayos y tratados, pero lo que no se puede ignorar es que constituye una fuerza de tremenda potencia movilizadora. Las turbulentas relaciones entre Estados Unidos y el continente a lo largo del siglo pasado, marcadas no pocas veces por intervenciones armadas en Centro América y el Caribe y por confrontaciones abiertas que a menudo terminaron en golpes y dictaduras militares teledirigidas sin mayor disimulo desde Washington, han dejado huella profunda en la sensibilidad de nuestros pueblos. Pocos gobiernos latinoamericanos se atreverían a desafiarla. Aun desde la impotencia de nuestros países ante el poderío norteamericano, cada vez que éste se ha expresado de modo brutal, ha generado claras respuestas de rechazo. Por citar un solo ejemplo, que nos atañe, en 1965, cuando el presidente Johnson invadió Santo Domingo, el gobierno venezolano, presidido por Raúl Leoni, elevó una contundente voz de protesta. De hecho, iniciativas como el Grupo de Río o Contadora, en su momento, fueron dictadas por la voluntad latinoamericana, traumatizada por un siglo de intervenciones y de golpes militares, de producir políticas alternativas a la norteamericana frente a la Cuba fidelista o la Nicaragua sandinista.
Por supuesto, el nacionalismo, como lo apuntó alguien, suele ser el último refugio de un canalla. Más de un gobernante acosado por su pueblo ha intentado meterse en ese burladero, pulsando la siempre sonora tecla del nacionalismo. Para muestra un botón: los militares argentinos con las Malvinas. My country, right or wrong, dicen los gringos. Mi país, con razón o sin ella, repiten en el resto del mundo y también en Latino América y el Caribe