El autoritarismo se siente acompañado, por Luis Ernesto Aparicio M.

Por estos días ha cruzado mis pensamientos algo que, supongo, otros analistas —más dedicados y actualizados en temas internacionales— deben tener más presente que un observador lejano, como es mi caso. No se trata de la existencia de un panorama internacional favorable para ejercer presión sobre los regímenes autoritarios con el fin de reemplazarlos por democracias. Más bien, lo que ronda mi mente es lo contrario: la sospecha de que, en este momento, el contexto mundial no solo no es propicio para esa transición, sino que parece favorecer a quienes ya consolidaron un estilo de gobierno autocrático.
Desde la más limitada óptica, podemos darnos cuenta de que estos autócratas, ya afianzados en sus posiciones de poder, no enfrentan un mundo que avance con fuerza hacia una democracia robusta —con sus adaptaciones, sí, pero democracia al fin— que les restrinja el margen de maniobra. Al contrario, presencia el arribo de otros actores que, por sus actos, buscan emular lo que ellos hoy detentan.
Tomemos como ejemplo lo que los venezolanos tenemos más a mano: el régimen de Nicolás Maduro. Él y quienes lo acompañan deben estar sintiendo que, desde la perspectiva del poder político, el mundo está girando hacia el mismo lado donde ellos se encuentran hoy. Puede que, con algunos toques de libertad económica, pero con una marcada ausencia de libertades políticas y derechos ciudadanos que, aunque consagrados en constituciones y leyes, resultan cada vez más vulnerables y violadas.
Mientras esto ocurre, aquellos preocupados por el progresivo derrumbe de los principios de libertad y democracia que dominaron gran parte del siglo XX y la primera década del XXI, comienzan a mirar hacia adentro lo que significa que el mundo se está regionalizando, más allá de la globalización. Intentan contener una debacle que ya es visible, que genera simpatías —en especial entre jóvenes que se sienten traicionados por los sistemas democráticos— y que crece sin una respuesta clara ni contundente.
En este contexto, figuras como Nicolás Maduro y otros autócratas del hemisferio y del mundo consolidan su poder sin encontrar obstáculos significativos que les impidan continuar en el mando. Se sienten acompañados, incluso admirados, por otros que ven en su permanencia en el poder y estilo una fórmula que vale la pena replicar.
La lucha que se abre dentro de algunos liderazgos de la oposición venezolana permite creer aún más en lo que hasta ahora he venido planteando en este artículo. El régimen venezolano recurre nuevamente a sus jugadas de siempre: habilitar e inhabilitar arbitrariamente, proscribir partidos, cambiar fechas, desaparecer información clave desde el organismo electoral, y así se puede continuar enumerando. Con todo, lo que busca es llegar a un proceso electoral del que no surjan voces de reclamo, donde no haya evidencias visibles de sus manipulaciones, para luego declararse vencedor sin resistencia.
No se trata de la amenaza de futuro —que para Maduro y sus conmilitones puede resultar risible— de que es cuestión de tiempo, que le quedan pocos días o los tiene contados. Se trata de crear las condiciones y continuar movilizando a la ciudadanía. Y esa movilización se ha logrado, fundamentalmente, a través de la participación, especialmente la participación electoral.
Ante la parálisis de los ciudadanos que quieren recuperar la libertad que brinda la democracia, la abstención se ha convertido en el mejor factor de consolidación para Maduro. Por el contrario, cuando se ha participado —como ocurrió en las elecciones del año 2024— el poder se ha visto obligado a exponerse, a mostrarse, y así han quedado al descubierto maniobras que permitieron que algunos focos internacionales volvieran su atención hacia Venezuela y hacia la lucha de todos los venezolanos.
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Es tiempo de entender que, cuando el autoritarismo se siente acompañado y validado, las democracias deben reaccionar. En medio de un mundo ocupado en sus conflictos internos o en disputas entre fronteras, la tarea urgente es fortalecer la organización interna y la unidad de quienes aún creen en el sistema democrático. Solo con estrategias reales y efectivas será posible avanzar desde dentro, porque —por ahora— desde fuera, el respaldo parece haber menguado.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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