El bagazo, por Carolina Gómez-Ávila
El príncipe de Maquiavelo se considera un tratado de teoría política quizás porque los políticos no querían que la gente común lo manoseara mucho y aprendiera de psicología, que me parece que es lo primero que le convendría aprender a un pueblo sometido.
Publicado en 1532, creo que nunca antes hubo un libro más crudo para mostrarnos la naturaleza humana y no sé si después, porque ni siquiera el Leviatán de Hobbes, de 1651, sacudió más, no digo con su depredadora «El hombre es un lobo para el hombre», sino con otra todavía más incontestable en el mismo texto: «La vida del hombre es solitaria, pobre, malévola, bruta y corta».
En todo caso, que El príncipe vaya por el mundo como tratado político más que psicológico, probablemente obedezca a que allí donde hay dos o más seres humanos conviviendo, hay lucha por el poder. Esto no tiene objeciones; olvídese de aquella mala traducción convertida en falacia según la cual la excepción confirma la regla y pruebe decir que cuando hay una excepción, es porque la regla no está bien enunciada. Sobre obtener el poder, El príncipe rompe con toda posibilidad de conmiseración:
«[…] a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse».
Más adelante es tajante para anunciar que la única forma de dominar a un pueblo acostumbrado a vivir libre es destruirlo: «Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado», advirtiendo que ni siquiera con nuevos beneficios se olvidan antiguas ofensas.
*Lea también: Y… por qué no, dejar una huella, por David Somoza Mosquera
Después razona que, como los príncipes se hacen grandes cuando superan las dificultades y la oposición que se les hace, necesitan de enemigos y guerras para tener la oportunidad de elevarse, razón por la cual «[…] hasta hay quienes afirman que un príncipe hábil debe fomentar con astucia ciertas resistencias para que, al aplastarlas, se acreciente su gloria».
Repasaba estos fragmentos de El príncipe preocupada por el trapiche al que estamos siendo sometidos y, como noté que la molienda no ha sido todo lo fulminante que recomendó el florentino, recordé que el bagazo de la caña se puede usar como combustible para cocinar papelón y también como materia prima para hacer papel, película y geles.
Todo lo que persiste se transforma, igual que puede hacerlo la coalición democrática en una nueva fuerza —no de más amplia cúpula, sino más hábil— que se agazapa bajo la moltura a la que la ha sometido la dictadura.
Me refiero a una habilidad que nazca del entendimiento de que no habrá respuesta a convocatorias de calle en pandemia y que no despertarán esperanza sin mostrar resultados que la insuflen, aún si son parciales. Una habilidad que sepa lidiar con la virulencia de los extremistas tanto como con la melosidad de quienes se doblegan. Una habilidad que exhiba un novísimo sentido de la oportunidad, ¡o uno que no han dejado ver desde hace años!
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo