El barranco del emprendimiento privado en un país de menesterosos, por Beltrán Vallejo
En tremendo campo de batalla se ha convertido Venezuela para los que tienen empresas, para los que tienen comercios, para los que se ganan la vida trabajando y generando bienes y servicios con sus recursos propios, con su esfuerzo, creatividad, constancia, conocimiento y sacrificio; tremendo campo de batalla se ha convertido Venezuela para los que no reciben quince y último de la administración pública.
Y pensar que la salvación del país se encuentra en ese capital humano; es el emprendimiento privado el que puede desarrollar cualquier programa de reconstrucción nacional que se imponga cuando el actual gobierno sea arrancado de cuajo.
Sin embargo, ese sector se encuentra diezmado, hostigado y desesperanzado debido a que un régimen de gobierno, embrutecedor en su gríngola estatista, se ha afanado en convertir a Venezuela en una tierra de menesterosos y flojos, ya que en ella impera el clientelismo, la holgazanería y la fijación hacia el carnet de la patria y sus prebendas, un eficaz instrumento de mendicidad y control social y político
Todo lo dicho es sustentado por lo siguiente:
No hace mucho, Vicente Brito, presidente de la Red de Defensa al Trabajo, la propiedad y la Constitución, informó que “alrededor de unas 70 mil pequeñas y medianas empresas (Pymes) han desaparecido o modificado su actividad en los últimos 5 años”. En ese mismo orden de ideas, el presidente de Fedecámaras, Carlos Larrazábal, afirmó que en el país, durante los últimos 20 años, se perdió el 60% de las empresas; es decir, hace dos décadas había unas 490.000 empresas, de las que hoy sólo quedan, y con la soga al cuello, unas 280.000.
Por su parte, Ricardo Cusanno, vicepresidente de Fedecámaras, hace poco manifestó que “cerca de mil industriales podrían cerrar sus empresas este año”; también destacó este líder empresarial, para hacer historia, que ese sector contaba con 12.000 empresas en el año 1.999, y hoy apenas existen 4.000, y trabajando la mayoría con un 25% de su capacidad instalada. Finalmente, Larrazábal también nos recuerda que en apenas 4 años se fueron del país 44 empresas trasnacionales.
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Éste ha sido el legado destructivo de un modelo político, económico y social primitivo, estatista, irracional, irresponsable, despilfarrador, violento, indolente, incapaz, cleptómano, voraz y adicto a propagar el resentimiento social. Se trata de la destrucción sistemática de años y años de un tejido social que constituyó un aparato productivo que en el pasado fue pujante, talentoso y dinámico. Hoy, lo que queda son millones de venezolanos que han abandonado el campo, la pesca y el trabajo para pararse horas y horas frente a la fachada de un banco.
Ante esta vorágine, a los sobrevivientes del mundo empresarial lo que les toca es la innovación y la resiliencia; es decir, saber adaptarse con inventiva y disciplina a este entorno de enemigos acechantes e impregnados de estatismo, irracionalidad e incompetencia. Tanto como la clase trabajadora, éste es uno de los sectores, a pesar de su debilidad estructural, a quien le corresponde un rol patriótico en el desarrollo de una etapa de lucha inteligente contra la cerrazón totalitaria.
Desde esta perspectiva, también advierto que lo peor para el empresariado que queda es ponerse de rodillas y ser cómplices de sus verdugos.
Bien feo quedaron para la historia los denominados empresarios de Hitler, de Franco, de Gómez y de Pérez Jiménez; bien feo quedaría el remoquete de empresarios de Maduro. No se puede hacer negocios “a cualquier precio”, así sea para sobrevivir. La fuerza del trabajo debe imponerse al miedo y a la dádiva