El basurero de la historia, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
El 7 de noviembre de 1917, el día en que los Bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno y cuando aún se oían los cañonazos de la revuelta, León Trotsky y Yuli Martov, líder menchevique, se enfrentaron en una agria discusión. Martov quería negociar con la insurrección. Trotsky le respondió: ¿Con quién hay que llegar a un acuerdo, con ese grupo patético que acaba de irse?. Fracasaron, vuestro papel ha terminado. «Vayan como pertenecen, al basurero de la historia». Martov le respondió susurrando, antes de retirarse: «Un día comprenderán el crimen en el que están participando» . Setenta y cuatro años después, el derrumbe del régimen criminal, asfixiante, diabólico que fue la URSS, especialmente la estalinista, le dio la razón a Martov. Ya sabemos cuál fue el trágico final del fervoroso e iluso León Trotsky.
He recordado esa parte de la historia de la revolución bolchevique en el momento en que está reunida la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. Cuando quise investigar en Google algunos detalles de esta reunión, escribía ONU y el corrector ponía –lo juro– «Inútil». No creo que sea inteligencia artificial sino que en Google existe conciencia de la realidad.
La Organización de Naciones Unidas fue creada por 53 países en octubre de 1945, en la ciudad de San Francisco, EE. UU. Fue una decisión recibida con euforia porque parecía que ese organismo impediría que se repitieran los horrores de la Segunda Guerra mundial y los crímenes del nazi fascismo.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, la más importante de las decisiones tomadas por la joven ONU, fue aprobada en diciembre de 1948. Esta declaración era ley cuando los países miembros de la ONU eran 53. Hoy son 193 y allí hay de todo, desde algunas respetables y consolidades democracias hasta regímenes abiertamente criminales.
Transcribiré solo los artículos de la DDHH que conciernen a esta nota:
Artículo 1o. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Artículo 2o. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Artículo 3o. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
Voy a saltar el 4o que prohíbe toda forma de esclavitud y de servidumbre para pasar al 5o que es quizá el más pisoteado de todos, especialmente en nuestro país: «Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes». Más adelante están los que se refieren a la administración de justicia en igualdad de condiciones y garantías para todos los seres humanos. También ignorado en la Venezuela del chavismo madurista.
Me voy a concentrar en la actuación de algunos mandatarios de América latina en esta Asamblea de 2023 que tiene como objetivo central la protección del ambiente y el desarrollo sostenible. Era evidente, por razones obvias, que Nicolás Maduro no asistiría. Lo hizo el canciller Iván Gil de quien me resulta imposible hablar bien o mal.
Pero aún sin estar presente, a Maduro le fue de lo peor. En pantallas gigantes y en el corazón de Nueva York fueron exhibidas las torturas que aplica el régimen a sus presos políticos.
Tampoco asistió Daniel Ortega, de Nicaragua, quizá por miedo, pero seguramente que no por vergüenza. Tuve la paciencia para oír al caradura y desabrido Díaz Canel explayándose sobre la pobreza en el mundo, culpa de las desigualdades y por supuesto acusando a las sanciones del desastre que es Cuba después de 64 años de dictadura castro comunista.
Oí parte del discurso del hipócrita y acomodaticio Lula da Silva, quien habló de la tragedia palestina, de las guerras fratricidas y miseria en varios países de África y de las amenazas a la democracia en Guatemala, pero no dijo una sola palabra sobre el régimen autocrático de Nicolás Maduro, su vecino y compinche, cuyo régimen ha provocado que alrededor de 500 mil venezolanos, de los casi 8 millones que han emigrado, vivan exiliados en Brasil.
Lo de Gustavo Petro fue de antología. Confieso que hasta sentí algo de pena por su asombro, por su expresión de niño perdido en una selva oscura cuando los delegados se levantaban de sus asientos, hacían ruido, lo ignoraban, abandonaban la sala y la directiva era incapaz de retomar el orden.
Cuando al fin pudo hablar, se refirió al derecho a la vida y a la defensa del ambiente en un país en el que han sido asesinados, durante su gobierno, 27 líderes ambientalistas y han aumentado exponencialmente la narco violencia y los cultivos de coca.
Una nota final para ese narciso aterrador llamado Nayib Bukele, dictador de El Salvador, quien ha violado no solo la Constitución de su país, sino todas las normas de derechos humanos, de justicia y de mínima humanidad. Al perseguir y encarcelar a la mafia de los Maras, ha llevado a que El Salvador sea un país donde los vecinos se denuncian entre sí por rencillas personales y la cárcel para 20 mil presos, orgullo de Bukele, se llene también de inocentes sin derecho a juicio.
Para todos ellos, sin excepción hay un puesto reservado en el basurero de la historia.