El beso, por Carlos M. Montenegro
Una buena amiga me envió, vía whatsapp, un video producido por el diario español El País celebrando que el Museo del Prado cumple 200 años. Se trata de una selección de obras de grandes pintores que han sido intervenidas, de manera que las pinturas cobran vida, pero tratadas de forma tan esmerada que no restan en absoluto valor a los lienzos. Uno de los cuadros mostrado en la secuencia del video es el llamado “Diana y Calisto”, obra del pintor parisino Jean Baptiste M. Pierre de 1749.
Me he tomado la licencia de usarlo como imagen de entrada porque admirando esa pintura surgió la idea para este artículo. La obra muestra el momento congelado en que Diana va a ser besada irremediablemente por Calisto. Pero así lleva más de dos siglos sin que pasara nada, circunstancia que el video del whatsapp ha resuelto sutilmente.
Parece mentira que llevemos medio año, y lo que falta, sin darnos besos ni abrazos, especialmente los latinos, con la fama que tenemos de tocones, gesticulosos y besucones. Ciertamente siempre hemos sabido que los besos pueden ser de muchas clases, de familia, de amor, tiernos o apasionados, cinematográficos…, pero ¿cómo imaginarnos que besar podría ser tan peligroso?
El Diccionario de la Real Academia Española, (DRAE) tan sucinto como preciso define el beso como: Contacto o presión que se hace con los labios sobre una persona o una cosa, contrayéndolos y separándolos, en señal de amor, afecto, deseo, saludo, respeto, etc. (sic)
Pero cuidado que el beso no es una simple fruslería social. El beso como gesto expresivo es y ha sido muy importante en la historia de la humanidad. Lógicamente las cosas no siempre han sido como en nuestros tiempos; desde su origen el beso ha tenido diferentes significados dependiendo del medio social y de la época, entre otras variantes. Las primeras noticias sobre el origen del beso, datan de hace más de 4.000 años, en el los antiguos pueblos semíticos mencionados en la Biblia.
Al parecer el beso era un saludo habitual entre iguales: en la mejilla como amistad, en la mano expresaba acato o sometimiento, y en la boca para demostrar devoción. Aunque algunos estudios antropológicos sugieren que esta acción tan natural debió surgir como resultado de la lactancia o incluso antes, cuando los primeros homínidos alimentaban a sus crías boca a boca.
En la Antigua Grecia el beso en la boca era casi desconocido: se limitaban a besar la cabeza, los ojos o las manos; hay poemas homéricos que lo mencionan. Lo curioso es que mientras se besaba en la frente se cogía de las orejas a la persona besada. Teócrito el poeta griego del siglo IV a.C. se quejó de su amado diciendo: “Ya no quiero a Alcipe: le llevé una paloma y no me cogió las orejas al besarme” (sic).
En la Antigua Roma cambió la cosa: el beso como saludo era una práctica habitual de la conducta social, aparte del significado sexual que envolvía. El maestro de retórica Marco Fabio Quintiliano, se refería a los novios cuando intercambiaban besos en público, diciendo que parecían “marido y mujer”, ya que besarse así equivalía a veces a la consumación del matrimonio.
Desde la Edad Media hasta hoy, besar sobre una cruz o simulándola con los dedos representa un auténtico juramento. Cómo ignorar la transcendencia del beso de Judas, el apóstol traidor que guió a los guardias que arrestaron a Jesús hasta el lugar donde lo encontraron, indicándoles cuál era besándole. Judas por su traición fue recompensado con treinta piezas de plata por los miembros del Sanedrín.
Para bien o para mal hay muchas clases de besos, algunos originales. El beso fue transformado alegóricamente en unos pequeños bombones de chocolate mundialmente famosos, que los italianos llaman “baci”, mientras que los gringos los venden como “kisses”.
Hay besos robados, unas veces bienvenidos y otras no. Y qué decir de “Il bacio della morte” (El beso de la muerte) dado por un capo mafioso expresando que un miembro de la familia criminal debe ser eliminado, generalmente a causa de una supuesta traición. Aunque también puede ser un aviso para que permanezca callado. Leyenda o no, se dan como ciertos.
El beso tal vez sea el elemento más socorrido para letras de canciones; los españoles lo han usado profusamente para dar incluso lecciones de amor a los equivocados, e informarles que: “la española cuando besa, es que besa de verdad y a ninguna le interesa besar por frivolidad. El beso en España, lo lleva la hembra muy dentro del alma, la puede Vd. besar en la mano, o puede darle un beso de hermano y así la besará cuando quiera, pero un beso de amor no se lo da a cualquiera”. Ni más ni menos.
Sin embargo en América Latina el beso se emplea menos pedagógicamente y con mucha más carga romántica, sensual y hasta erótica; al revés que el pasodoble tan suelto y chulesco el bolero se baila abrazado, y cuanto más pegado mejor.
“Besame mucho” podría ser el icono entre cientos de canciones mundialmente famosas cuyo protagonista es el beso. Hay besos cuya imagen han hecho historia. Quizás el más famoso tuvo su origen en una simple fotografía tomada el 14 de agosto de 1945.
Fue en Nueva York, en Times Square, en el cruce de Broadway con la Séptima Av. mientras la multitud celebraba el anunció del fin de la II Guerra Mundial tras la rendición de Japón. Dos reporteros gráficos, Víctor Jorgensen y Alfred Eisenstaedt, inmortalizaron con una foto el abrazo y el beso impulsivo entre un marinero y una enfermera que estaban entre la multitud celebrando la noticia. La revista Time publicó la foto de Eisenstaedt y la de Jorgensen apareció en el New York Times.
Sigue siendo una de las imágenes más vendidas en póster. Los protagonistas de esta icónica foto fueron George Mendonsa y Greta Zimmer Friedman, quien en realidad no era enfermera sino asistente dental. En 1980 declaró para Life que el beso había sido totalmente casual, que no conocía al marinero y que no supo más de él hasta varias décadas después. En pocas horas la foto se publicó en todo un eufórico mundo sin guerra, haciéndose “viral” mucho antes de que existiera Internet. Un beso eterno entre desconocidos que permanecerá inmortalizado para siempre.
El “beso comunista” me gusta llamar al “selfi” más solicitado del muro de Berlín. Se trata de uno de los más famosos besos de la historia el que se dieron en la boca los jefes comunistas Erich Honecker, dictador de la República Democrática de Alemania y Leónidas Breznev, secretario general y presidente de la URRS durante la visita de éste a la Alemania Oriental en Junio de 1979.
Pese a la polémica y el ridículo que desató en Occidente, besarse era realmente un signo común de solidaridad socialista que se popularizó en los tiempos de Nikita Kruschov. Se comentó además que ambos mandatarios eran muy besucones.
Sin embargo, este beso pasó a la historia cuando el artista ruso Dimitri Vrubel lo pintó en el muro de Berlín días después de la caída a partir de una foto de prensa. Ese tramo no fue tumbado siendo la parte más visitada de Berlín por los turistas.
Pero quien más y mejor ha difundido besos espectaculares, sin duda ha sido la industria cinematográfica, especialmente la de Hollywood. Aunque eran falsos todos nos los creíamos, al menos mientras veíamos la película, y son quizás los mejor recordados. No es posible olvidar los besos que el truhán de Rehtt Buttler propinaba a la malcriada Scarlet O’Hara en “Lo que el viento se llevó” (1939). Lo difícil sería escoger el mejor de esa legendaria superproducción.
Nunca sabremos en que paró todo aquel asunto del París que aún les quedaba, porque lo verdaderamente inolvidable fue el beso convertido en uno de los más memorables de la historia del cine que el duro, “ma non troppo”, Rick (H. Bogart) y la supe derretida Ilsa Lund (I. Bergman) se dieron en “Casablanca” (1942).
Sin menospreciar para nada el extraordinario beso de la misma Bergman, pero esta vez con su colega espía Cary Grant, en el balcón del hotel en la película “Notorius” (1946) de A. Hitchcock con aquella espectacular vista de Copacabana que, por cierto, ni de reojo le pararon bola.
Ocho premios Oscar no consiguieron hacerle sombra al beso más adúltero de la historia del cine. Cuando bañados por las aguas de la playa hawaiana de Halona Cove, el sargento Warden (Burt Lancaster) y la esposa de su capitán (Deborah Kerr) en “De aquí a la eternidad” de Fred Zinnemann (1953), crearon el beso más perturbador que escandalizó a los Estados Unidos y al resto del mundo en aquellos puritanos años 50.
El primer beso con lengua que hubo en las salas de cine fue en la película de Hollywood “Esplendor en la Hierba” (1961) de Elia Kazan, con la que una preciosa Natalie Wood y un apuesto debutante, Warren Beatty que vio despegar su carrera, encadenando a partir de entonces, un éxito tras otro.
Desayuno con Diamantes (1961) era otra cosa. El beso bajo la lluvia con el que George Peppard consigue llevarse al huerto a la bella Audrey Hepburn para comprometerse, no hace olvidar la escena cuando la protagonista con “croissant” en mano se enfrenta obnubilada a la inalcanzable vitrina de Tiffany´s mientras su galán tramitaba que la tienda abriera, solo para ella, por primera vez en su historia un domingo. Lo que Hollywood no logre…
La persona que me llevó a ver Lassie mi primera película en un cine fue mi padre. Aficionado al cine norteamericano solía decir al salir de la sala: “¡no hay nada como un beso bien dado!”.
Y es que me olvidaba mencionarles que en las películas con final feliz un beso solía ser el último plano, justo antes de que insertaran el inevitable “The End”.
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