El botín, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
–¿Ernesto?
–No, está equivocado señor…
–Como que equivocado, vale… soy yo: Argenis. ¿Cómo está la vaina, mi pana?
–Le repito que está equivocado, señor… no soy ningún Ernesto, llame a la central y pida información…
–Nojoda, Ernesto ¿te vas a poner cómico ahora conmigo?
–Amigo, le repito que está en un error y que yo no me llamo Ernesto, así que voy a trancar. Colgó, se llevó las manos a la cabeza, y se miró largamente en el espejo que decoraba una de las habitaciones del hotel. Entonces se preguntó ¿qué pasa aquí? Así estuvo, observándose por varios segundos, absorto en la vorágine de lo que había sido su agitada vida y cuando estaba por preguntarse por tercera vez cómo carajo había sido localizado si hace dos semanas botó su aparato y cambió de número, el teléfono volvió a replicar. Una corriente áspera y desconcertante recorrió su cuerpo. Ahora miraba el móvil con aprensión, respiró profundo tras haberse paseado por la posibilidad de no responder, pero habló.
*Lea también: Carta al Niño Jesús, por Laureano Márquez
–Mira, Ernesto, yo no quiero resolver este asunto de la forma como lo hemos hecho con los tipos que nos traicionaron, y tú lo sabes muy bien. Acuérdate de los que después de dar un golpe se pierden y en la confusión dejan a los demás jodidos. ¿Te acuerdas cómo fue que ajusticiamos a Raymond, en pleno cumpleaños de una de sus hijas? Bueno, no quiero hacer contigo esas vainas desagradables; tan malas que a veces a mi me espeluca el cuerpo y no me dejan dormir… Así que vamos a conversar… escucha con atención lo que te voy a decir: seguro que te has enterado que el Gordo ya no es ministro, y desde entonces anda nervioso porque sospecha que lo van a meter en una de esas investigaciones chimbas de la fiscalía sobre corrupción que hizo la oposición, todo para descargar contra él sus propias cochinadas. La vaina está clara: si cae él nos jodemos todos.
Ernesto respiró profundamente y dejó de mentir, como si la felicidad que se había inventado estuviera pasándole al lado. Se sirvió un trago de whisky, tomó el teléfono y habló.
–Está bien Argenis… pero ya yo no estoy en Miami. Tuve que salir de allá sin avisarle siquiera a la familia porque percibí unos movimientos muy extraños con unos tipos que parecían de la DEA y rondaban el edificio. Al menor descuido, sin maletas ni nada, sino con una bolsa de compras donde llevaba solo mis documentos salí un sábado en la mañana. Sin hacer ruido. Tomé un taxi y me fui al aeropuerto. Ahora estoy enconchado en un sitio donde tú mismo no sabes. Así qué, tranquilo Argenis, yo me pierdo, pero me llevo lo mío porque esta operación financiera corrió por mi cuenta, y lamento decirte que ese dinero no lo voy a compartir con nadie.
-Coño, Ernesto ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? ¿Tú te crees tan listo que aseguras que nadie te va a localizar? ¿Y por qué te estoy llamando a ese número de teléfono nuevo al que te cambiaste?
-No es un problema de creerme más listo que los demás y pensar que no corro riesgos. Claro que sí lo sé. Pero yo ahora estoy en un lugar seguro, en un bunker, sabes… que hayas dado con el número del teléfono no significa que sepas dónde estoy… Lo siento Argenis, pero esta plata me la gané yo solito porque el Gordo ni siquiera me dijo cómo hacer la operación de cambiar las partidas del presupuesto del ministerio. Nadie intervino en esto, sino yo. Es verdad que en otras operaciones hemos actuado en equipo y hemos compartido los dólares; pero esta vaina la planifiqué y la coroné yo… ni ustedes se enteraron. Ahora, eso de que el Gordo esté nervioso porque pueden joderlo desde el gobierno, ese es su problema, hermano. Lo mío no lo voy a compartir, y siento decírtelo con total franqueza.
-¿Tú estás seguro de lo que está diciendo, Ernesto? ¿Tan loco te han vuelto esos millones de dólares, mi pana, que te crees incluso el hombre invisible, incapaz de ser localizado?
-Lo siento Argenis… voy a colgar y no llames más porque voy a apagar el teléfono, lo voy a destruir para que no te vuelvas loco tratando de rastrearlo.
-Está bien, Ernesto… tú te lo buscaste… no hace falta que corras a cerrar la cortina gris de la suite donde te encuentras ahorita… tengo el dedo justo en el gatillo del fusil donde te voy a mandar mi saludo…
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España