El “bozal” de ética, por Rafael A. Sanabria M.
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Con el nombre de “el bozal de arepa”, o más sucinto, “el bozal”, se denomina en Venezuela, despectivamente, la dádiva con fines de hacer dependientes a otros para controlarles. Los beneficios monetarios o en especies que entrega el gobierno caen, para muchos, en esa denominación. Se escucha decir: “Esos se venden por una bolsa de comida, por un bono”.
Estamos en una gran crisis en todos los órdenes: el PBI en el suelo, sin producción ni fuentes de empleo, las empresas en receso, lo único que prospera es la corrupción y, a simple vista, hay un bloqueo. En esta situación el máximo egoísmo sería que, desde la altura de un nivel más holgado, se quiera denigrar a los receptores de bonos y otras prebendas que les son indispensables para sobrevivir, con calificativos como “tienen un bozal”. Tenemos todos que colocarnos un bozal de ética para poder juzgar a otros en esta grave situación.
En cierta forma, en mayor o menor medida, los miembros de una comunidad, los trabajadores de una empresa, los inscritos en cualquier organización tenemos un bozal. No somos ese ser ideal, casi mítico, relampagueante de pudor y orgullo, indoblegable por sus principios y sobre todo libre de ataduras materiales, que no se calla de vez en cuando y acepta en silencio situaciones del entorno con las que no coincide plenamente.
Y seguimos trabajando en una empresa que contamina y hace trampas, y seguimos apoyando a un partido que negocia sus principios y a un dirigente que sabemos no es lo que dice ser. Aceptamos como propio aquello que tiene alguna diferencia o sesgo de lo que consideramos correcto. Esa mínima diferencia la obviamos porque si no quedaríamos solos, seríamos unos cascarrabias, perderíamos las vías para comunicarnos o hasta caeríamos en carencias materiales, incluso, nos moriríamos de hambre.
Desde siempre se ha dicho que la policía y el sistema judicial son injustos e impuros, pero acudimos a ellos esperando que nos amparen; que la economía es movida por manos muy visibles y algunas veces torcidas, pero confiamos en que nuestro propio emprendimiento se beneficie en tal situación. Conocemos que nuestra propia iglesia no es todo lo santa que proclama y solo vemos la paja en el ojo ajeno. Nos hacemos cómplices pasivos, silenciosos, de pequeñas situaciones que juntas pueden sumar un gran problema de ética.
En cierta medida todos tenemos un bozal. Hay que asumirlo y definir cual es el nivel aceptable. En verdad, nadie puede tirar la primera piedra.
El bozal lo tenemos los venezolanos de todos los estratos, desde los más humildes hasta quienes tienen altas jerarquías en el aparato militar y responsabilidades de envergadura en la cúpula del gobierno. Una parte de la población se ha puesto el bozal por una valedera necesidad real (hambre), pero hay otra parte que se lo ha colocado para beneficiarse oprimiendo a su mismo pueblo.
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Sabemos que hay un bloqueo extranjero, pero también sabemos que hay un gobierno ocupado únicamente en su lucha por el poder. Que se ha convertido en un mesías con la economía en el suelo y el pueblo a su merced esperando que a ellos les dé la gana de darles la gota de petróleo. El pueblo no tiene gas (ahora reparten leña, no tanto para cocinar sino para humillar, para llevarlos un poco más abajo cada vez), a cada rato se va la electricidad, la violada bolsa de comida llega cada tres meses, pero mucha gente alberga aún esperanzas en la utopía que les siembran los voceros del gobierno, quienes alimentan el sueño de resurgir el aparato industrial.
El problema no está en recibir los beneficios sociales del gobierno: eso es un derecho. El problema radica en que nos acostumbramos a ver lo incorrecto como natural. Nos colocamos el bozal en silencio aunque la procesión va por dentro. El país necesita contralores independientes, con capacidad para investigar y sancionar, sin compadrazgos ni compromisos preadquiridos.
De propaganda no se vive, se vive de hechos concretos. Perdimos conquistas logradas en otros momentos históricos, pero aún se cultiva la semilla de la esperanza. Es hora de quitarse el bozal, ¿hasta cuándo callar el malestar?
Cuando caigamos en cuenta de que el bozal de arepa es falta de ética y cuando la ética vuelva a ser un valor entre los ciudadanos, aflorarán las fallas operacionales y estructurales de las mal llamadas políticas de Estado y, puesto que las responsabilidades no se delegan, quienes por indolencia sucumbieron a la presión de los poderosos y pusieron en riesgo el futuro de sus hijos tendrán que rendir cuentas y dar la cara.
Los tiempos cambian. Retornará el sosiego y surgirá la honestidad (¡ !). Estamos a tiempo de escribir una nueva historia. No dejemos que otros la escriban por nosotros.
Yo, soy pueblo.
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