El caradurismo en la COP27, por Beltrán Vallejo
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El cinismo en la más pura esencia. Nicolás Maduro se atrevió a ir a una cumbre ambientalista en Egipto a dar lecciones de moral ecológica. Con la ternura que lo caracteriza, se apareció en el país de las pirámides durante la cumbre del COP27 enarbolando banderas de denuncia a esos países capitalista que son los causantes de la crisis climática. Los que conocen el tratamiento que su régimen le ha dado a la temática ecológica en Venezuela quedaron con la boca abierta cuando escucharon su discurso. Los que conocen la ruina ambientalista en el Arco Minero del Orinoco quedaron indignados.
En palabrerío, habló de la posible extinción de las abejas por el calor extremo, y por ende eso significaría el fin de la polinización y se extinguiría la vida en el planeta. Y del cientificismo pasó a otra perolata centrada en exigir fondos de financiamiento e indemnización para los pueblos afectados por la voracidad capitalista generadora de las tragedias del cambio climático (por supuesto, entre los indemnizados debe estar Venezuela).
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Por cierto, los compinches de Maduro, los que lo sostienen en todos los ámbitos, no estuvieron en esa cumbre, que son China y Rusia como tremendas potencias ecocidas. Para ellos no hubo ningún señalamiento; pero eso forma parte del cinismo que hizo gala Maduro quien en verdad estuvo más enfocado en la apretadera de manos, las de aquellos elementos que según él son de tal maldad que tienen a más 30 millones de venezolanos pasando penurias a fuerza de sanciones y bloqueo, y con eso me refiero a apretones de mano por todo ese pasillo, conversando con el presidente francés y coleando a Kerry, el representante de EEUU, y así exhibir sus «victorias diplomáticas».
Pero el colmo de los colmos fue su solicitud a Gustavo Petro, el presidente de Colombia, de reactivar el Tratado de Cooperación Amazónica para frenar la deforestación; además, también dijo que se ha disminuido en un 47% la deforestación en Venezuela desde el año 2000. La desfachatez de Nicolás Maduro no tiene límites, y me indigna que a estas alturas no he visto un pronunciamiento fuerte del movimiento ambientalista venezolano, repudiando el caradurismo de Maduro en la cumbre egipcia. Las voces en esa materia siguen siendo tímidas a la hora de presentar al régimen de Maduro como un régimen ecocida que vive de un extractivismo felón no sólo con el oro, también con la bauxita, con el coltán y otros minerales. Sólo le reclaman que no tiene una «política ambiental coherente».
¿Qué lecciones ecológicas da Maduro cuando su gestión económica profundiza la secuela antiecológica del extractivismo puro? Por ejemplo, en lo que concierne a la amazonia venezolana, impera la minería en más de 1.200 kilómetros cuadrado de extracción ilegal, porque el régimen no hace nada para impedir la proliferación de esa actividad que es eminentemente ecocida; y, sin embargo, vemos que en Egipto Maduro exhorta a media Sudamérica a que hagan lo suyo para proteger al pulmón del planeta.
¿Y su Arco Minero del Orinoco? Eso representa cientos de kilómetros cuadrado de minería «legal» que afecta ríos, poblaciones indígenas y al parque nacional Canaima. La actividad ecocida en esa zona es un puñal que el régimen de Maduro clava diariamente, y es un puñal de mercurio en la cuenca del río Caura en plena amazonia venezolana.
Según la ONG SOS Orinoco, desde el 2000, en el parque nacional Canaima la minería lleva un promedio de deforestación de bosques de 80 hectáreas por año.
El régimen de Maduro subsiste gracias al asesinato del medio ambiente.
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