El caso Albán: la venganza revolucionaria inspira el rol de verdugos
La inexplicable muerte de Fernando Albán en el Sebin abulta el expediente que examina el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Quienes llegaron al poder por la vía electoral hoy se sienten reivindicados de su derrota militar y subversiva de los años 60 y admiten que los orienta la sed de venganza
La muerte del concejal y dirigente nacional de Primero Justicia, Fernando Albán, mientras permanecía detenido en las instalaciones del Sebin, la policía política del Estado venezolano, marca un punto de inflexión en el ya extenso y trágico historial de agravios y de violaciones a los derechos humanos durante las casi dos décadas de ejecución del proyecto socialista compartidas entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
La tarde del lunes 8, el cuerpo de Albán cayó desde el décimo piso de la edificación policial donde el concejal estaba recluido desde el pasado viernes 5 de octubre, acusado de una supuesta implicación en el «atentado» efectuado mediante drones contra Nicolás Maduro, el sábado 4 de agosto de este año.
La primera versión gubernamental, ofrecida por el fiscal nombrado por la Asamblea Constituyente, Tarek William Saab, señaló que el dirigente político se habría suicidado cuando se le permitió ir a un baño, por cuya ventana se habría lanzado al vacío. Más tarde el Ministro de Relaciones Interiores, mayor general Néstor Reverol (GN), dijo que Albán se encontraba en una sala de espera antes de ser trasladado a tribunales y desde allí habría tomado la fatal determinación.
Las dispares versiones oficiales del ”suicidio” han sido rechazadas por el partido de Albán, Primero Justicia, la Asamblea Nacional y la oposición en pleno, posición reforzada por las informaciones de ex presos políticos que han señalado la imposibilidad de un suceso con tales características por cuanto durante el tiempo que permanecieron recluidos en el Sebin nunca estuvieron sin custodios fuera del calabozo. Es una norma interna. Incluso han dicho que los baños del Sebin no tienen ventanas.
La propia Arquidiócesis de Caracas en un comunicado manifestó su perplejidad y duda por las circunstancias de la muerte de Albán y destacó que “hasta ayer se conoció que estaba sereno y tranquilo –inclusive- envió directrices a su equipo para que mantuviesen trabajando a favor de los pobres”.
Más allá de las burlas grotescas que tuiteros del oficialismo la emprendieron contra Albán, era un político de formación democrática y compromiso cotidiano. Hombre de diálogo y de acción, pieza importante en estructura organizativa de su partido. Participaba con la Iglesia Caritas en la distribución de ollas solidarias entre la población pobre de la capital.
De Fabricio Ojeda a Fernando Albán
La muerte de presos políticos bajo custodia de organismos de seguridad del Estado, en dictadura o democracia, obviamente no es nueva en Venezuela. De hecho, en su estrategia política de promoción del odio como elemento polarizador de la sociedad venezolana, Hugo Chávez reiteraba que el período democrático que él bautizó como Cuarta República fueron “cuarenta años de tiranía”.
Esa caracterización se ha querido reforzar a lo largo de estos años mediante la profusa difusión de material propagandístico que incluye libros, actos políticos, mensajes y programas elaborados por el vasto entramado de medios públicos recordando crímenes, desapariciones y torturas de otras épocas, pero especialmente entre 1962-69, período en el que partidos de izquierda escogieron la vía de la lucha armada frente al naciente proyecto democrático. Aquellos condenables ejemplos en modo alguno podía repetir la “revolución bonita” por humanista que Chávez lideraba.
Paradójicamente, si alguna muerte evoca la tragedia vivida por Fernando Albán es la de Fabricio Ojeda, miembro de la Junta de Gobierno del año 1958 y quien luego abandonaría su curul parlamentaria para lanzarse a la lucha armada, detenido por esa causa y fallecido en junio de 1966 en las instalaciones del Servicio de Información de las Fuerzas Armadas (SIFA).
La versión oficial de suicidio por ahorcamiento en el interior de su celda históricamente ha sido rechazada por los copartidarios de Ojeda, convertido en figura emblemática de las luchas guerrilleras y revolucionarias y cuya exaltación por el chavismo llegó a punto culminante durante el mandato de Nicolás Maduro, que llevó sus restos mortales al Panteón Nacional, hace menos de dos años.
Algunos exintegrantes del Partido Comunista de Venezuela refirieron el caso de José Gregorio Rodríguez, integrante de la Juventud Comunista, que se lanzó o lo lanzaron de una sede de la Digepol que estaba ubicada en la avenida Fuerzas Armadas de Caracas.
Es un giro trágico para el país que quienes llegaron al poder por la vía electoral hoy se sientan reivindicados de su derrota militar de los años 60 y que luego de servirse de las garantías democráticas confiesen paladinamente, como lo ha hecho destacadas figuras del “proceso”, que los orienta la sed de venganza. Delcy Rodríguez pensará seguramente en la muerte de su padre a manos de torturadores de la Disip. Tareck El Aissami, por ejemplo, ha llegado a declarar el carácter “terrorista” de todos los partidos de oposición.
La autoproclamada “revolución humanista y democrática” exhibe hoy cifras muy abultadas en materia de muertes por represión, presos políticos y tratos crueles e inhumanos, condenable expediente en el cual tiene puesto su foco ahora mismo el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Son cifras vergonzantes para cualquier estado democrático en pleno siglo XXI.
Para el presente y para el futuro cobran pertinencia unas palabras del dramaturgo y escritor Eugéne Ionesco dichas hace varias décadas: “Creo que todos los que son víctimas esperan un día llegar a ser verdugos. Para que el mundo cambie es necesario que los que quieren hacer el cambio se digan: no haré lo que otros hacen cuando están en el poder. No castigaré no me vengaré: pero nadie lo quiere decir”.