El centenario del Partido Comunista de China, por Víctor Álvarez R. y Davgla Rodríguez A.
Twitter: @victoralvarezr
El 1° de julio se cumplen 100 años de la fundación del Partido Comunista de China (PCCh) por Mao Zedong, líder histórico de la revolución popular china. Con más de 90 millones de militantes es una de las organizaciones políticas más grandes e importantes del mundo.
Después de la muerte de Mao en 1976, lo sucede por un breve lapso Hua Guofeng quien es sustituido en 1978 por Deng Xiaoping, el líder del PCCh que impulsó las reformas económicas que transformaron a China en una potencia mundial. La apertura y liberalización económicas se profundizarían bajo los mandatos de Jiang Zemin en 1993, Hu Jintao en 2002 y Xi Jinping, quien desde 2012 es el secretario general del Comité Central del PCCH y presidente de la República Popular China.
Desde 1949, el PCCh ha dirigido la fundación de la República Popular China que puso fin a un largo período de crisis y decadencia llamado siglo de humillación, en el que la nación china sufrió violentas agresiones exteriores, pérdida de soberanía sobre partes de su territorio, enfrentamientos internos que desembocaron en la guerra civil de fines de los años cuarenta del siglo XX, entre otras muchas tragedias.
A lo largo de este tiempo, China ha podido recuperar la unidad nacional, superar la crisis que arrastraba desde mediados del siglo XIX y transformarse en una potencia económica reconocida por la comunidad internacional.
En gran medida, esto se debe a las reformas que se han llevado a cabo a lo largo de las últimas cuatro décadas. Contrario a los dogmas de la propiedad estatal total y absoluta sobre los medios de producción, el PCCh ha liderado un proceso de transformación económica basado en la apertura a la inversión privada nacional y extranjera que hizo posible una mejora espectacular en las condiciones de vida de la población: más de 800 millones de chinos han superado la línea de la pobreza.
Gracias a la nueva orientación que asumió el PCCh a fines de los años 70 del siglo XX, China ha protagonizado la mayor revolución económica de la historia de la humanidad. Nunca antes una población tan grande había experimentado en tiempo tan corto una mejora tan intensa de sus condiciones de vida.
En China, inversión pública y privada se complementan para desarrollar la industria y la infraestructura, así como para emplear a una población económicamente activa que supera en la actualidad a 780 millones de personas. Para tener una idea de esta magnitud, vale señalar que la fuerza laboral de EE. UU. y la UE no supera los 450 millones de personas. Esto da una idea del tamaño que puede alcanzar el PIB con casi 800 millones de chinos trabajando y produciendo.
A partir de las reformas impulsadas por Deng Xiaoping, el Estado regula la economía, pero sin imponer rígidos controles que distorsionen su funcionamiento.
El Estado se reserva la propiedad en sectores estratégicos, así como un porcentaje minoritario en empresas consideradas no estratégicas. Una vez cumplidas las cuotas y compromisos con el Estado, se autoriza a las empresas a vender a precios de mercado el resto de la producción, lo cual funciona como un poderoso incentivo para aumentar la oferta y superar los tradicionales problemas de escasez, acaparamiento y especulación que han azotado a las economías socialistas. Las empresas compiten entre sí a través de un sistema de precios autorregulado, según las fuerzas de la oferta y la demanda.
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Desde 1950 a 1978 el crecimiento de China estuvo en torno a la media mundial. A partir de las reformas económicas, comenzó a crecer a un ritmo sin precedentes. Con un papel preponderante de la inversión privada, la economía china superó todas las previsiones de crecimiento. En el año 2007 logró un crecimiento de 11,4 % del PIB, el mayor en 14 años, y fue el quinto año consecutivo por encima de 10 %. El PIB creció durante 28 años a una media de 9,7 % y ascendió a $ 3,41 billones, situándose en el 4° puesto mundial por detrás de EE. UU., Japón y Alemania.
En 2021 China se ubica como la segunda economía del mundo.
La Oficina Nacional de Estadística (ONE) de China informó que el PIB creció 18,3 % en el primer trimestre de 2021, un considerable rebote luego de la contracción económica causada por el impacto de la pandemia del Covid-19.
Uno de los errores más reiterados en las distintas experiencias de construcción socialista fue confundir el mercado con el capitalismo y creer que cada nueva regulación o control sobre la dinámica de la oferta y la demanda constituía un paso de avance en la lucha contra la pobreza. En la experiencia china del socialismo de mercado el gobierno central no altera con controles ni subsidios el proceso de formación de precios y –en vez de obstaculizar la iniciativa privada– ofrece incentivos fiscales, laborales y ambientales para atraer un creciente flujo de inversiones.
El uso de los mecanismos de mercado para establecer los precios y asignar eficientemente los recursos en países de orientación socialista encuentra su caso más emblemático en la República Popular China. A través de los mercados de capitales promueve la propiedad mixta y las inversiones conjuntas entre gobiernos locales y empresas extranjeras que han convertido a China en una reconocida potencia, tal como quedó demostrado en la reciente reunión del G-7 cuando las principales potencias occidentales acordaron impulsar una alternativa a la iniciativa de la franja y la ruta promovida por el presidente Xi Jinping.
La experiencia china debe ser observada y estudiada por todos los partidos de izquierda que llegan al poder y, en vez de estimular la inversión privada, comienzan a aplicar rígidos controles que asfixian la iniciativa privada y provocan la quiebra de empresas, lo cual desemboca en la destrucción de millares de puestos de trabajo y en un empobrecimiento generalizado de la población.
Aquella China de a pie y en bicicleta, a la que se criticaba por su atraso y pobreza, hoy se le critica por ser un país donde se multiplican los millonarios. «Ser rico es malo« suelen decir los comunistas del mundo, pero el PCCh rompió con ese dogma y ha demostrado que sin una permanentemente generación de una abundante riqueza es imposible satisfacer plenamente las necesidades básicas y esenciales de una población que no deja de crecer.
Víctor Álvarez es economista. Investigador/consultor. Premio Nacional de Ciencias.
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