El Ciclo Perpetuo de la Democracia Venezolana, por Luis Cermeno
Cuando se trata de analizar los sistemas políticos democráticos, algunos académicos tienden a separar las democracias tradicionales con las democracias con economías dependientes del petróleo. Aunque aporta ideas adicionales hacerlo, el resultado general no es diferente de las democracias con economías diversificadas. Mientras que la democracia estadounidense por ejemplo, es cautiva de grupos de interés corporativos, la democracia Venezolana es cautiva grupos de interés en la sociedad civil, partidos políticos e instituciones gubernamentales así como del mismo electorado, en ambos casos prevalece el interés de un grupo, y la postergación de objetivos de largo plazo y más alineados al desarrollo del país y el bienestar general.
La democracia venezolana se caracteriza principalmente por tener partidos políticos débiles y líderes populistas, que generalmente están vinculados al sector militar. Se promueven políticas corto placistas y políticas fiscales pro-cíclicas (gasto público expansivo cuando los ingresos petroleros son altos y viceversa) como mecanismo para hacerse y mantener control político creando relaciones de dependencia entre la población y el estado como mecanismo para la distribución de los ingresos petroleros.
Asimismo, existen fuertes grupos de interés que están inculados al gasto público como los sindicatos del sector público, las élites políticas, el sector militar, entre otros sectores sociales, que se convierten en agentes de presión para aumentar el gasto y posponer los intereses a largo plazo relacionados con la estabilización y el ahorro. Como resultado, se generan procesos de incremento desmesurado del gasto público seguidos de crisis económicas y fiscales que exacerban la pobreza y el bienestar de la gente a niveles inferiores que en los periodos previos al incremento del el gasto.
Ricardo Hausmann sostiene que una de las causas por la cual los gobiernos actúen de forma cíclica es un problema que W.F. LLoyd alguna vez definió como «La Tragedia de los Comunes», una práctica que, según su punto de vista, caracteriza el comportamiento colectivo humano y también los sistemas políticos democráticos, y que determina cómo en decisiones colectivas se generan incentivos para incrementar el gasto público.
Si se aplica la tragedia de los comunes al caso de un país petrolero como Venezuela, históricamente cuando hay incremento en los precios del petróleo en el mercado internacional, el gobierno de turno no ahorraría bajo la premisa que en las democracias representativas los gobiernos son transitorios. Podría establecerse que para un país como Venezuela, altamente rentista, los incentivos sociales que el gobierno tiene de gastar son altos, especialmente cuando hay rivalidad entre partidos políticos por el poder, para lo cual un gobierno que practica medidas de austeridad y ahorra recursos para otros períodos, está en desventaja en comparación con otros actores políticos.
La solución colectiva es entonces gastar asumiendo que en un sistema político democrático, donde los líderes son reemplazados cada cierto periodo, ninguno garantiza que se cumplirá una regla de ahorro y que además el que no lo haga obtendrá de retorno más apoyo popular y más tiempo en el poder
En el marco de esta lógica, la posibilidad de promover una política fiscal sana se ve limitada en este tipo de democracias:
Los años 70 fueron un claro ejemplo en el que el estado, una vez que se produjo el auge del petróleo, amplió su capacidad de participar en la economía a través del gran aumento en el gasto y la inversión en empresas estatales. Sin embargo, cuando el presidente en 1984 (Jaime Lusinchi) tomó medidas de ajuste fiscal para contener la crisis causada por la caída de los precios petroleros, fue contrarrestado por la alta presión de los trabajadores y los empleadores, por lo que tuvieron que revertir estas medidas y abrir de nuevo el flujo de gastos. El nuevo gobierno tuvo que asumir la difícil situación de la caída de los precios que empeoró el problema del déficit público, por lo que no había otra alternativa que iniciar un proceso de reformas para la liberalización de la economía. Sin embargo, una vez que se implementaron las primeras medidas, se desencadenó un grave conflicto social que condujo a un golpe militar y, posteriormente, al fracaso de esta reforma.
En 1989, el 80% de la población estaba insatisfecha con el gobierno. El gran descontento social culminó en la elección de Hugo Chávez en 1999, apoyado principalmente por trabajadores, la clase media y los militares. El resultado se repitió casi como un ciclo perpetuo: la revolución socialista fracasó al establecer clientelismos electorales bajo la premisa de una falsa democracia participativa.
Cuando los precios del petróleo cayeron en 2013 lo demás es historia. Venezuela vive actualmente una crisis humanitaria sin precedentes, el crecimiento del PIB se ha contraído a niveles de 1950 y el FMI estima que la inflación alcance niveles extremos de 13.000% en 2018; todo esto además acompañado con la pérdida progresiva de libertades políticas, económicas e individuales.
Frente a este panorama vale la pena mencionar dos puntos. El primero: no somos los únicos. Las democracias occidentales están en crisis y está en gestación una nueva ola de líderes populistas y nacionalistas en el continente americano y europeo. Por otro lado, el carácter rentista de nuestra economía es nuestra particularidad y las dimensiones de la participación del Estado es mucho mayor, generando crecimiento y crisis económicas proporcionales a los ingresos petroleros, limitando así nuestro potencial para el desarrollo económico, institucional y social en el largo plazo. A este respecto se puede concluir: de las bondades de la democracia petrolera venezolana resulta su ciclo perpetuo de destrucción y pobreza.