El coco de la abstención, por Rafael Uzcátegui
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A partir de los resultados de las elecciones primarias del pasado 22 de octubre, un hito político de trascendencia en nuestro empedrado camino a las elecciones, diferentes sectores de la sociedad civil venezolana han estado denunciando el supuesto riesgo latente de la «abstención» y la «calle sin retorno» que estarían a punto de convocarse por conocidos sectores políticos del campo democrático. La advertencia ha trascendido la reflexión y se ha convertido en un arma arrojadiza contra quienes califican como «radicales». La acusación no sólo carece de asidero, sino que se configura para un contexto que no es el que estamos viviendo en el año 2024.
Quienes ven abstencionistas agazapados en cada esquina y se espantaban con la consigna «Hasta el final» de María Corina Machado sufren de estrés postraumático por las protestas del año 2017, otro hito político nos guste o no nos guste. Mucho más cómodos con el tono conciliador de una oposición de baja intensidad, repiten como su propio mantra las clases sobre transiciones negociadas de universidades norteamericanas de prestigio –si lo dicen ellas debe ser verdad–: Cuando los costos de salida sean menores que los costos de permanencia, luego del ofrecimiento de los incentivos necesarios, vendría indefectiblemente la redemocratización del país. Cualquier cosa fuera de la lámina de powerpoint de esa lección, debe ser rechazado por «extremista».
En el 2017, por una serie de condiciones y oportunidades, un sector importante de la oposición optó por lo que los catedráticos de Stanford han calificado, también, como «Transición por colapso», caracterizadas por manifestaciones masivas con el objetivo de quebrar la coalición dominante. Como en cualquier otro modelo de ruptura autoritaria no hay éxitos garantizados, pero existen ejemplos sobre logros de este tipo de transición.
En el caso venezolano ni las movilizaciones masivas ni la táctica de presión de conformar un gobierno interino logró devolvernos a la democracia. El sentido común, por tanto, exigía promover un camino diferente. Que hoy haya un consenso en la ruta electoral es consecuencia, entre otras razones, que la movilización insurreccional de masas –que tiene una larga historia en América Latina– se haya mostrado ineficaz entre nosotros. Ninguno de los modelos de transición que usted pueda aprender en los cursos académicos sobre democratización es «moralmente superior» que los otros. Su valía depende, exclusivamente, de su eficacia en una realidad concreta.
Para decirlo en cristiano: Si no hubiéramos usado ya, sin suerte, la barajita de la máxima presión, los contornos del debate político actual serían completamente diferentes. Nos hemos pasado el suiche y ahora estamos en el momento de una transición negociada, por elecciones.
En Argentina se hizo público, años atrás, un manual para desactivar conflictos ambientales. Uno de sus consejos, que tiene que ver con lo nuestro, era «ocupar el espacio del reclamo». La compañía de marketing aconsejaba a la petrolera estatal que como el reclamo era una actividad social indetenible, había que ocupar ese espacio con una demanda favorable a sus intereses que, a su vez, fuera movilizadora. Esto explica el por qué, cuando nadie habla de no participar en el proceso electoral, se esté acusando de abstencionistas al sector democrático al cual se adversa. El foco no es exigir condiciones electorales de participación a quien tiene la posibilidad de garantizarlas, sino denunciar «el abstencionismo» en el ojo ajeno para viralizar la sospecha.
No se ha entendido que la relación entre la gente y el liderazgo político cambió. Los consensos –como el resultado de primarias o la no participación en el referendo esequibo– se han venido construyendo desde abajo. Atrás quedaron los días en que, de manera pasiva, se esperaba que bajara la línea de actuación desde las alturas. Afortunadamente, el ciudadano común nos ha venido sorprendiendo con una madurez política a prueba de demagogias. La masa crítica actual no esta siendo impuesta por los tres tuiteros altisonantes de siempre.
Si la literatura académica plantea que sólo hay dos modelos de transición ya probamos el primero –por ruptura– y estamos apostando por el segundo –por negociación–. Por más épico que haya sido, ningún líder o lideresa regresará a una estrategia que lo condene a la soledad, abandonando el lugar privilegiado que hoy ocupa. La pregunta es qué pasaría si el gobierno logra imponerse siendo una franca minoría. Aunque dicen que no hay batallas finales en política, el escenario de 6 años más con Maduro es de oscuridad. Aprovecharía el impulso del fraude para mantener, en el 2025, la hegemonía en gobernaciones y alcaldías. Y estaría cuesta arriba convencer a los venezolanos que las posibilidades de cambio se encuentran manteniendo el foco participativo y electoral. Este resultado generará un nuevo pico de migración forzada.
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Quienes me conocen saben que mi formación política proviene del anarquismo. Por eso me encuentro entre quienes han postergado sus proyectos personales para el regreso de la democracia en el país. Una democracia en la que cuestionar la representatividad y abstenerse sea una opción, y no una imposición del autoritarismo, en su fórmula para quedarse en el poder.
Por eso, compañeros de ruta, el verdadero promotor de la no participación en elecciones no es María Corina Machado o «los radicales», sino la abyección que controla militarmente el territorio.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz.
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