El cuarto poder está venido a menos, por Carlos M. Montenegro
En la Edad Media la sociedad se regía básicamente por tres poderes principales: la nobleza, el clero y el pueblo llano, aunque es cierto que los dos primeros acaparaban el poder y los recursos. La iglesia sin embargo aún conserva un impalpable poder que cuatro palabras en nuestro argot cotidiano define perfectamente: fueron y son los “grandes influencers de la historia”. Con el paso del tiempo la situación cambiaría y los poderes pasaron a ser: el ejecutivo, el legislativo y el judicial.
Pero a partir del siglo XIX un nuevo aspirante al club entraría en escena hallando un hueco entre los círculos más influentes del mundo. Se trataba del periodismo, alias el cuarto poder.
De antiguo la sociedad ha ido evolucionando a la par que la forma de informar a la gente lo que sucede. Hasta la llegada de la imprenta el modo más usado para la difusión de lo que pasaba fue el oral. Durante todo un milenio, desde el siglo V al XV, los cantares de gesta fueron recitados de memoria por rapsodas, trovadores o juglares como medio de transmitir las noticias por campos, pueblos y ciudades, los juglares ocuparon un lugar social muy apreciado; con sus cantares no solo ofrecían entretenimiento a reyes y nobles, sino que además daban a conocer a la gente sencilla los hechos históricos y acontecimientos más trascendentes de su tiempo.
Antes de que llegara la imprenta se solían distribuir noticias periódicamente. Hay historiadores que registran que uno de los primeros periódicos de noticias fue el Acta Diurna (eventos del día) en la Roma Republicana en torno al 59 a.C. Eran una serie de tablones que, a instancias de Julio César, se colgaban en los muros del palacio imperial o en el foro, en ellos se informaba de los acontecimientos más importantes que sucedían en el Imperio y poco a poco integró casamientos y anunció venta de esclavos.
En el lejano Oriente el gobierno imperial chino publicaba periódicamente Noticias Mezcladas en el 413 d.C. También son famosas las «hojas volanderas» alemanas conocidas como Newe Zeitung (Periódico de nuevas) eran unos folios plegados, sin títulos ni anuncios, que se ocupaban de una sola cuestión por vez. Los temas más socorridos eran los viajes, los descubrimientos, las guerras contra el imperio otomano, la reforma de Martin Lutero, etc. Sin embargo todos estos antecesores de la prensa escrita no alcanzaron gran difusión al no contar con la posibilidad de la reproducción y distribución masivas
A lo largo de todo el siglo XVI aquellas publicaciones «ocasionales» fueron dando paso a periódicos impresos que se regularizaron durante el siglo XVII, considerado como el punto de partida en su sentido estricto del periodismo.
Con el florecimiento de las ciudades, las noticias de los descubrimientos y los viajes, habían ampliado la visión del mundo que se tenía en aquel tiempo, ocasionando una súbita demanda de información, desconocida hasta entonces, sólo posible de realizar con la imprenta, el nuevo sistema de imprimir inventado por Gutenberg en 1450. En pocos años, la nueva técnica se extendió rápidamente por toda Europa, pues permitía reproducir de forma sencilla libros que antes se escribían de uno en uno y a mano. Cuando finalizó el siglo más de 6.000 obras diferentes habían sido impresas; así fue como del noticierismo manuscrito se transitó al noticierismo impreso que aún usamos en periódicos y revistas.
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El oficio periodístico como tal nació a partir de 1800, hasta entonces no podía hablarse de periodismo tal como lo entendemos hoy. La aplicación de mejoras tecnológicas y sociales permitió que imprimir periódicos fuera más barato y que se incorporara más público entusiasta por la lectura.
Durante el siglo XIX la tasa de analfabetismo se fue reduciendo rápidamente en la mayoría de las ciudades, lo que a su vez produjo un notable aumento en la venta de periódicos. Al crecer la demanda de información, también aumentó la demanda de gente culta y preparada que fuera capaz no solo de escribir, sino de redactar de forma sugestiva un texto atrayente con el que los lectores quedaran satisfechos e informados. O sea, demanda de “periodistas”.
Muchos de los grandes reporteros del XIX y XX nunca estudiaron nada parecido a una carrera de periodismo. Eran hombres y mujeres con un notable nivel educativo y estilo narrativo propio; procedían indistintamente de ambientes literarios, leguleyos o inclusive de las ciencias.
Personajes que se hicieron profesionales a pulso, trabajando e investigando para que la sociedad en la que vivían fuese lo mejor informada posible, consciente de lo bueno y lo malo que la vida conllevaba. Fueron ellos mismos quienes se auto denominaron periodistas.
Fueron los que contando qué pasaba en el mundo pero, eso sí, bien contado, adquirieron prestigio y credibilidad que les permitió influir en la sociedad en forma tal que los trocó de hecho en el “cuarto poder”. Unos pocos botones de muestra servirán para mostrar quienes dieron importancia y lustre al periodismo. Reparen Vds. qué clase de oficiantes.
Víctor Hugo (1802-1885) La mejor referencia del Romanticismo francés. Su prestigio y posición le permitieron estar en primera línea de todo lo que pasaba en la política francesa, y este conocimiento de primera mano le permitió dar a sus trabajos periodísticos una perspectiva noticiosa atractiva y completa. En ellos, como en sus novelas, por ejemplo, Nuestra Señora de París y Los Miserables, podía apreciarse la posición ideológica del autor y su fuerte compromiso social y político.
Charles Dickens (1812-1870) El creador de Oliver Twist es un ejemplo perfecto de periodista escritor del siglo XIX. Sus textos periodísticos, al igual que sus novelas, se centrarían en relatar la dura realidad a la que las clases bajas de Inglaterra tenían que hacer frente cada día. Dickens, que no había tenido una infancia fácil, solía visitar los orfanatos y bajos fondos de Londres con el fin de denunciar su precaria situación y concienciar a la sociedad.
Joseph Pulitzer (1847-1911) Húngaro de nacimiento llegado a Estados Unidos para combatir con los unionistas en la Guerra de Secesión, Pulitzer se convirtió en una de las figuras más destacadas del periodismo de su tiempo y es especialmente célebre su rivalidad con el magnate William Randolph Hearst. Como propietario del New York World, Joseph Pulitzer se valió de tácticas sensacionalistas y de campañas publicitarias en las que pretendía defender los intereses de las clases sociales para disparar las ventas. Dos de sus últimas voluntades fueron la construcción de la Universidad de Periodismo de Columbia y la creación de un premio al buen periodismo, la literatura y la música que llevara su nombre.
Nellie Bly (1864-1922) Una columna titulada “¿Para qué sirven las mujeres?” fue lo que animó a Elizabeth Jane Cochrane a iniciarse en el mundo del periodismo y, ya que estaba ahí, demostrar de lo que era capaz. La periodista estadounidense no solo es referencia por introducirse en un negocio mayoritariamente masculino, sino que se convirtió en una de las primeras y mejores periodistas de investigación de su época. Entre sus proezas está la de haber dado la vuelta al mundo, de verdad, en ocho días menos que Phileas Fogg de ficción en la novela de Julio Verne, y haberse infiltrado en un asilo psiquiátrico como paciente para denunciar las terribles condiciones y tratos a los que eran sometidas las mujeres que estaban internadas. Además fue corresponsal estrella de guerra en Europa durante la Primera Guerra Mundial.
John Reed (1887–1920) El periodista estadounidense es célebre por las extensas crónicas que hizo de la Revolución Mexicana (acompañando a las tropas de Pancho Villa) y de la Revolución de Octubre por la cual los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia (véase Diez días que estremecieron al mundo). Aun cuando él era un declarado comunista y ha sido muy criticado a lo largo de los años por dejar que su ideología afecte a sus textos, la crónica que hizo de la convulsa Moscú los días antes, durante y posteriores a la revolución bolchevique sigue siendo considerada uno de los mejores y más completos testimonios que se conocen.
Robert Capa. Fue una ficción de la pareja de fotógrafos de prensa y amantes Endre Ernő Friedmann (1913-1954) y Gerda Taro (1910-1937). Crearon al personaje de Robert Capa para intentar vender sus propias obras en París adoptándolo como pseudónimo para todas las fotografías que harían ambos a lo largo de los años. Las instantáneas de Robert Capa capturaron momentos clave de la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, el Día D, la Primera Guerra Árabe-Israelí o la Guerra de Indochina, con una capacidad única para retratar los horrores del conflicto y el sufrimiento de la población civil. Gerda Taro murió en 1937 durante la Guerra Civil española y Friedman en 1954 en Indochina, ambos en plena actividad profesional.
Gabriel García Márquez (1927-2014) El gran Gabo decía del periodismo que era “el mejor oficio del mundo” y ese concepto lo defendió toda su vida, apostando por un periodismo de calidad y comprometido con la sociedad.
A pesar de que cursó los estudios de Derecho, se pasó rápidamente al trabajo de “plumilla” y convirtiéndose en uno de los redactores más respetados de América Latina. García Márquez se apuntó al movimiento Nuevo Periodismo y colmaría con su talento crónicas y reportajes que, si bien mantenían los estándares de objetividad periodística, ya utilizaba las maneras de su escritura narrativa. En 1995 creó la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Oriana Fallaci (1929-2006) Su nombre es leyenda en las escuelas de periodismo de todo el mundo y no es para menos. Oriana Fallaci agitó las banderas de la profesión y las llevó hasta niveles inimaginables cambiándolo todo. Su forma de trabajar, de redactar y de entrevistar abrió el umbral a un tipo de periodismo más personal, duro con el poder y hacer todas las preguntas incómodas que hicieran falta. Durante años fue corresponsal de guerra en Vietnam, India, Oriente Medio y América Latina, fue herida en la masacre de Tlatelolco y realizó entrevistas magistrales a personajes como Mahatma Gandhi, Yasser Arafat, Henry Kissinger, el Ayatollah Jomeini, Frank Sinatra o Muamar el Gadafi.
Bob Woodward (1943) y Carl Bernstein (1944) El destino quiso que estos dos nombres quedaran unidos para la posteridad. El Washington Post decidió ponerlos a trabajar juntos cuando el aparente intento de robo en la sede del Partido Demócrata derivó a un escándalo mayúsculo que haría dimitir al mismísimo presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. Woodward y Bernstein ganaron el Pulitzer por su investigación en el caso Watergate y escribieron juntos el libro “Todos los hombres del presidente”. Uno y otro con los años continuaron sus carreras por separado.
Si hay algo fácil y barato en estos días para cualquier interesado en ver lo que sucede en tiempo real en el mundo, nada más sencillo que darse una vuelta cabalgando en internet por este desgraciado 2020, y mejor aún en tiempos de claustrovirus. Lo malo es el panorama que se ve desde la nube, con perdón, “internetiana” de este siglo XXI, que por cierto, nada que ver en tema periodistas, con los del XIX y XX.
Estoy consciente que probablemente toque alguna fibra o tendón, pero es que en esta quinta parte que llevamos de siglo, no sé de alguno que me impacte. Seguro que deben abundar y excelentes, pero en este mundo que transitamos que nos ofrece adelantos mágicos que querámoslo o no, nos informan al minuto de todo, pe-ro-de to-do. Pues a pesar de la profusión de redes sociales, yo aún no conozco a ninguno.
En este tiempo sinceramente siento que el cuarto poder está muy venido a menos. Y créanme, lo digo sin acritud.