El debate de Henry, por Simón García
Henry Ramos propuso a la AN debatir sobre la transición. La condición del proponente, uno de los jefes de la principal coalición opositora y la importancia del partido que dirige, aseguran que la discusión se abrirá. Es oportuna y pertinente ahora que podrán participar los diputados del PSUV.
Extraordinaria y urgente oportunidad para conocer y analizar las distintas visiones sobre la transición y tal vez, para superar el estancamiento de las negociaciones, desde la institución con mayor legitimidad, apoyo interno y respaldo internacional.
La discusión que propone Henry Ramos tiene entidad para verle el lejos a las posibilidades y dificultades de una transición política que enrumbe la dinámica política y electoral hacia la orilla democrática. Permitiría valorar cuanta voluntad efectiva y cuanta comprensión sobre los pasos prácticos existe en actores decisivos. Brindaría, además, una valiosa información al país sobre las dificultades, costos y beneficios que habría que sopesar según el tipo de transición a la que un probable consenso apunte.
La sola realización del debate resulta un logro porque expresa la vuelta a la política y la disposición a dejar atrás su regresión bélica. La lógica de la liquidación del adversario reducido a un enemigo es antipolítica. El deseo de extinción del diálogo, la intolerancia, los torrentes de agresividad, la negación de un entendimiento que evite un conflicto interno que mate la solución pacífica y electoral son victorias del autoritarismo.
Debatir pensando en el país supone un replanteamiento de las conductas frente a la crisis, especialmente en sus dos polos antagónicos. Trabajar para abrirle espacio al tercer lado, al que busca la unidad opositora y la unión entre los factores políticos rivales. Y dentro de la oposición, a los que intentan despensar la ruta para repensar la estrategia.
La oposición debe asumir ese debate desde la verdad, sin revanchismos y sin quitar la vista a sus objetivos y responsabilidades con la conquista de la democracia y la reconstrucción del país que merecemos llegar a ser en una década.
Más allá de su carpintería, lo relevante de ese debate consiste en formular con todas sus dimensiones y complejidades una política transicional eficaz para las fuerzas de cambio. Es momento de abandonar proyectos hegemónicos y dejar atrás una división a la que se le abultan las costuras personales y la hipertensión de ambiciones que ya no resultan soportables.
Lea también: ¿Navidades para quién?, por Omar Ávila
Quienes conducen la AN deben decirle al país en dónde estamos. Precisar cuan próxima o distante sienten una flexión del régimen, definir el precio a pagar y la ganancia que obtendremos si se inicia, al fin, una transición. Queremos saber si consideran deseable y viable un entendimiento nacional, de mediano plazo con un esquema de gobernabilidad que implique corresponsabilidad en el poder de la oposición y de un oficialismo, que, aunque ya no tiene soluciones a su catástrofe, conserva una fuerte capacidad para prolongar el empate catastrófico.
Repetir el papel de Sísifo es muy dañino para Venezuela. Divididos y enfrentados seguiremos perdiendo juntos. Apoyamos a Guaidó y a la dirección colectiva que intenta llevar el cambio a la cima. Pero si ella no puede lograrlo hay que debatir el por qué, corregir fallas y descartar errores. Y si es el caso, mostrar entereza y nobleza para volver a la segunda fila y ayudar a que otros tengan derecho a intentarlo.