El debut musical, por Marcial Fonseca
Agradecido a James Feely por la ilustración.
La niña pasaba más tiempo cantándoles a sus muñecas, o hijas que era como ella las veía, que vistiéndolas, o yendo al caso, lavándolas. Estaban siempre desarregladas, con vestidos sucios; pero al menos tenían el gozo que daban las canciones que les cantaba su madre.
Y era que ella poseía realmente una voz privilegiada: blanca con una tesitura celestial. Siempre su voz descollaba en las misas de aguinaldo de la parroquia.
En su casa, aparte de no preocuparse de labores domésticas, estaba solamente para sus muñecas, y aprendiendo nuevas canciones. De hecho, estaba preparándose para un gran evento. Venía un concurso de voz infantil patrocinado por una radio local y donde los candidatos provendrían de todas las escuelas de la península de Paraguaná. El ganador iría luego a un concurso radial nacional en Caracas.
En los días previos al concurso local, sus padres y la dirección de la escuela se dedicaron a seleccionar la pieza musical con la que participaría en la contienda. La elección no fue fácil. Se pasearon por las favoritas del momento. Pensaron en Tronco seco; fue analizada y considerada una canción muy de adultos. También consideraron una de Chelique Sarabia y una de Víctor Piñero. Luego buscaron una clásica de corte venezolano; quizás Endrina, de Juancho Lucena, o Noches larenses de JR Barrios; esta fue rápidamente descartada por las noticias adversas sobre el autor que circulaban en la prensa. Así que se decidieron por La Jardinera, que estaba en primer lugar de popularidad, cantada por Raquel Castaño.
El padre de la niña trabajaba en la Creole, y habló con el director de la Coral de la refinería para que asesorara a su hija. En la primerea sesión con el músico, este le enseñó los ejercicios de vocalización para limpiar la voz y cómo jugar con su tesitura. Luego se dedicaron a practicar la melodía escogida.
Llegó el día del concurso. La madre y la hija se trasladaron al centro de Punto Fijo; el padre no quiso ir porque él se debía a la fama de su hija que ya había inculcado en los vecinos del barrio; había comprado tres cajas de cerveza, unas veinticuatro empanadas y conectó dos cornetas a un radio y las desplegó en el porche. Todos, ansiosos, esperaban la intervención de la futura artista.
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Ya habían actuado varios niños, se acercaba la hora. Por fin el locutor anunció, leyendo un cartoncito que tenía en la mano, a la próxima futura cantante:
«Señoras y señores, ahora nos alegrarán las bellas notas de la melodía La Jardinera, cantada por una niña, veamos, por acá la trae su madre; es una bella niña, de faldón floreado», la niña amusgó los ojos preguntándose que sería faldón. «Viene hacia acá», continuó el presentador, «en la cara se ve lo nerviosa que está. Niña, no se preocupe, estos micrófonos son inocuos, ¿qué nos cantarás, bella ejecutante?…, pero si está muy nerviosa, es muy tímida, muy de su casa, lleva unos lindo zapatos, pero se nota que les quedan pequeños, a ver», leyó, «su nombre es Míldret, sí, a ver, Míldret, ¿con qué nos vas a embelesar?», «Ahora no canto un coño», respondió la muchachita, claramente estupefacta por lo filático del presentador.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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