¿El declive chino?, por Félix Arellano
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El personalismo autoritario de Xi Jinping aspira eliminar los liderazgos previos, incluyendo a Mao Zedong fundador de la República comunista; empero, el legado transformador del visionario Deng Xiaoping, quien logró imponer la dinámica capitalista en un comunismo fracasado, ha resultado tan decisivo que llega hasta nuestros días, con especial énfasis en el área económica y comercial; empero, el exitoso proyecto chino se debilita y las perspectivas se presentan desalentadoras.
Luego de las hambrunas de Mao y de la barbarie de la revolución cultural, las transformaciones impulsadas por Deng Xiaoping han permitido convertir a China en una de las potencias mundiales. Éxito que ha sido posible, en gran medida, por la inversión extranjera, en particular de empresas norteamericanas, que encontraron en China un clima de seguridad jurídica, respeto a la propiedad y la competitividad de la mano de obra. Una transformación que ha demostrado al mundo la farsa de la revolución comunista, que destruye para controlar y perpetuarse en el poder, generando pobreza.
Los líderes que siguen luego de Deng Xiaoping, continuaron con su legado, respetando las reglas de rotación en la cúpula del poder, situación que empieza a cambiar con el ascenso de Xi Jinping al poder, quien elimina la dinámica de la rotación, tratando de perpetuarse en el poder y controlando todas las instituciones, hegemonía que está generando un progresivo agotamiento del proyecto.
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La confianza se reduce, la seguridad jurídica está sujeta a la discrecionalidad del líder, la inversión no crece, por el contrario, busca nuevos espacios; la burbuja inmobiliaria está colapsando; el desempleo se agudiza; la inestabilidad social está latente y el régimen de controles y de represión no logra controlarla. No está resultando fácil mantener los compromisos en el plano nacional e internacional. Adicionalmente, el tema militar se posiciona como determinante, exigiendo cuantiosos recursos y desplazando las prioridades económicas y sociales.
En el plano internacional el dragón amarillo ha logrado una impresionante expansión a escala mundial, con particular influencia en los países en desarrollo, en el caso de nuestra región latinoamericana, ha sido una expansión en un corto tiempo. Esto no significa que ha desplazado el liderazgo de occidente, es decir de Estados Unidos y la Unión Europea, como lo ha documentado el Real Instituto Elcano (09/08/2023), pero constituye una competencia sistémica que exige especial atención.
En pocos años China se ha convertido en uno de los principales socios comerciales de la mayoría de los países en desarrollo, y han crecido las inversiones en áreas de interés que facilitan la penetración económica china. En este contexto, no se puede dejar de mencionar el ambicioso proyecto mundial de la Franja y la Ruta o Ruta de la Seda, lanzado oficialmente en el 2013, que actualmente incluye unos 150 países, 21 de ellos de nuestro hemisferio. En relación a los recursos se estima que el proyecto podría conllevar un gasto total de un billón de dólares. En ese contexto, para el primer semestre del 2023 se informa gastos de unos 43 mil millones de dólares (weforum.org, 22/01/2024).
Los compromisos en el plano económico comercial son enormes, entre ellos destaca el papel privilegiado de China en diversas cadenas globales de producción, al punto que se ha llegado a definir a China como la “fabrica del mundo”, toda vez que en muchas de las cadenas el proceso final se ubica en ese país y muchos productos, a pesar de ser el resultado de una cadena de ensamblaje global, llegan al consumidor con la etiqueta de “made China”.
Como se indicó anteriormente, paralelamente a la creciente lista de compromisos económicos que exigen de cuantiosos recursos, se están sumando prioridades político militares, pues Xi Jinping ha privilegiado el liderazgo militar chino y ha generado focos de tensión con miras a fortalecer su posicionamiento militar, es el caso de Taiwán, donde se niega a reconocer el principio de la autodeterminación de los pueblos, uno de las banderas fundamentales del orden internacional liberal.
Pero debemos sumar otros puntos de tensión militar que se han agudizado desde la administración de Xi Jinping, como el expansionismo en el mar del sur de China, afectando todos los países ribereños. Adicionalmente, no dejan de ser preocupantes las tensiones en la frontera con la India por el territorio de Cachemira.
En este contexto, conviene destacar que en la declaración suscrita con el presidente Vladimir Putin de Rusia, en el marco de la inauguración de los juegos olímpicos de invierno, efectuados en China en febrero del 2022, retoman la tesis, que se consideraba erradicada, según la cual la “invasión genera derechos”, un lamentable retroceso en las relaciones internacionales a los tiempos del viejo colonialismo y el depredador imperialismo.
El meteórico ascenso del poderío chino escalando a la cúspide de las potencias mundiales, ha estimulado el replanteamiento de la llamada “trampa de Tucidides”, sobre el enfrentamiento de las potencias que compiten, que no se puede estimar como inexorable, pero existen antecedentes y, además, la actual situación alimenta la imaginación.
Ahora bien, también apreciamos factores atenuantes, no podemos asumir mecánicamente que nos encontramos en una nueva “Guerra Fría”, pues las vinculaciones entre Estados Unidos y China son diversas y varias de ellas intensas, pero se debe estar alerta pues la irracionalidad siempre está presente.
Entre los atenuantes de un potencial enfrentamiento se podría incluir en el debate, el progresivo debilitamiento de China, un proceso paradójico y complejo, pues la carrera armamentista avanza y la expansión económico y comercial también; empero, se incrementan los factores de crisis que evidencia un proceso de declive en ascenso y, el modelo personalista, autoritario y represivo de Xi Jinping, no genera mayores esperanzas de cambio.
El autoritarismo va generando cuellos de botella en el proyecto económico que no se superan manteniendo el mismo esquema de rígida hegemonía, que limita la creatividad que exige la competitividad a escala global.
El malestar interno se agudiza, al estructural problema de la población rural, se suma el creciente desempleo, con particular incidencia en los jóvenes; la corrupción gubernamental sigue acentuando el rechazo social; los sentimientos religiosos no han sido eliminados con la represión y están latente. El modelo autoritario que se incrementa con Xi Jinping también está afectando la vida empresarial y se va perdiendo la confianza que había generado Deng Xiaoping y habían cultivado los líderes que continuaron.
No resultaría exagerado asociar a China con una “olla de presión”, que podría estallar en cualquier momento. Para enfrentarla una opción clásica y perversa tiene que ver con exacerbar el nacionalismo, que se podría vincular con los focos mencionados de Taiwán o el mar del sur de China. La metodología del “trapo rojo”, que paraliza sin resolver la crisis nacional y genera otra mayor que distrae la atención, pero con consecuencias impredecibles para la paz y la seguridad internacional.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.