El desafío de las mujeres venezolanas, por Griselda Reyes
Nada será igual después de la pandemia de coronavirus. De hecho, ya nada lo es. El mundo ha cambiado en muchos aspectos. Las relaciones humanas también. Sin embargo, hay algo que aún se resiste a su transformación y es el rol asignado a las mujeres, especialmente en sociedades como las latinoamericanas, donde el papel dominante lo ejercen los hombres, aun cuando muchas de ellas sean más creativas, inteligentes e innovadoras.
Venezuela tiene nombre de mujer. Las palabras crisis, pobreza, necesidad y violencia, son también de género femenino. Millones de nuestras mujeres – más de la mitad de la población venezolana –, han sido violentadas, humilladas, maltratadas, golpeadas y vituperadas, por un desgobierno que decidió voltear la mirada, con total desparpajo, ante su clamor. Ellas son las víctimas silenciosas de la crisis humanitaria.
Las madres de Venezuela llevan el mayor peso sobre sus hombros. A ellas corresponde sacar adelante a las familias, muchas asumiendo las responsabilidades del padre irresponsable que las dejó con una barriga o con un niño chiquito; muchas echándole ganas a su formación profesional; otras ejerciendo cualquier oficio para intentar llevar algo de comida a sus muchachos; algunas más aguantando en silencio el maltrato físico, psicológico o verbal de sus parejas; muchas más enfrentando una maternidad precoz para la cual no están preparadas; y miles más acogiendo a nietos, hermanos, sobrinos y ahijados de tantos venezolanos que decidieron abandonar el país en busca de mejores oportunidades.
A la mujer venezolana la han relegado a un segundo lugar durante mucho tiempo, pero en las dos últimas décadas le ha tocado experimentar el sometimiento de un sistema de gobierno que nos quiere a todos igualados en la pobreza, un desgobierno que mientras por un lado habla de los derechos de las mujeres, por el otro los viola con saña e inmisericordia.
Esta semana que termina, vimos cómo una funcionaria de la Guardia Nacional Bolivariana identificada como María de los Ángeles Palmera, agredió verbal y físicamente a la abogada Eva Leal, luego de que aparentemente ésta se negara a pagar una “vacuna” solicitada para permitirle el paso hacia su residencia en Barquisimeto, estado Lara. Una mujer, amparada en la impunidad reinante, y escudada en el desmembramiento de las instituciones, arremete y golpea a su igual porque no cedió a una exigencia monetaria.
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En Venezuela, a lo largo de estos años, se socavaron los principios y valores, esos que necesitamos para garantizar la convivencia ciudadana y la gobernabilidad. Cualquiera se siente con derecho de insultar, difamar e injuriar públicamente a hombres y mujeres a través de los medios de comunicaciones y redes sociales; otros miles – encerrados en sus casas por efecto de la cuarentena – se creen con patente de corso para agredir a sus parejas, por no saber dirimir diferencias como lo hace la gente civilizada.
Las mujeres venezolanas llevan su propia cruz a cuesta y, por ese amor infinito que las caracteriza, cargan también con la de sus seres más queridos. Amas de casa, abuelas, madres, hijas, hermanas, tías, trabajadoras, profesionales, todas tienen un denominador común: viven y padecen las mismas calamidades generadas por la hiperinflación, el colapso de los servicios básicos y el derrumbe del sistema de salud. Un “gobierno” que humilla a las mujeres de su país poniéndolas a parir a las afueras de los centros hospitalarios porque no hay insumos para atenderlas, debería renunciar en pleno y pedir perdón.
Pero los hombres que ostentan el poder se sienten sobrados por ser hombres. Sin embargo, el mundo cambiante ha demostrado que la supervivencia no depende de quién tiene la fuerza física sino de quién es más hábil para mutar y adaptarse: reaprender implica desaprender lo aprendido para aprender lo nuevo y desconocido. Aquí sí podemos hablar de aptitud y de actitud.
El desafío de las mujeres venezolanas de estos primeros 20 años del siglo XXI, tiene que estar dirigido a romper esas cadenas físicas, mentales y emocionales que las atan peligrosamente a una situación de minusvalía e indefensión.
El desafío de las mujeres venezolanas tiene que estar dirigido a educar de manera diferente a nuestras niñas: sembrarle valores y principios; hacerles entender que la sexualidad y mucho menos los hijos atan a un hombre; hacerles comprender que la igualdad de género es posible, que es la inteligencia y no la fuerza física la que da preeminencia; que la libertad financiera que cada ciudadana tenga derive en personas dignificadas, realizadas, independientes.
El desafío de las mujeres venezolanas es prepararse, capacitarse, empoderarse como ciudadanas, como líderes de sus comunidades; creativas, inteligentes e innovadoras; capaces de tener su propia voz, de ser lo que quieren ser y no responder a lo que otros quieren que sean; preparadas para transformar el mundo que nos rodea. Las palabras dignidad, esperanza y vida, también son de género femenino.