El «descubrimiento» de Machu Picchu y el duelo de relatos, por Philippe Raposo
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Machu Picchu (originalmente conocido como Patallaqta) fue un antiguo pueblo inca situado en la jurisdicción peruana de los Andes, a 80 kilómetros de Cusco y a 2.430 metros sobre el nivel del mar. Los documentos indican que el pueblo se construyó en el siglo XV, pero no hay consenso en cuanto a las razones de su construcción. Algunos sostienen que fue un refugio campestre para el emperador Pachacútec (1408-1471), en un contexto de expansionismo del imperio inca. Otros sugieren que la ciudadela se construyó como base para gestionar la plantación de alimentos en la región.
Durante la colonización española (1532-1824), Machu Picchu fue abandonada paulatinamente por los lugareños, lo que le valió la reputación de «ciudad perdida de los incas». Aunque no estaba oficialmente ocupada, hay pruebas de que era conocida por los españoles. Sin embargo, la montaña permaneció aislada de la vida económica y social, condición que continuó incluso después de la independencia de Perú en el siglo XIX.
La historiografía norteamericana sostiene que Machu Picchu fue «descubierto» el 24 de julio de 1911 por el profesor y explorador estadounidense Hiram Bingham (1875-1956) en un viaje de exploración acompañado por algunos colegas de la Universidad de Yale.
Por recomendación del profesor Albert Giesecke (1883-1968), rector de la Universidad Nacional de San Antonio Abad en Cusco, Hiram Bingham fue presentado a Melchor Arteaga, un campesino peruano encargado de guiar a Hiram Bingham a Machu Picchu, que ya era conocido por un número desconocido de campesinos locales.
Bingham no fue el primero en visitar las ruinas. El campesino peruano Agustín Lizárraga, en busca de tierras para la agricultura, habría desbrozado Machu Picchu y registrado su propio nombre en una piedra del Templo de las Tres Ventanas, el 14 de julio de 1902, aproximadamente diez años antes de que los exploradores de Yale llegaran al sitio. Cuando Bingham llegó a Machu Picchu en 1911, encontró la piedra en la que estaba escrito, en carbón, «A. Lizárraga 1902», que anotó en su diario. Sin embargo, Bingham omitió esta información en los relatos oficiales de la expedición que se publicarían.
Armado con una cámara Kodak, Bingham tomó cientos de fotografías en su primera visita a las ruinas, el 24 de julio de 1911. Tras regresar a Estados Unidos, consiguió el patrocinio para otra expedición en 1912, acompañado de un grupo más estructurado de geólogos, arqueólogos, ingenieros y topógrafos.
Con la difusión de sus investigaciones y sus informes, Bingham pasó a ser conocido como el «descubridor» de Machu Picchu, fama que sigue viva, incluso en Perú, donde la historia suele divulgarse a los turistas interesados.
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En el transcurso de las expediciones, miles de piezas y reliquias arqueológicas incas fueron trasladadas a Estados Unidos para su estudio e investigación en la Universidad de Yale, con el permiso temporal del gobierno peruano. Bingham y su equipo se apropiaron de unas 50 mil piezas arqueológicas incaicas para su investigación en Estados Unidos, entre ellas oro, plata, madera, hueso, piedra y cerámica, lo que provocó sucesivas protestas del gobierno peruano en el siglo XX.
Parte de este material solo fue repatriado a Perú en 2012, un siglo después del «descubrimiento» de Bingham, como resultado de un acuerdo entre el gobierno peruano y la Universidad de Yale. Se estima que todavía existe una amplia colección de reliquias incas en museos norteamericanos y europeos.
¿Por qué se conoce a Hiram Bingham como el «descubridor» de Machu Picchu?
La respuesta está en la capacidad de difusión de los hechos que tenía el norteamericano en ese momento. Los registros de Bingham fueron objeto de una edición completa de National Geographic, en abril de 1913, hecho que le dio a conocer en la comunidad académica internacional, especialmente en Estados Unidos.
Desde la perspectiva de Bingham, su viaje tenía fines exploratorios y científicos, ya que la región era considerada territorio virgen para aventuras, investigaciones y exploraciones, lo que contrasta con la visión de Lizárraga, para quien Machu Picchu era una zona de siembra, sin razón para su divulgación internacional.
Sería injusto infravalorar el éxito de Hiram Bingham, que estudió a fondo la región y que, de hecho, se aventuró en las montañas andinas en busca de Vitcos, la región donde se refugiaron los últimos incas tras la invasión española, así como de Nusta Isppana.
Como resultado de esta misión, llegó a Machu Picchu. Fue uno de los responsables de hacer visible Machu Picchu al mundo a principios del siglo XX. Sin embargo, no fue definitivamente el descubridor pionero de la región.
Sería igualmente injusto ignorar que el «descubrimiento» de Machu Picchu fue una hazaña transnacional en la que participaron norteamericanos, peruanos e investigadores de otros países que conocían la existencia de las ruinas, y que registraron informes y testimonios mucho antes de la llegada de Bingham, en 1911. Ejemplos de ello son los alemanes Rudolph Berns y Hermann Göring, el franco-austríaco Charles Wienner y el italiano Antonio Dell’Acqua, entre otros.
Según consta en la página web oficial del Parque Nacional de Machu Picchu, «la ciudad nunca se perdió, ya que fue visitada y habitada ocasionalmente», lo que contrasta con la narración de Bingham sobre su declarado «descubrimiento» de la región.
Philippe Raposo es diplomático y profesor voluntario del Inst. de Relaciones Internacionais de la Univ. de Brasilia (UnB). Máster en Historia, Política y Bienes Culturales por la Fundação Getúlio Vargas (FGV/RIO). Especialista en Rel. Internacionales por la UnB.
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