El día que la dictadura mostró su cara, por Ariadna García
Autor: Ariadna García | @Ariadnalimon
No es necesario ir a las páginas web para recordar detalles del 1 de abril y los días que vinieron después, los hechos siguen tan presentes como las muertes de 165 personas; algunas veces el olor del aire nos recuerda las lacrimógenas, los gritos y las imágenes de un horror que sí parecía tener fin.
El 1 de abril de 2017 comenzaron una ola de protestas que se fueron extendiendo por varios estados del país ¿El motivo? rechazar las sentencias 155 y 156, emitidas el 30 de marzo por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), que le impedían a la Asamblea Nacional el ejercicio de sus funciones y otorgaban al Ejecutivo más poder del que ya gozaba con el Decreto de Excepción.
La fiscal general Luisa Ortega Díaz no solo anunció esos días que hubo una «ruptura del orden constitucional» sino también la de ella con el Gobierno, su pronunciamiento fue clave y a partir de allí hubo más eco en la comunidad internacional. El jefe de Estado posteriormente dijo en cadena que se trató de un «impasse» entre poderes y que sería resuelto, sin embargo, esto no ocurrió y lo que estaba por venir era mucho peor que lo vivido en las protestas de 2014.
Casi todas las marchas realizadas en Caracas aspiraban llegar al oeste de la capital donde se concentran la mayoría de los poderes, el régimen para evitarlo no solo envió a las fuerzas de seguridad del Estado, sino también a grupos paramilitares que no tuvieron reparo en desenfundar sus armas contra la multitud; la mayoría jóvenes que no llegaban a los 30 años, esos que perdieron la vida exigiendo libertad y democracia.
Por más de 90 días el ambiente fue ensordecedor, la represión, los videos, los allanamientos, los abusos. Fueron muchas las muertes, primero la de Jairo Ortiz en Los Teques, la anunciaron por Twitter, su fotografía comenzó a circular en las redes sociales, se hablaba de que había recibido un disparo en el pecho, al final sí era cierto, Jairo se convirtió en una de las primeras víctimas de la represión.
Después vino la de Paola Ramírez en Táchira, la joven caminaba por una plaza cuando un grupo de colectivos pasó disparando, en los videos se ve a la mujer nerviosa, intentando escapar de las balas y de la saña e impunidad con la que esos sujetos se desplazaban, ni un guardia nacional, ni un funcionario apareció para detenerlos.
Otro joven fue Juan Pablo Pernalete (20A) el impacto de una bomba lacrimógena detuvo su corazón para siempre, esa noche lloré como si se tratara de un primo, de un hermano, cada día eran más los caídos, aumentaba la furia de los guardias, las patadas con sus grandes botas y el olor de los gases en Chacaíto. No había garantías de nada.
Más adelante ocurrió la de Miguel Castillo, la primera vez que vi su foto dudé, luego lo reconocí, era el bochinchero de la Santa María, mi excompañero de clases, dos días después le hicieron un homenaje en Las Mercedes, en el mismo lugar donde respiró por última vez, la gente llevó flores, camisas de su equipo de fútbol favorito, flores otra vez, lágrimas. Asistí a ese acto con temor, desde el puente sentía que en cualquier momento nos dispararían, la muerte es lo más seguro que uno tiene en Venezuela, porque así el Estado lo ha querido.
Transcurrieron los días y los jóvenes se preparaban con más elaboración para responder a la embestida de los guardias, con piedras, escudos y pequeños grupos autodenominados -Resistencia- se enfrentaban a una reyerta donde la violencia era cada vez mayor. Lejos de detener lo que ocurría y respetar el derecho a la protesta, el Estado mostró su rostro más vil y no le importó quedar expuesto como violador de derechos humanos
Hace un año el Gobierno mostró su verdadera cara y lo que ha transcurrido desde entonces son una serie de actuaciones que terminaron por deslegitimarle y por situarlo como uno de los regímenes que se aleja de «los principios democráticos de la región», según Luis Almagro, secretario general de la OEA.
La muerte de David Vallenilla también conmocionó al país, desde la Base Aérea de La Carlota en Caracas, el 22 de junio un funcionario le disparó a quemarropa cegándole la vida con tres impactos de proyectil. Por este caso fue acusado el sargento primero de la Aviación Militar Arli Cleiwi Méndez Terán.
De 17 casos investigados por Efecto Cocuyo en el 53% no está identificado el victimario y aún continúan en etapa de investigación. Las familias de los 165 venezolanos asesinados no encuentran paz, ni tampoco justicia.
La nación entera estuvo en jaque por más de tres meses, los enfrentamientos parecían ponerle fin a la tiranía, sin embargo, el peso de la bota resultó ser mayor y tras doce meses hoy seguimos recordando y contando muertes.