El día que todos fuimos franceses, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
No nos vamos a dejar llevar por análisis estereotipados. De esos que dicen “ganó Macron con voto prestado”. De los que agregan, “la derecha le ganó a la derecha extrema”. De los pseudo-originales que plantean: “aún perdiendo, Le Pen ganó”. De las bolas de cristal que proclaman la caída de Francia bajo las garras del post-lepenismo ¡en cuatro o cinco años más! Y sobre todo de los superdotados que afirman con absoluta convicción: “ganó el mal menos peor”.
Señores, aquí nadie ha descubierto la pólvora. Los que creen que las de Francia son elecciones sui generis porque desde hace tiempo los candidatos ganan frente a Lepen, o los que arguyen, Macron ganó gracias al cuco (dicho en chileno) o al coco (dicho en español) de la extrema derecha, se sorprenderán con una simple (quizás demasiado simple) constatación. Lo sucedido en Francia no tiene nada de francés. Todo lo contrario: Lo sucedido en Francia es una característica general de todas las elecciones en las cuales hay una segunda vuelta o balotaje. En todas ellas, cuando no gana un candidato con mayoría aplastante y absoluta, el electorado va a tener que dividirse en dos partes.
Entonces muchos irán a votar no a favor del candidato de sus amores sino en contra del candidato de sus odios (con el pañuelo en la nariz, de acuerdo a la manida imagen) Entonces el presidente será elegido con voto prestado. Entonces, los periodistas iluminados escribirán “ganó el mal menos peor”. Entonces la desilusión de muchos, será grande.
Y bien, hablando a esos últimos, los desilusionados, presentaré una tesis abiertamente contraria. Dice así: No hay nada más político en las elecciones que una segunda vuelta. ¿Por qué lo digo? Pues, porque en una primera vuelta la ciudadanía aparece fragmentada entre diversas candidaturas. En una segunda vuelta, en cambio, la ciudadanía está dividida en dos opciones. Ahora bien, entre fragmentación y división hay una diferencia importante. La fragmentación, tanto la psíquica como la política, lleva a la incapacidad para tomar decisiones. La división en cambio, lleva a una decisión. Buena o mala, no importa en este caso. La segunda vuelta electoral rompe definitivamente el maligno cerco de la indecisión.
No votar a favor de un candidato sino en contra del otro, es aún más político. Cuando uno vota solo a favor, vota desde un sí que precede al no. Ese sí, es un sí débil, pues parte de una afirmación sin negación. En cambio, cuando uno vota por un candidato no a favor de él sino en contra del otro, estamos frente a un sí que viene del no. Ese es un sí fuerte puesto que proviene de una negación, del reconocimiento de una realidad que te hace preferir lo menos peor por sobre lo más peor. Una decisión que requiere, evidentemente, de previa reflexión.
El que vota solo por el sí sin reflexionar, es militante o cliente de un partido, o un ser ideologizado (pensado por una ideología). El que vota por el no a uno y da el sí a otro, es un elector soberano. Ese elector presta su voto conservando su soberanía personal. El que vota solo sí sin decir no, en cambio, regala su voto. Por eso el elector soberano, el político, no se desilusionará si su elegido no cumple con sus promesas. Pero el elector incondicional, si su elegido no satisface su yo, o caerá en un estado de depresión, o se sentirá íntimamente traicionado. Siguiendo esas razones, quien escribe estas líneas, cuando ha votado, lo ha hecho siempre en contra de algo o alguien. Mi voto nunca será incondicional. Mi voto será siempre prestado, nunca regalado, sea votando aquí o en la quebrada del ají. Esa fue la diferencia entre los electores de Le Pen y los electores de Macron.
Los votos dirigidos a Le Pen eran incondicionales. Los dirigidos a Macron, fueron, en buena parte, prestados y condicionados. Muchos fueron votos pensados y discutidos. Por tanto, fueron votos políticos. De una u otra manera, al atraer para sí a sus no condicionales, Macron fue convertido por quienes desde lejos presenciábamos el evento electoral, en una esperanza democrática. Los ciudadanos franceses iban a elegir entre el candidato de la opción democrática (Macron) en contra de una alternativa más autocrática que democrática (Le Pen).
En cierto sentido el triunfo de Macron ha salvado a Francia y a Europa. No de Le Pen, eso hay que dejar claro. Francia es una democracia de verdad y por lo mismo puede correr el riesgo de que al gobierno lleguen, cada cierto tiempo, líderes o partidos no precisamente democráticos. Justamente en esas ocasiones la democracia es puesta a prueba. EE UU ha sido un ejemplo. En un lapso breve de su historia ha tenido que soportar a mafiosos como Lyndon Johnson, a conspiradores como Richad Nixon, a mentirosos e incapaces como Bush Jr., a un ricachón grosero, populista y anti-político como Donald Trump. Y en todos esos momentos, las instituciones han probado ser más sólidas y firmes que sus representantes.
Francia también, gracias a su Constitución y a la solidez de sus instituciones está en condiciones de soportar a una Le Pen, y si alguien como ella resulta elegida, el mundo no se va a venir abajo. Tal vez alguna vez, si continúan su línea ascendente, los nacional-populistas franceses llegarán al gobierno. Pero en esta ocasión, precisamente ahora, en medio de una guerra declarada por la Rusia de Putin a todo Occidente, eso, eso era precisamente lo que no debía ocurrir. Quiero decir: un triunfo de Le Pen no es una tragedia. Pero en estos días, sí: habría sido una tragedia.
Lo quisiera o no, Le Pen era objetivamente (repito: objetivamente) la ficha electoral de Putin en Francia. Por eso las elecciones de Francia fueron percibidas desde el exterior de modo invertido a la frase que hizo famoso a Clausewitz. Esas elecciones iban a ser la continuación de la guerra por otros medios. No solo para los franceses. También para todo ese mundo que esperaba el resultado de las elecciones con tensión y con pasión. Ese día 24-A, todos fuimos franceses.
¿Qué habría pasado si las elecciones las hubiera ganado Le Pen? Primero, el eje central de la UE formado por Francia y Alemania habría llegado a su fin. Segundo, la UE habría tenido que admitir en su interior una fracción anti-UE formada por Polonia, Hungría, y Francia. Los dos últimos, soterradamente putinistas. Tercero: los movimientos y partidos del nacional-populismo, entre ellos VOX de España, habrían recibido un fuerte espaldarazo en su camino hacia el poder. Cuarto: el apoyo militar y político de la UE a Ucrania habría mermado de modo radical. En suma: Europa habría amanecido quebrada en dos fracciones irreconciliables. Visto desde ese prisma, un triunfo de Le Pen era letal para la unidad europea y, por eso, un regalo caído del infierno para Putin.
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Me atrevería a decir que una victoria de Le Pen, habría sido, para la estrategia anti-europea y anti-occidental de Putin, más importante que la anexión de Ucrania. Una verdadera bomba atómica-política sin humo y sin ejércitos. Cada francés con su voto iba a decidir la suerte del orden político mundial. Nada menos. Y nadie estaba seguro si los electores franceses se habían dado cuenta de la tremenda responsabilidad que portaban sobre sus hombros.
Pero sí, se habían dado cuenta. El resultado electoral lo comprobó. La amplia mayoría (menor a la obtenida en tiempos más felices) votó por Macron y al votar por Macron votó por Europa, en contra de la larga marcha del nacional-populismo, a favor de Ucrania y de los ucranianos, y en contra de ese siniestro y oculto candidato llamado Vladimir Putin.
Los temores de perder a Francia eran fundados. La primera vuelta demostró que la de Macron era una mayoría muy relativa. No todos quienes dieron su voto a Le Pen o a Melenchon eran fascistas o socialistas. Ambos grandes extremos se nutrieron de una protesta social generalizada en contra de la política económica de Macron. Muchas personas que no estaba contentas ni con el sistema salarial, ni con el de la salud pública, ni con los impuestos, ni con los precios de los productos de consumo inmediato (disparados en los días electorales) dieron su voto a Le Pen o a Melenchon. Quizás alguna vez, en un no lejano futuro, será el centro en su versiones de centro-derecha y centro-izquierda, quien tendrá que elegir entre una oferta nacional-populista y una socialista en una eventual segunda vuelta. Pero esa es solo una hipótesis. Y la política no se hace en base a hipótesis sino en el cada día.
Macron era un candidato más economicista (neo-liberal lo llaman los izquierdistas) que político. Y Le Pen + Melenchon eran candidatos más sociales que políticos. En la segunda vuelta, Macron debió transformarse, o fue transformado por quienes por él votaron, en el candidato político de la política. El de Macron en la segunda ronda fue un triunfo político mas que económico o social. Eso quiere decir que los franceses no solo votaron en francés, también lo hicieron en europeo, algunos en contra de la razón de sus propios bolsillos. Chapeau.
En tiempos de guerra, volvamos a la idea, la política está subordinada a la guerra. Esa máxima lleva a pensar que cada elección forma parte de una estrategia más militar que política. Significa también que cada elección en cualquier país puede ser importante e incluso decisiva en el curso de la guerra. Las elecciones dejan de ser así dilemas locales y se transforman en campos de lucha donde tienen lugar enfrentamientos que pueden ser tan, o más relevantes, que los puramente militares. No está de más recordar que ese mismo día 24-A, el candidato nacional populista de Eslovenia, Janes Yanza, perdió rotundamente la elecciones frente al liberal -ecologista Robert Golob. Ese día Putin debe haberse sentido políticamente más aislado que el día anterior. Acerca de si eso será importante para su creciente aislamiento militar, lo sabremos recién cuando los historiadores escriban la historia de esta guerra. Si es que después de esta guerra hay una post-historia, por supuesto.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,
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