El Dios de Jon Fosse, por Fernando Mires
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Ales, el pintor epígono imaginario del escritor Jon Fosse, busca, como muchos pintores, a Dios en los colores, mejor dicho, en los entrecolores, porque todos los colores son matices que se intensifican o desvanecen, del mismo modo cuando en la música la melodía emerge desde los sonidos, o como en la poesía cuando la palabra busca a la palabra escondida en otra palabra indescifrable, inalcanzable, pero próxima, adivinada, y sin embargo nunca pronunciada.
El Dios de Jon Fosse es un Dios que está presente y a la vez no es nadie, o solo es alguien cuando lo llamamos. O cuando de pronto lo vemos, no en sí, pero sí en su creación. Dios no existe y existe, pero siempre es para Fosse, Dios. El Dios-Ser, la existencia sin causa, lo indeterminado, lo inalcanzable pero siempre presente. O como dice Fosse siguiendo al maestro Eckard: “Dios existe solo cuando pienso en Dios”. Si no pienso en Dios, no hay Dios.
Dios es una creación humana, pero una que sabe de Dios porque Dios nos dio la posibilidad del conocimiento, nos dice Eckard. Si no pensamos en Dios, Dios no aparece. Pero esa es la paradoja de Eckard: Dios aparece en diversas e infinitas formas de su ser. Nunca conoceremos a Dios, pero si lo veremos, sentiremos, oiremos, en las aproximaciones que nos llegan a escala humana, a través de los sentidos, de los sentimientos e, incluso, de los pre-sentimientos. Para el pintor Ales, Dios es la luz divina escondido dentro de la oscuridad luminosa, luz que nadie ve, pero que el pintor adivina y llama «el espíritu de sus cuadros». Hay cuadros que logran transmitir el presentimiento de la luz, y otros, por muy armoniosos que sean, no. A los primeros los llama Ales «mis buenos cuadros».
«Otros ven a Dios en la luz del día, en las flores, en los árboles y en el viento, en los animales, en las hormigas, en los ratones, en las ratas, porque en todo hay algo de Dios» (Septología ll), piensa Ales. Dios se expresa ante nosotros en las formas que asume para presentarse ante nosotros, los humanos. En ese sentido Jesucristo también fue una forma de Dios. Dios en forma de hombre. Dios hecho hombre.
Jesús vino a decirnos que Dios está en todas las cosas que son, no solo en los lirios de las rocas, ni en el cantar de los pájaros, como intentó según Marcos transmitir poéticamente a sus apóstoles. «En todo hay algo de Dios, en lo invisible y en lo visible» – escribe Fose – “en las nubes del cielo y en lo que se pudre, porque (aún) en lo que se muere está invisiblemente presente lo que no se muere, en lo que perece y en lo que no perece». (Septología ll) Y «en el fondo del ser humano, también está Dios» (Ibid).
Así como Nietzsche nos dijo que si existe un «más acá» tiene que haber un «más allá», de igual modo Fosse opina que si pensamos en que si lo visible aparece es porque lo invisible existe, y si pensamos en la finitud es porque hay una infinitud inaccesible. Nada existe sin su negación, aparte de Dios, cuya presencia no tiene negación ni afirmación. Simplemente porque Dios es lo que es. «Yo soy el que soy» dijo Dios a Moisés, punto. Luego, si pensamos en Dios desde el tiempo y espacio que habitamos es porque también tiene que haber un tiempo sin tiempo y un espacio sin espacio (tesis de San Agustín, asumida por Fosse).
Por lo tanto, culmina Fosse, Dios sería la fusión de todo tiempo y de todo espacio a la vez. Por eso Dios está en nosotros que somos del tiempo y del espacio, pero a la vez no está, porque Dios no tiene tiempo y no tiene espacio, y no puede tenerlos porque si los tuviera no sería eterno. En ese punto Fosse no puede ser más terminante: «Nadie puede decir nada sobre Dios, y por eso no tiene sentido decir que se cree o no se cree en Dios, porque Dios solo es y no existe» (Septología l)
¿Cuál es la diferencia entre ser y existir? Fosse no nos da la respuesta, pero, aventurando, podría ser la siguiente: lo que existe es, pero no todo lo que es, existe. Más simple aún: la existencia es todo lo que vive y el ser es todo lo que vive y muere a la vez. Por ejemplo: «Un muerto es, pero ningún muerto existe» (Heidegger). Dios, en la versión de Fosse, es todo lo que es y todo lo que no es al mismo tiempo. Por lo tanto, Dios también está en la nada. Más aún: Dios puede ser nada, una blancura infinita, una presencia luminosa que a la vez, justamente porque es nada, se hace presente desde la nada. Y al ser portadores de la palabra de Dios, somos también los hijos de la nada.
Viviendo no veremos nunca el cielo, pero de alguna manera es pre-visible. Y Ales, el pintor Ales, lo pre-siente en la luz total, en una que no puede ser llevada al lienzo de la pintura, pero sí puede ser advertida a través de nuestra interna oscuridad la que, sin dejar de ser oscura, se ilumina ante la visión invisible de la luz. Fosse la llama «oscuridad luminosa». Una oscuridad que brilla porque detrás, y aún dentro de ella, está la luz de Dios. Dios está en su propia nada, en su propia ausencia (sin ausencia no puede haber presencia). Por eso lo llamamos, para que aparezca, porque si no aparece, Dios es, pero no existe.
«Dios existe en la palabra Dios», nos dice Fose pensando seguramente en el Evangelio de San Juan. De modo que cuando pensamos en Dios enfrentamos al asedio terrible de la nada en nuestro ser, viviendo, muriendo y resucitando a la vez no solo en un momento físico determinado, sino en cada minuto de nuestras vidas. La ausencia de Dios es la presencia de Dios. La ausencia de Dios, cuando la sentimos, nos lleva a lanzar un grito de auxilio, un grito silencioso que hace posible la existencia de Dios, cuando Él acude hacia nosotros desde su ser eterno, y por lo mismo, inexistente.
Dios somos nosotros en Dios cuando pensamos en Dios. Y como para pensar necesitamos el silencio, #solo podemos oír a Dios en el silencio» (Septología l). En ese silencio que grita, podríamos decir. Es el silencio de Ales, creación de Fosse, cuando pinta buscando a Dios en la luz a través de la oscuridad de su propia alma. Nuestra oscuridad luminosa.
La oscuridad luminosa de los cuadros de Ales, el pintor que pinta y pinta como loco, sin descanso, buscando la luz divina que sabe que existe pero que a la vez nunca va a encontrar y por lo tanto no puede dejar de buscar porque, y eso es lo que pre-siente Fosse, Dios no está en un lugar determinado, sino en la búsqueda de Dios, del mismo modo que la rosa desde su raíz busca la luz del sol para ser flor en la tierra.
El ser en la forma de hombre o mujer es, según el neotestamentario Fosse, Dios, pero mientras no sea descubierto por ellos mismos, no lo es. Ahí reside, afirma Fosse, el misterio de la santísima trinidad. Dios, antes de Cristo, era el dios de la venganza. Jesús, por lo tanto, restableció el vínculo entre lo divino y lo humano sobre una nueva base: el amor. Ese vínculo es el propio ser humano cuando percibe la presencia de Dios sobre la tierra. Jesús entonces se convirtió en vinculo para que nosotros lo imitáramos. Pero no como representante, más bien como descendiente y como ascendente, situado entre Dios y sus hijos nos dio con su cuerpo ensangrentado, un camino para que, buscándolo, amáramos a Dios en su nombre. Un vínculo que a la vez, es el amor, que nos ata a uno con los otros y a nosotros con el mundo. El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo (el vínculo Santo) y un solo Dios. No más (Septología VII).
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Somos libres de ser o de no ser en Dios, es uno de los mensajes de Jesús, el Cristo. Dios es todo poderoso, pero a la vez no lo es. Su todo-poderío depende de si lo buscamos o no. Su ausencia también depende de cada uno. De la presencia de Dios depende nuestra existencia, pero al revés también ocurre lo mismo: de nuestra existencia depende la presencia de Dios. Dios nos regaló la libertad para que lo encontremos, aunque nunca lo nombremos. Por eso el pintor Ales dice que los que andan con el nombre de Dios en la boca no creen mucho en Dios, pero los que lo buscan en sí mismos, aun no siendo religiosos, están más cerca de Dios (Septología III). Ese es el sentido de la bienaventuranza: «de los pobres de espíritu será el reino de los cielos».
Solo buscando a Dios, a su luz, a su verdad, nos dice Ales, podemos ser verdaderamente libres. Eso significa, tal como nos lo mostró Jesús, que podemos llegar a ser, si no dioses, por lo menos el hilo que ata a Dios con el mundo. En las palabras de Fosse: “nuestro planeta existe para que Dios exista” (Septología IV). O también: “Dios está en cada una de las personas, porque Dios llega a ser en el alma y el alma llega a ser Dios” (Septología V). Y, por lo tanto “cuando la persona muere, sale del espacio y del tiempo y se reúne con Dios en sí. Eso es lo que sé. Y si lo sé es porque lo pienso” (Ibid). Podemos completar la idea: “y si el pensamiento que nos dio Dios, viene de Dios, y encuentra a Dios, el pensamiento se convierte en divino”. El pensamiento, que quede claro. No el entendimiento. La presencia de Dios en el ser, según Fosse, no tiene nada que ver con el entendimiento. El encuentro con Dios no precisa de un alto coeficiente intelectual.
A Dios podemos pensarlo, entenderlo no podremos nunca. Por esa razón, ese pensar en Dios –aduce Fosse– se llama fe. Y la fe es una gracia (un regalo ). La fe en Dios, a su vez, no termina con la muerte, sigue más allá de la muerte. Eso no lleva necesariamente a amar la muerte, pero sí puede llevar a temer su evidencia algo menos de lo que tanto le tememos.
“Dios no desea la muerte” afirma Fosse. Y agrega, “la muerte entró al mundo como consecuencia de la desaparición del vínculo entre Dios y las personas porque Dios es amor y la libre voluntad es un presupuesto del amor, y por eso también del pecado (ausencia de Dios) y la muerte, en fin, de aquello que nos separa a las personas de Dios” (Septología l). Pues ( ….) ”todas las personas están enlazadas, las que están vivas, las que están muertas, las que aún no han nacido y lo que hace una persona no puede separarse de lo que hace otra” (…..) «igual que Cristo vivió, murió y resucitó. Y era uno con Dios, porque era una persona, así también están todas las personas que son personas en Cristo, quieran o no, unidas a Dios en y por medio del Hijo, lo sepan o no, crean en ello o no. Así es».(Ibid)
La muerte, nos quiere participar una sobrecogedora novela de Jon Fosse llamada «Blancura», es un regreso al lugar de donde venimos y una llegada al lugar hacia donde vamos, lugar que es el de Dios, un lugar sin lugar, atravesado por luces cada vez menos oscuras, hasta alcanzar una blancura la que, por el hecho de no estar del todo muertos, no podemos conocer, solo imaginar. Por mientras, solo nos queda la oscuridad, la que puede ser más oscura (sin Dios) o más luminosa si intentamos a-divinar de donde ella viene.
Dios está en todas partes, pero solo lo vemos cuando somos en Dios. «Dios habla calladamente desde todo lo que hay» (Septología, ll). Dios es la luz invisible. «Antes, mis cuadros eran bonitos. Ahora son bellos. Contienen la luz», dice Alse (Septología l). «He visto a menudo esa extraña luz, salir de los ojos de los perros» (Ibid).
Nota: Jon Fose, Pemio Nobel de Literatura 2023, es católico converso. En sus libros, sobre todo en su Septología, es posible encontrar en Fosse una teología no teológica y, además -no podía ser de otra manera- expresada en forma literaria. Pero la de Fosse no es una simple literatura de la imaginación. Si tuviéramos que definir, podríamos decir que la suya es una literatura del pensamiento. Característica de la obra de Fosse es el pensar. La palabra “pienso” aparece casi en cada página de sus libros.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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