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El Efecto Wallenberg, por Aglaya Kinzbruner



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El Efecto Wallenberg / Raoul Wallenberg
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Aglaya Kinzbruner | @kinzbruner | septiembre 10, 2025

X: @kinzbruner


Raoul Wallenberg nació en Suecia el 4 de agosto de 1912 en el seno de una familia muy rica de banqueros, industriales y políticos. Quien se va a encargar de su educación es su abuelo paterno, Gustav Wallenberg. Con el tiempo lo convertirá en un «Ciudadano del Mundo». Comenzó sus estudios en Suecia, donde hoy en día es considerado un héroe nacional, para luego estudiar Arquitectura en Michigan, graduándose con todos los honores.

Viajó a muchos lugares hasta establecerse un tiempo en París. Su experiencia laboral empezó en Sud África y luego trabajó en un banco holandés en Haifa cuando ésta todavía era un protectorado británico. Hablaba por los menos cinco idiomas siendo el último que aprendió el húngaro, idioma que le fue muy útil en sus viajes de negocios a Budapest y que luego aprendió con mayor soltura cuando fue destacado allí como diplomático.

¿Cómo entonces llegó a Hungría? Resulta que el 19 de marzo de 1944 Hitler invade a Hungría. Lo primero que hace es deportar 450.000 judíos por trenes hacia los campos de concentración. Quedan entonces 200.000 judíos residentes en Budapest. El rey Gustavo V de Suecia se opone a que sean puestos en trenes para su deportación pero los nazi inventan otras formas de transporte. Se reúnen entonces de emergencia, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia, la Junta de Refugiados de Guerra de Estados Unidos y el Congreso Mundial Judío para ver qué pueden hacer para solucionar tan terrible problema.

Y la solución no es otra que empiece a ayudar la Embajada (Legación se llamaba entonces) de Suecia, en la persona de su Primer Secretario. Sólo nos faltaba decir que la persona sugerida y aceptada para ese puesto no podía ser otra que Raoul Wallenberg, quien nunca había sido diplomático pero a quien sobraban aptitudes, valor, inteligencia, conocimiento profundo de la sociedad en que se movía y una humanidad incomparable. Muchos de los gastos que enfrentó salieron de su bolsillo.

No se sabe exactamente cuántos judíos salvó, algunos mediante un Schutzpass, (pasaportes de protección). Corría detrás de los trenes para regalar a quien pudiese alcanzar estos papeles providenciales. Otros con el empleo de casas seguras, por lo menos 15.000 a 20.000 en esta última instancia.

Sobre estas casas volaba la bandera sueca. Medio oculto en una pequeña oficina de la embajada arreglaba papeles con la celeridad necesaria, ayudado por ¡nada menos que 400 voluntarios! Su personalidad carismática y generosa arrastraba voluntades. El trabajo no lo disminuía sino todo lo contrario. Empezó entonces a trabajar en otro plan, un plan B para cuando terminase la pesadilla de la guerra.

Había que empezar por conseguirle trabajo a los judíos deportados, reconstruir vidas, oportunidades y finalmente darles la ilusión de cierta seguridad en su futuro. Tenía esos papeles en una carpeta bajo el brazo cuando se dirigía a un encuentro con autoridades soviéticas en el este de Hungría. Nunca volvió. Desapareció con esos papeles y su plan no pudo llegar a ser. Eso fue el 17 de Enero de 1945. Murió de un infarto o así dijeron, en la prisión de Lubyanka en Moscú en el 1947 bajo sospecha de las autoridades de que se trataba de un espía que trabajaba para los americanos.

Quizás habían leído a Maquiavelo que no priorizaba la bondad en los gobernantes porque, según él, ésta no ayudaba a mantener el poder. Mucho tiempo después cuando las relaciones ruso/americanas se descongelaron un poco los agentes de inteligencia soviéticos admitieron que Wallenberg había sido ejecutado.

Creemos que aquí en Venezuela hay personas que ya están trabajando en un plan B como el de Wallenberg que incluya pan, amor y algo más que fantasía, además de pensiones y trabajos bien remunerados porque cuando los venezolanos que están afuera empiecen a volver, esta sociedad ya debiera haberse levantado de sus escombros. ¡Es complicado!

*Lea también: Proyecto la felicidad, por Oscar Arnal

 

Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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