El ejemplo de los vietnamitas, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
Una vida quizás es suficiente para presenciar momentos estelares de la humanidad, estos pueden ser oscuros como los que vivimos hoy.
Pero los humanos están hechos de un barro capaz de sobreponerse siempre.
Al menos esto es lo que la Fundación Kim Phue Phan Thi demuestra con su heroico trabajo con los niños en la guerra de Ucrania. Por eso, cuando siento que mi ánimo puede doblarse frente a la adversidad, recuerdo la importancia de mi familia, pero también aquel agosto en Paris cuándo mis cercanías a los cubanos (para aquella época no los consideraba ni sanguijuelas ni vulgares mercenarios) me invitaron a una reunión con los vietnamitas quienes estaban interesados en que los latinoamericanos de cualquier posición política, constituyeran comités contra la guerra y realizaran actos y movilizaciones que por más modestas, ellos las valoraban como importantes y necesarias para el cese de esa barbarie del siglo XX, que fue la guerra contra Vietnam.
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No contaré detalles de la reunión y sus participantes, solo rescataré los dos momentos que me sorprendieron. El primero de ellos, se refiere a que los vietnamitas no comieron los alimentos comprados por los organizadores de la reunión, sino que de una especie de pañuelos, sacaron unas pequeñas albóndigas blanquecinas y otras medio rosadas que a nuestras preguntas, respondieron que aquello era el mismo alimento que en ese momento estaban comiendo los combatientes en el frente de batalla.
El otro hecho ocurrió en el intermedio entre el café y la charla amena, yo me ubiqué cerca del único de los vietnamitas que hablaba un medio español con sonoridad afrancesada y al cruzar unas preguntas, nos narró que ese día estaba contento porque había recibido la noticia sobre su hijo de tres años y algunos meses de edad, el cual acudía con premura e independencia a los refugios antiaéreos al oír las alarmas.
Mi silencio fue tan elocuente que la persona a mi lado, una colombiana vivaz me animó, diciéndome que América Latina ni ha vivido, ni vivirá una situación semejante.
No se cuánto de verdad tienen o tendrán las palabras de aquella amiga, pero cada vez que adelgaza mi coraje, yo echo mano de esos dos recuerdos que a mi juicio, fueron fundamentales en el triunfo de ese pueblo.
Ahora, en estos tiempos de nubarrones y de temores por la existencia, tengo también, para animar la vida y mantener la templanza a mi nieto Paúl.
Nada más eso, quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Sicología y profesor titular de la UCV
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